ACTO I - CAPÍTULO 30

EL BAILE DE LAS DIOSAS EN BERLÍN

Sábado 19 de mayo de 2018

Estadio Nacional de Berlín

Berlín Alemania

Era otro partido amistoso de preparación para el Mundial que la selección de Francia jugaba contra Alemania.

—¡Sigamos jugando así! ¡Muy bien chicos! ¡Mantengamos las cosas simples! ¡Precisión, ubicación, sincronicidad, ritmo! ¡Todos saben a quién marcar! Buscad el objetivo en equipo, ¡ya sabéis qué hacer! Alexandre, entra por el medio y ¡cuidado con el fuera de juego! —los arengaba el técnico francés.

Aunque jugaron bien, también lo hizo el equipo alemán. Terminaron sin goles el primer tiempo, pero al principio del segundo marcaron dos. Creían que ya habían ganado el partido, pero los alemanes no perdonaron jugando al contra ataques dando vuelta el partido en los últimos diez minutos. Habían perdido dos a tres. ¡No lo podían creer! Pero el director técnico insistía que los malos resultados era parte del proceso.

Por otra parte, Alexandre había avanzado bastante en la preparación de la próxima reunión filosófica con Arturo y Ricardo. Faltaba una semana, pero sabía que tenía tiempo suficiente para terminar. No podía creer que era la última.

Inglaterra había clasificado, lo que hizo muy felices a Victoria y su familia. Cuando Alexandre llegó al bar del hotel, las vio hablando y recordó cómo se divertían bailando en Dublín.

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—Hoy tendremos una cena íntima de filosofía —dijo Victoria mirando a Francisca, quien le devolvió la mirada y guiñó un ojo.

—¿Hoy? ¿Dónde? —preguntó Alexandre.

—Aquí en el hotel. Ya tenemos todo listo —dijo Francisca mirando a Victoria.

—No me dijeron nada —dijo Alexandre.

—Queríamos sorprenderte —dijo Victoria.

Dos bellezas lo habían sorprendido como a un portero demasiado adelante de la portería. No haría ningún esfuerzo para evitar que el balón pasara por encima de su cabeza y le hicieran un gol de sombrero.

La suite especial del lujoso hotel tenía una gran sala de estar. Una luz tenue emergía de un acuario que lo separaba del comedor y su mesa redonda. Se trataba de una pared-acuario de un metro de ancho, dos metros y medio de alto y unos seis metros de largo. Contenía algas, rocas y peces de diferentes tamaños y colores, tortugas, caballitos de mar, pequeñas rayas y pulpos.

Fueron al dormitorio donde se cambiaron. Él, se puso un traje negro, camisa blanca y un corbatín y pañuelo de seda rojo en el bolsillo de la chaqueta. Ellas, se pusieron minifaldas de cuero, rojo, que dejaban ver sus hermosas piernas, largas; camisetas blancas, que dejaban ver sus vientres y ombligos, desnudos; y botas cortas texanas, con tacones altos, rojas.

Un camarero les sirvió la cena en la mesa redonda vestido con frac y guantes blancos.

—Nos deleitaremos con mariscos especiales —dijo Francisca.

—Dicen que son muy afrodisíacos —añadió Victoria haciéndole un guiño a Francisca.

El plato de entrada fueron ostras al limón acompañadas de vino blanco francés.

—Es un Milemau de 1978, un regalo de nuestros amigos del Domaine Estate en Borgoña. Nuestra Villa en Francia es vecina a la de ellos. Elaboran vinos tintos y blancos, pero este se trata de una reserva especial limitada que no se vende al público. Lo elegimos para esta ocasión especial —le dijo Francisca mirando al camarero que servía las copas de fino cristal checo.

—¡Por la filosofía de la realidad! ¡Salud! —brindó Alexandre.

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—¡Salud! —repitieron ellas y chocaron sus copas.

—Está delicioso —dijo Francisca—. Los antiguos griegos amaban todo lo bello, del cuerpo y la mente —agregó— ¡Como le habría gustado a Aristóteles cenar aquí con nosotros!

—¡Y cuanto habría disfrutado Ronald de cenar aquí con nosotros! —dijo Victoria.

—De alguna manera él está aquí con nosotros —replicó Francisca.

—Es cierto. La memoria de Ronald está siempre aquí con nosotros, como la de Aristóteles y Alejandro Magno que fundó la Biblioteca de Alejandría. ¡Salud por ellos! —dijo Alexandre.

—¡Salud! —replicaron las diosas.

—¡Alejandría! El lugar donde estaba la biblioteca más importante del mundo antiguo —dijo Francisca.

—Pero los fanáticos la quemaron y mataron a Hipatia, la hermosa filósofa helénica que enseñaba en Alejandría —dijo Alexandre y continuó—. Su cuerpo fue destrozado por un grupo de fanáticos cristianos que no pudo tolerar lo racional. Es la misma intolerancia de las Cruzadas y de los terroristas que hoy hacen explotar bombas en los estadios.  En Las Cruzadas los que defendían a Dios peleaban con espadas, pero el problema es que hoy hay miles de ojivas nucleares. Si esta civilización desaparece será por culpa de ese irracional invento humano llamado Dios —dijo Alexandre.

—Si Dios es uno solo y hay más de uno, alguien está mintiendo o está mal de la cabeza —dijo Francisca—. Lo bueno del politeísmo era que hacía que la sociedad fuera más tolerante —hizo una pausa larga, miró a Victoria y continuó—. El panteón griego eran dioses y diosas sensuales y eróticos, como los seres humanos, pero sabían que eran bellas metáforas de las fuerzas naturales.

—Como Afrodita —dijo Alexandre viendo que Francisca miraba a Victoria y sonreía.

—Como Venus —añadió Victoria y le guiñó un ojo a Francisca.

—Como Apolo —dijo Francisca mirando a Alexandre.

—¿Quién de vosotras es Afrodita y cuál es Venus? —preguntó Alexandre. Las diosas se miraron, y sonrieron; sus labios rojos, se abrieron; sus dientes blancos, se desnudaron—. ¿Qué diosa va a hablar primero? —preguntó él.

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—Yo hablaré. Soy Afrodita y tu mi amado Apolo en quien confío y soy correspondida. Recibe a Venus como mi regalo en quien confío. Venus, por favor habla —dijo Victoria.

—¡Oh! ¡Amada Afrodita! Venus se siente privilegiada y acepta tu regalo —dijo Francisca mirando a Victoria—. ¡Salud por el dios griego! —brindó.

—¡Salud! —dijo Victoria y se inclinó hacia Francisca besándola en la boca. Siguiendo su impulso, ella besó al dios quien besó a Victoria cerrando el círculo de un destino inevitable.

Comieron pulpo en salsa verde con limón, postre de fresas, frutas exóticas, maracuyá, mangos y frambuesas bañadas en chocolate caliente. Luego se levantaron y fueron al estar.

La luz y reflejos de los peces de colores del enorme acuario se reflejaban en el grueso vaso de cristal cuando el camarero abrió el whisky.

—Es una Colección McAllister de 1926 —dijo Francisca.

—¿Regalo de alguien que conoces? —preguntó Alexandre.

—Sí. Fue cortesía de los propietarios del Old Regatta Hotel. Nuestras familias se conocen desde hace generaciones.

—Está delicioso —dijo Alexandre sentado en un sofá de cuero negro mirando a Venus y Afrodita. Supo que no se sentarían cuando siguieron de pie, orgullosas de sus botas rojas cortas y sus bellas piernas largas.

—Terpsícore comienza con Melisa Singleton —dijo Victoria mirando a Francisca.

—¿Terpsícore? —preguntó Alexandre.

—Sí, mi amor. La diosa griega de la danza que se une a Venus y Afrodita —dijo Victoria mirando a la otra diosa.

—¡Exactamente en diez segundos! —Francisca completó la frase encendiendo el equipo de alta fidelidad. Cinco segundos antes de que comenzara la música, ya en pasos de coreografía, cada una caminó en busca de su silla. Las colocaron en el centro de la habitación, una frente a la otra, a unos cinco metros y misma distancia del sofá donde él las observaba. Cada una en un movimiento coordinado puso un pie sobre la silla e inclinaron la cabeza hacia un lado para dejar caer una cascada de rizos rojos y dorados. Estaban marcando el ritmo con los pies cuando, a buen volumen, empezó la música.

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Era Melisa Singleton, la famosa cantante texana, interpretando la provocativa canción: “¡Estas piernas están hechas para bailar!”

“¿Están listas las piernas?” decía la introducción de la letra y la música empezó. La respiración de Alexandre se detuvo de placer ante la picardía, belleza y sensualidad de la mujer texana que representaban.

Era obvio que habían ensayado la coreografía con gran detalle.

Acercaban cada vez más sus cuerpos, con pasos muy precisos y coordinados derrochando sensualidad.

Francisca comenzó a desabotonar la camisa de Victoria. Tres botones una, tres botones otra y, entre botón y botón, bailaban coquetas, fogosas, salvajes, hermosas, sin perder el ritmo hasta que sus camisas y faldas cayeron.

En ese momento comenzó otra canción: era Lisa Brave con la sensual canción: “¡Dios! ¡Sé que soy una diosa!

Afrodita y Venus agregaron bufandas de plumas a la coreografía. Las piernas de Victoria lucían ligas y medias con tirantes y lencería negra; las de Francisca, lo mismo en lencería roja. Sus botas rojas parecían pedestales de dos esculturas de diosas que se habían liberado del mármol y explotaban en movimientos eróticos. Cuando la música llegaba el coro y la letra decía, “¡Dios! ¡Sé que soy una diosa!” ambas se sumaban al canto.  

¡Qué regalo! ¡Dos diosas entregándose a un dios en un río de sensualidad! Era la coreografía más coqueta, elegante, atrevida y sexy que jamás había visto y pensó, “¡Ayayay! ¡Se vienen turbulencias!” Nadie vería jamás la fiesta de Afrodita y Venus que ofrendaban sus cuerpos a Apolo. Estaba extasiado y bebió su whisky, que subió y subió su temperatura. ¿Cuánto tiempo habían ensayado? ¡Cuánto admiraba a Victoria en aquel momento de lujuria contemplando su belleza afrodisíaca! “¡Ella es mi mujer!”, pensó y sabía que tendrían muchos hijos. “¡Cuánto te deseo Francisca!”, sintió y tal vez esa noche sería.

Cuando sonó la canción de Ernestina Laceras la letra decía, “Bienvenidos a la Maison Rose”.

Comenzaron a bailar el clímax de su coreografía, ellas se abrazaron, levantaron una rodilla y permanecieron suspendidas sobre una de sus piernas, hasta que se acercaron a él, colocándole las bufandas de pluma alrededor del cuello para que pudiera levantarse.

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Colocaron a Alexandre en el centro de la habitación y comenzaron a bailar a su alrededor. Victoria, lentamente le quitó la chaqueta haciendo movimientos sensuales, y Francisca, hizo de las suyas desabotonándole la camisa.

Cuando la canción llegó a la parte del estribillo: “Voulez dieu Coucher avec moi”, ambas diosas lo besaron, comenzaron a caminar lentamente hacia el dormitorio cruzando las piernas caminando como modelos, y antes de entrar al pasillo que conducía a la suite, se detuvieron, lo miraron y sus dedos índices lo llamaron.

“Voluez dieu Coucher avec nous” cantaban las diosas al llegar al dormitorio cuando subían a bailar a la cama. Él las observaba sin camisa desde el sofá de la suite sin dejar su whisky ni perderse detalle.

Navegando en el barco de Dioniso que flotaba en el ardiente mar del deseo, Eros, la diosa del placer y los sentidos, lo llamó para que entrara a la cama con ellas.

“¿Dónde estoy?”, Alexandre pensó pellizcándose para asegurarse que no era un sueño. “En el Olimpo de los dioses.”, se respondió a sí mismo, “¿Cómo puedo saberlo? Porque percibo con todo mi cuerpo desnudo”, se respondió otra vez, “¿Quién soy yo? Una mente pura en un cuerpo desnudo”, se respondió una vez más y una última pregunta surgió en su consciencia, “¿Qué debo hacer? Celebrar la vida.”—fue su repuesta.

Y los dioses celebraron, una y otra vez celebraron, de mil maneras celebraron, como esculturas ardientes de fuego, liberadas del frío del mármol, celebraron toda la noche, hasta la última llama de Eros, celebraron, y el universo sonrió.

 

 

 

FIN PRIMER ACTO

 

 

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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