—Nos despedimos de Ronald Williams, un amigo, el capitán del equipo, un gran mediocampista. Recordaremos su gran disposición, su precisión de juego.
Alexandre no estaba escuchando sus palabras sino a los sollozos de su madre cuando su vista se perdió en el horizonte de Barcelona. Recordó la última llamada de Ronald el día antes de su accidente cuando le dijo: “Si me pasa algo, cumple tu promesa de terminar el libro.” Luego agregó, “Ojo con lo que se lee igual en ambas direcciones.” No le dio tiempo para preguntar y al día siguiente le envió un mensaje de texto en clave:
dpejhp-fo-qfoesjwf
Nunca imaginó que lo último que sabría de su amigo sería ese extraño mensaje.
Alexandre recordó cuando decidieron aprender a hackear por diversión. Competían para mejorar y llegaron a ser muy buenos. Jugaban a quién era el primero en detectar una falla en los sistemas informáticos de diferentes instituciones. Acostumbraban sentarse uno al lado del otro, cada uno frente a su computadora, y enviaban las soluciones a los webmasters firmando como, “Los Ángeles”.
Se dieron cuenta de que podían piratear los sistemas de información que controlaban la infraestructura de las ciudades. Podían cortar redes eléctricas, desviar trenes y aviones, pero nunca causaron ningún daño.
La última vez que habían competido había sido para infiltrarse en el banco central de Japón. Ronald había detectado dos errores y se los había enviado junto a las soluciones a los webmasters, en solo media hora. Alexandre estaba impresionado por la ventaja que le había sacado.
“¿Te está entrenando Scotland Yard?” Alexandre recordó que le había preguntado. “La CIA.” Le había respondido continuando la broma.
Eran dos mentes curiosas e inteligentes que buscaban los retos más exigentes. Hackear era difícil, pero se dieron cuenta de que el mayor desafío era la filosofía, así que decidieron estudiarla. Leyeron muchos libros y empezaron a inventar metáforas futbolísticas para entender cosas complejas de forma sencilla.
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