ACTO I - CAPÍTULO 5

BORIS EN PARÍS

Sábado 14 de octubre de 2017

París Francia

Nadie habría sospechado que Boris Petrov se ganaba la vida como detective. Parecía un turista con su gran cámara, gafas de sol y gorra. Tenía cincuenta y seis años, pero aparentaba cuarenta. Sentado en la terraza del Café Moulin Rose vio a Franco Gambino y Lenel Anston tomar un capuchino en el elegante café junto al Louvre. Veían las noticias en las pantallas de sus teléfonos móviles. «AUMENTO DE LA TENSIÓN NUCLEAR. COREA DEL NORTE AMENAZA A JAPÓN». A unas seis mesas de distancia, Boris estaba grabando la conversación, apuntándoles con el micrófono direccional, escondido en su cámara, que estaba sobre la mesa. Los dos hombres se reían como dos bandidos que hubieran asaltado un tren y estuvieran contando el dinero. A veces juntaban sus cabezas y hablaban sin que nadie pudiera oírlos.

Boris Petrov había aprendido todo lo que sabía de la KGB, pero cuando descubrió que un mafioso del Kremlin había matado a su “camarada”, amigo y compañero de esgrima Karl Dugin, ideó un plan y lo apuñaló veintitrés veces, una por cada año de su vida.

Siendo comunista, se desilusionó de la corrupción de la Unión Soviética y huyó a Canadá. Luego aceptó al socialismo y capitalismo. Para él, cada sistema tenía ventajas y desventajas, que funcionaban solo con jueces honestos y leyes precisas.

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Cuando se enteró de que la mafia rusa había puesto precio a su cabeza, se sometió a una cirugía en la cara y cambió su nombre. Trabajó como corredor de bolsa y gracias a sus habilidades descubrió la estafa de una mafia financiera en Ottawa, información que envió al jefe de policía.

Los senadores más comprometidos dispusieron que saliera de Canadá y que el policía no hablara.

Un empresario víctima de la estafa se puso en contacto con él. Gracias a las pruebas que había obtenido Boris, varios empresarios, políticos y banqueros, además de un juez y el jefe de policía, habían sido detenidos, juzgados y encarcelados. Fue una operación que duró un par de años y el mayor escándalo político en la historia de Canadá, pero gracias a Boris, se había hecho justicia.

Boris medía dos metros cuatro, era muy fuerte y sólido, con cabello rubio corto, cara cuadrada, boca ancha y delgada, ojos marrones, cejas abundantes oscuras y despeinadas, manos muy grandes y anchas, dedos gruesos, voz profunda, y tenía un fuerte acento ruso al hablar inglés. Le gustaba detectar notas discordantes en la historia. “No leo historia, la espío”, pensaba a veces. De los libros de historia pasó a libros de geopolítica, ética y filosofía. “Si hay distintas versiones de un hecho, alguien miente”, solía pensar cuando revisaba distintas versiones de la historia, porque sabía que un hecho no podía ser igual y diferente a sí mismo.

Serio como todos los rusos, pero con una risa explosiva por algo gracioso, sabía todo sobre tácticas de espionaje, guerra psicológica y propaganda. Había matado a 17 personas en su carrera y no le tenía miedo a la muerte. No se había casado y tenía novias ocasionales a las que decía que era fotógrafo.

Estaba decidido a vengarse de quien había ordenado la muerte de su amigo esgrimista Karl Dugin.

No podía tolerar que los bandidos se salieran con la suya. Hacer justicia con sus propias manos era parte de su ADN.

Antes de matar al asesino de su amigo, lo torturó para que confesara quién había dado la orden y cantó: Gambino.

Pasó años investigando a todos los Gambino del mundo y seleccionó cinco. De todos ellos, el que le pareció más sospechoso era Franco Gambino. Lo había conocido en su juventud en el ambiente de la esgrima.

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Lo más probable era que fuera él, pero necesitaba tener una certeza concluyente para matarlo.

Lenel pagó los cafés y dejó una generosa propina. —Merci, merci —dijo el camarero, haciendo una reverencia. Se levantaron y Boris escuchó a través de su micrófono direccional: —¡Cuando el sol esté en el lomo del cisne nos encontraremos en la Torre! —dijo Franco Gambino, hablando en clave, al mismo tiempo que lo vio detenerse, hacer sonar sus tacones, de pie y en posición firme, como en un saludo militar, llevar su mano derecha en puño al centro de su pecho y levantar ligeramente la barbilla en un gesto de orgullo. Como si fuera un ritual, Lenel repitió los mismos movimientos colocándose al frente. Ambos hicieron una reverencia y simultáneamente continuaron su camino bajando las escaleras.

El cuerpo de Boris se tensó, como el de un león tomando una posición de ataque para capturar a su presa.

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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