—Soy Yellow —dijo quitándose la boina y poniendo el auto en marcha.
—¿Dónde vamos? —preguntó Alexandre.
—Al aeropuerto —respondió Yellow. Luego vieron un letrero en el camino que decía «VIA SALARIA» y cuando aparecieron unas mujeres provocativas al costado de la carretera Yellow dijo—. Ésta es la avenida de las putas.
—¿Es usted español? —preguntó Alexandre.
—No, simplemente Yellow.
Después de despegar del aeropuerto, Alexandre se dio cuenta que nunca había visto a Roma de noche desde un helicóptero.
—¿Dónde vamos?
—A Villa Ascolassi.
—¿Cuánto falta?
—Llegaremos en veinte minutos.
Se deleitó viendo la costa de Italia al sur de Roma con pintorescos lugares iluminados y costaneras. Cuando llegaron observó las luces del helipuerto y la enorme Villa. La luz de la luna mostraba un valle con extensos viñedos sobre suaves colinas rodeadas de montañas que formaban una extensa herradura. Al fondo, a lo lejos, una bahía contenía el mar Mediterráneo.
—Está bien iluminado y defendido —dijo Alexandre al ver los vehículos blindados y los hombres armados—. Parece un ejército custodiando el cuartel central de unos generales —añadió.
—Tal vez ustedes sean esos generales —dijo Yellow.
Era una lujosa Villa Italiana, una mansión moderna en forma de H, con sus típicas tejas de barro. Contaba con dos naves paralelas que estaban conectadas por un amplio corredor. A un lado había una piscina iluminada, tan larga como una olímpica, pero sólo la mitad de su anchura. En la rotonda de acceso había una fuente redonda de unos veinte metros de diámetro que contenía esculturas griegas de mármol blanco y negro junto con espumosos chorros de agua que completaban un cuadro clásico, todo iluminado.
—¿Ves la cancha de futbol? —preguntó Yellow.
—Sí.
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