ACTO I - CAPÍTULO 1

DECISIÓN EN DUBÁI

Jueves 17 de agosto de 2017

Hotel Luxor Arab

Dubái Emiratos Árabes Unidos

El hombre más alto le dijo al más bajo:

—Estamos en peligro… de muerte… usaremos estos para comunicarnos —le susurró al oído, señalando los dos teléfonos celulares sobre la mesa del comedor, en el penthouse del piso 52 del hotel siete estrellas Luxor Arab Hotel.

—¿Será seguro hablar aquí? —preguntó el más bajo frunciendo el ceño.

—Prende esa TV y ponla a todo volumen —le dijo el más alto.

La vista panorámica del mar, que bañaba las playas de Dubái en ese día soleado, se combinaba con el azul de la espesa alfombra del gran salón iluminado por ventanales de piso a cielo.

—¿Crees que lo mataron? —preguntó el más bajo.

—Sí.

—¿Crees que nos descubrieron?

—No sé.

—¿Por qué querías verme?

—Necesitamos tomar una decisión —dijo el más alto e hizo una pausa.

Medía casi un metro ochenta, tenía una constitución atlética, espeso cabello gris y ojos azules. El más bajo, un metro sesenta y cinco, pero estaba algo pasado de peso; cabello negro y espeso y ojos marrones, ambos en sus años cincuenta. Eran atletas con una inteligencia genial y un corazón de oro.

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—Una mujer se ofreció a ayudarnos para escribir el libro de Ronald, pero con la condición de que no hagamos preguntas y lo mantengamos en secreto —dijo el más alto.

—¿Dijo “Ronald”? —preguntó el más bajo.

—Sí.

—¿Quién es ella?

—No lo sé. Se me acercó en la calle cuando salía del gimnasio. Nunca la había visto antes.

—¿Por qué confiar en ella? —preguntó el más bajo.

—Es una buena pregunta, pero algo me dice que podemos confiar en ella —respondió el más alto y agregó—. No puedo olvidar su mirada. Parecía una cuestión de vida o muerte. Ella se pondrá en contacto conmigo en un par de días para que le digamos si aceptamos su ayuda o no. Que dices, ¿nos arriesgamos?

—¿Cómo supo lo del libro?

—No lo sé.

—¡Estoy seguro que Ronald se lo dijo!

—No lo creo, sabía que era peligroso. Lo último que me dijo fue que había descubierto algo horrible y que lo estaban siguiendo. Me hizo jurar que, si moría, teníamos que escribirlo —dijo el más alto.

Los ojos del más bajo se abrieron y se puso las manos en la cabeza.

—¿Horrible? ¿Usó esa palabra?

—Sí.

—¿A qué nos enfrentamos, Manuel? —preguntó el más bajo apretando sus labios.

—No me digas más Manuel. La otra condición que ella puso fue que no podemos usar nuestros verdaderos nombres para hacer este trabajo. Así que a partir de ahora dime Ricardo —dijo el más alto, que a partir de ahora lo llamaremos Ricardo.

—¿Para qué usar otro nombre? —preguntó el más bajo.

—Ella me dijo que el trabajo era peligroso, sobre todo para nosotros que éramos tan famosos. Podrían grabarnos con un micrófono direccional o escuchar lo que hablamos por nuestros celulares —dijo Ricardo, el más alto.

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—Está bien, entonces no me digas Diego, dime Arturo —dijo el más bajo, que a partir de ahora le diremos Arturo. Luego agregó—. Es tan lamentable que haya muerto. ¡Cómo admiraba a ese joven! ¿Ronald te dijo que había descubierto algo horrible? —preguntó Arturo.

—Sí —respondió Ricardo, viendo que Arturo caminaba como un león enjaulado, hundiendo sus zapatos en la gruesa alfombra.

—¡Mira! Si alguien sabe que queremos escribir el libro y se opone, ¡ya lo sabe! ¿Nos vamos a asustar? ¡No! ¡Quizás esta mujer sea una trampa o quizás no! ¡No lo sabemos! Pero si ella va a ayudar, ¡nosotros ponemos las condiciones! ¡Quienes se creen que son! —rugió Arturo con su acento argentino.

—¡Baja la voz! —exclamó Ricardo, fue a la barra y se preparó un whisky—. Tienes razón, si seguimos, nosotros pondremos las condiciones— dijo Ricardo cuando Arturo se calmó.

—¿Si seguimos? ¿Estás loco? ¡Ya nos comprometimos y hay que arriesgarnos! ¡Más aún ahora que está muerto! ¡Esto es urgente! —exclamó Arturo tomándolo por la solapa—. ¡Si alguien quiere ayudarnos, lo hará a nuestra manera! ¿Crees que su amigo, Alexandre, querrá hacerlo solo? —preguntó, soltándole la solapa.

—Tendremos que preguntarle —respondió Ricardo, hizo una pausa y agregó—. Yo ya me decidí y quiero hacerlo, pero no lo voy a hacer sin ti. Que dices, si Alexandre acepta, ¿lo hacemos? —preguntó Ricardo y después de varios segundos Arturo respondió.

—¡Sí! ¡Hagámoslo! ¡Escribamos el maldito libro! —dijo Arturo.

—¡Bien! Cuando ella se contacte conmigo le diré que aceptamos —dijo Ricardo entregándole el celular y la batería que usarían para comunicarse.

—Te llamaré todos los días entre las seis y las siete de la tarde, así que no olvides ponerle la batería. Luego guarda todo aquí para que no conozcan tu GPS —agregó Ricardo entregándole una bolsa de acero.

—Bueno. ¡Ahora salgamos de aquí! —dijo Arturo.

El hombre más alto, Ricardo, se arregló la gorra, se puso las gafas de sol y movió sus largas piernas hasta el ascensor que lo llevó al helipuerto. En el lujoso hotel, con forma de velero, el hombre más bajo, Arturo, se sentía como un vikingo zarpando de las playas de Dubái dispuesto a luchar hasta la muerte.

Al apagar el televisor vio una noticia que decía: «AUMENTA LA TENSIÓN NUCLEAR POR AMENAZAS DE COREA DEL NORTE».

En Washington DC, el presidente estadounidense John MacDoe encabezaba una reunión de emergencia en el búnker de la Casa de Gobierno.

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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