—Hoy tendremos una cena íntima de filosofía —dijo Victoria mirando a Francisca, quien le devolvió la mirada y guiñó un ojo.
—¿Hoy? ¿Dónde? —preguntó Alexandre.
—Aquí en el hotel. Ya tenemos todo listo —dijo Francisca mirando a Victoria.
—No me dijeron nada —dijo Alexandre.
—Queríamos sorprenderte —dijo Victoria.
Dos bellezas lo habían sorprendido como a un portero demasiado adelante de la portería. No haría ningún esfuerzo para evitar que el balón pasara por encima de su cabeza y le hicieran un gol de sombrero.
La suite especial del lujoso hotel tenía una gran sala de estar. Una luz tenue emergía de un acuario que lo separaba del comedor y su mesa redonda. Se trataba de una pared-acuario de un metro de ancho, dos metros y medio de alto y unos seis metros de largo. Contenía algas, rocas y peces de diferentes tamaños y colores, tortugas, caballitos de mar, pequeñas rayas y pulpos.
Fueron al dormitorio donde se cambiaron. Él, se puso un traje negro, camisa blanca y un corbatín y pañuelo de seda rojo en el bolsillo de la chaqueta. Ellas, se pusieron minifaldas de cuero, rojo, que dejaban ver sus hermosas piernas, largas; camisetas blancas, que dejaban ver sus vientres y ombligos, desnudos; y botas cortas texanas, con tacones altos, rojas.
Un camarero les sirvió la cena en la mesa redonda vestido con frac y guantes blancos.
—Nos deleitaremos con mariscos especiales —dijo Francisca.
—Dicen que son muy afrodisíacos —añadió Victoria haciéndole un guiño a Francisca.
El plato de entrada fueron ostras al limón acompañadas de vino blanco francés.
—Es un Milemau de 1978, un regalo de nuestros amigos del Domaine Estate en Borgoña. Nuestra Villa en Francia es vecina a la de ellos. Elaboran vinos tintos y blancos, pero este se trata de una reserva especial limitada que no se vende al público. Lo elegimos para esta ocasión especial —le dijo Francisca mirando al camarero que servía las copas de fino cristal checo.
—¡Por la filosofía de la realidad! ¡Salud! —brindó Alexandre.
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