ACTO I - CAPÍTULO 6

1a REUNIÓN FILOSÓFICA

ROMA VILLA ASCOLASSI

Sábado 14 de octubre de 2017

Villa Ascolassi a 100 kms al sur de Roma Italia

El mismo día que Boris espiaba a Lenel y Franco en el Louvre de París, Alexandre estaba en Italia.

Todo el equipo había viajado la noche anterior con Greg y los asistentes. Las luces de Roma que había visto a través de la ventana se combinaban con el olor de la taza de café que Alexandre tenía sobre su pequeña mesa en el asiento del avión, donde vio siglos de historia que se habían asomado por la ventanilla, y más tarde por las del autobús cuando habían pasado al lado del Coliseo camino al hotel Walker Medici; todo eso, había sido una experiencia increíble.

Habían entrenado duro durante toda la semana para vencer al Club Capuleto Scaloni, el segundo mejor de Italia. Se sentían fuertes y confiados.

El partido fue al atardecer en el Estadio Olímpico de Roma. Empezaron perdiendo, pero se recuperaron y empataron en el segundo tiempo, aunque no pudieron ganar el partido. La ausencia de Ronald se hacía notar en el campo de juego.

Más tarde de regreso al hotel, buscó al hombre de la boina amarilla. No lo encontró adentro, pero cuando miró hacia el camino de entrada, vio un auto negro estacionado y su conductor tenía una boina amarilla. Mientras se acercaba, le abrió la puerta trasera.

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—Soy Yellow —dijo quitándose la boina y poniendo el auto en marcha.

—¿Dónde vamos? —preguntó Alexandre.

—Al aeropuerto —respondió Yellow. Luego vieron un letrero en el camino que decía «VIA SALARIA» y cuando aparecieron unas mujeres provocativas al costado de la carretera Yellow dijo—. Ésta es la avenida de las putas.

—¿Es usted español? —preguntó Alexandre.

—No, simplemente Yellow.

Después de despegar del aeropuerto, Alexandre se dio cuenta que nunca había visto a Roma de noche desde un helicóptero.

—¿Dónde vamos?

—A Villa Ascolassi.

—¿Cuánto falta?

—Llegaremos en veinte minutos.

Se deleitó viendo la costa de Italia al sur de Roma con pintorescos lugares iluminados y costaneras. Cuando llegaron observó las luces del helipuerto y la enorme Villa. La luz de la luna mostraba un valle con extensos viñedos sobre suaves colinas rodeadas de montañas que formaban una extensa herradura. Al fondo, a lo lejos, una bahía contenía el mar Mediterráneo.

—Está bien iluminado y defendido —dijo Alexandre al ver los vehículos blindados y los hombres armados—. Parece un ejército custodiando el cuartel central de unos generales —añadió.

—Tal vez ustedes sean esos generales —dijo Yellow.

Era una lujosa Villa Italiana, una mansión moderna en forma de H, con sus típicas tejas de barro. Contaba con dos naves paralelas que estaban conectadas por un amplio corredor. A un lado había una piscina iluminada, tan larga como una olímpica, pero sólo la mitad de su anchura. En la rotonda de acceso había una fuente redonda de unos veinte metros de diámetro que contenía esculturas griegas de mármol blanco y negro junto con espumosos chorros de agua que completaban un cuadro clásico, todo iluminado.

—¿Ves la cancha de futbol? —preguntó Yellow.

—Sí.

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—La selección italiana a veces entrena allí. Cuando hace mucho calor van directo a la piscina, por Versalles, así se llaman esos jardines que se parecen a un campo de golf, pero con flores —le explicó mientras aterrizaban.

“¿Habrá estado Ronald aquí?” Alexandre pensó, pero no se atrevió a peguntarle. “Yellow. ¡Que extraño nombre!”

—¡Vamos, sígueme! —le dijo cuando bajaron del helicóptero.

Caminaron por un sendero de pizarra negra que bordeaba el espacio de la rotonda delimitado por jardines con arbustos y flores de distintos colores y luces que emergían desde el suelo. Calculó que había unos veinte guardias con ametralladoras y chalecos antibalas. En el atrio de granito rojo cuatro cariátides de mármol blanco sostenían el pórtico sobre la enorme puerta de caoba. Entraron en una gran sala de estilo etrusco con esculturas griegas en sus cuatro esquinas y un estanque redondo en el centro donde nadaban peces de colores rojos, azules, verdes y amarillos.

Bajaron seis escalones hacia un pasillo de esculturas que era como una galería de arte. De unos treinta metros de largo por unos seis de ancho y seis de alto, era un espacio blanco con pavimento de mármol rojo y franjas perpendiculares de mármol negro de un metro de ancho. Cada ocho pasos, a cada lado, tenía esculturas de diosas y dioses griegos, algunas en mármol blanco, otras en mármol negro, todas iluminadas con luces direccionales resaltando su belleza sobre pedestales que también eran de mármol. Entre escultura y escultura, delgados ventanales de piso a cielo, en los muros de ambos costados, eran como fisuras de luz en el día, y que de noche dejaban ver el jardín exterior iluminado.

Al final del corredor de esculturas, bajaron tres escalones y había una sala grande desde la cual podían ver una terraza a la que entraron. Un piso más abajo, la piscina iluminada estaba rodeada por una terraza de piedra alargada y una rampa de césped. En una terraza más grande, pegada a la casa, un hombre alto y uno bajo jugaban futbolín. Alexandre estaba a unos veinte metros de distancia de ellos cuando se los quedó mirando.

—El alto es Ricardo —dijo Yellow y captó que Alexandre no lo escuchó. Tenía su vista fija en ellos.

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Al alto lo reconoció inmediatamente. “¡Así que Ricardo es el gran Manuel! Pensó sorprendido. ¡El mejor director técnico de la copa Europa! ¡Que honor! ¡No me lo habría imaginado! ¿Quién será… el… más… bajo…? ¿Qué…? Su mente se quedó aturdida mientras enfocaba sus ojos para convencerse. ¿Es Ma…? Parece que sí. ¡Es Diego! Pero… ¡qué hace aquí! ¡No lo puedo creer!” Sonrió de oreja a oreja y miró a Yellow, quien se lo quedó mirando imperturbable. “Pero, vamos Yellow, ¡sonríe un poco!” Pensó sin poder controlar su alegría.

—No los llames por sus nombres reales. El alto aquí es Ricardo y el bajo es Arturo. Se trata de seguridad, ¿entiendes? —le advirtió Yellow.

—Sí —dijo Alexandre mirando la escalera por donde bajaría.

Cerca de allí otro hombre preparaba una parrillada. Vio el humo y olió carne asada.

—¡Ven aquí Alexandre! Ayuda a Manu… a… Ricardo, ¡le estoy dando una paliza! —rió el más bajo con su acento argentino.

El hombre alto intentaba defenderse del hombre bajo que movía sus manos con la misma precisión con la que movía sus pies en la cancha.

—¡Gol! —celebró Arturo cuando Alexandre bajaba las escaleras.

—¡Nueve a tres! ¡Y voy a ganarles a los dos! —exclamó cuando Alexandre tomó dos mangos del futbolín.

—La cancha nunca es la misma —dijo Arturo cuando ya estaban cenando un tierno y sabroso bife de chorizo ​​junto a la piscina—, porque la cancha cambia dependiendo de dónde esté la pelota —completó la frase. —Lo que me da rabia es que tomen al futbolista por idiota, eso lo vamos a cambiar, ¿no? —preguntó al final de su discurso.

—Sí. Voy a grabar lo que hablaremos en las reuniones, ¿vale? —preguntó Alexandre.

—Ok, pero debes destruirlas inmediatamente después de usarlas, ¿lo prometes? —preguntó Ricardo.

—Prometido. —¿Qué sabes de la muerte de Ronald? —preguntó Alexandre.

—No más que tú. ¿Trajiste el resumen de la primera parte del libro? —preguntó Ricardo cambiando de tema.

—Sí —dijo Alexandre y puso una carpeta sobre la mesa.

—¿Y eso es un resumen? —preguntó Arturo al ver que era grueso.

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—No quería dejar nada afuera. Aquí lo resumiremos juntos. ¿Crees que vamos a escribir un libro? —preguntó Alexandre mirando a Arturo.

—¿Y qué más nos convoca? —respondió.

—Construir la estaca para matar a un vampiro —dijo Alexandre, y hubo un largo silencio. —No vamos a escribir un libro, vamos a descubrir las causas filosóficas que asesinaron a Ronald. Son premisas que envenenan al mundo. Necesitamos tres escopetas, ¡ahora! —exclamó.

—¿Para qué? —preguntó Arturo.

—Para hacer un juramento de fuego.

—¿Qué juramento?

—Que vamos a terminar y publicar el libro como sea —respondió Alexandre, y poco después trajeron las armas y salieron a la terraza. “Tiene la misma fibra que tenía Ronald,” pensó Ricardo al observarlo.

—¡Tres disparos en la memoria de Ronald! —exclamó Alexandre señalando al cielo.

Los tres sonidos salieron al unísono. Permanecieron en silencio por un minuto contemplando las estrellas antes de regresar a la sala.

—¿Cuáles son las premisas que envenenan al mundo? —les preguntó Alexandre una vez que ya estaban sentados.

—¿Premisas venenosas? —preguntó Arturo.

—Sí. Las premisas que asesinaron a Ronald y que están destruyendo la razón en el mundo —dijo Alexandre.

—¿Puedes explicar? —preguntó Arturo.

—Sí. El corazón de la filosofía es la ética que se deriva de la metafísica y la epistemología. La política deriva de la ética, pero los titiriteros de los políticos, que mueven los hilos de la cultura, tienen premisas venenosas, y son venenosas porque niegan la realidad. El error ético comienza con el error metafísico y epistemológico. No nos vamos a amedrentar con palabras raras como metafísica y epistemología, ¿verdad? —dijo Alexandre.

—No —dijo Ricardo y agregó—, pero esos conceptos no se entienden a la primera.

—Es verdad, el aprendizaje es gradual, pero pocos tienen la suficiente paciencia, por eso se pierden esta enorme riqueza. Concentrémonos en lo que Ronald pidió para esta parte del libro. Se trata de metafísica —dijo Alexandre.

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—¿Y qué es la metafísica? —preguntó Arturo.

—El campo de juego donde juegas el partido de tu vida. Necesitas conocerlo para saber dónde estás parado —respondió Alexandre.

—¿Qué campo de juego? ¿Qué partido? —preguntó Arturo.

—¡Pero si lo acabo de decir! ¡Presta atención! El campo de juego donde juegas el partido de tu vida es la realidad material que te rodea donde tú vives. La vida es como un partido de futbol y, así como uno conoce el campo de futbol para posicionarse, es necesario conocer la realidad para posicionarse en el campo de la vida —afirmó Alexandre.

—¡Ah! Y si no conoces la cancha donde juegas el partido de tu vida, no sabes cómo posicionarte, por ende, no puedes hacer goles —añadió Arturo.

—Así es —dijo Alexandre.

—¡Y te llenan de goles! —añadió Ricardo.

—Exacto —reiteró Alexandre.

—Si no sabes donde estas parado en la cancha, claro que te llenan de goles —añadió Arturo y preguntó—. ¿Qué tienes en ese sobre verde?

—La pregunta para posicionarse en la cancha de la vida —respondió Alexandre.

—¿Qué dice? —le preguntó Arturo y Alexandre sacó la tarjeta con la pregunta filosófica, «¿Dónde estás?» y la dejó sobre la mesa.

—¿Dónde estás? —preguntó Arturo mirándola, y se quedaron un rato en silencio. —¿Ronald hizo esa tarjeta? —volvió a preguntar tomándola en sus manos.

—Sí, es parte de los apuntes que preparó antes de morir. La respuesta a esa pregunta la estudia la metafísica, nada místico sino la realidad como un todo —respondió Alexandre.

Alexandre tomó el resumen que había hecho y les dijo que en el campo de futbol era fácil saber dónde uno estaba parado porque los ojos no mentían, pero en el campo de la vida era fácil perderse porque las palabras engañaban y, si las palabras engañaban, también lo hacían los pensamientos, porque pensamos con palabras.

—¿Puedes explicarnos un poco más? —preguntó Arturo y vio que Alexandre asentía con la cabeza.

—Hay palabras complejas con significados que engañan y, si piensas con ellas, no puedes posicionarte en la cancha, en ese caso no sabes dónde estás parado así que tomarás malas decisiones en la vida —dijo Alexandre.

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—¿Y cuáles son las palabras que engañan? —preguntó Arturo.

—Las que usan los políticos. Palabras que omiten aquello a lo que se refieren en la realidad material. Por el contrario, es fácil saber a qué se refieren palabras simples, como árbol, porque puedes señalar un árbol con el dedo. Pero las palabras más abstractas no parecen estar ancladas en la realidad concreta. Si tus palabras causan confusión o no están ancladas en la realidad, tu pensamiento es pobre, y estás jugando el juego de tu vida en una cancha que no existe —dijo Alexandre.

—¡Es terrible! —exclamó Arturo—, porque además de no saber dónde estás parado en la cancha vas a querer meter penales sin pelota —añadió.

—Y sin arco —agregó Ricardo.

—¡Exactamente! Las palabras que engañan te hacen vivir en un sueño, en una fantasía, sin los pies en la Tierra y con la cabeza en la Luna —dijo Alexandre.

—Y cuando despertaste del sueño te das cuenta que te llenaron de goles y perdiste el único partido de tú vida —dijo Arturo.

Así, siguieron hablando en metáforas que daban una idea de esos temas, difíciles al principio, pero fáciles cuando se entendían. Igual que el cuerpo de un montañista sufría al subir al Everest, la mente humana sufría cuando subía a la cumbre de su propia excelencia. En ambos casos, había que pasar por un proceso gradual de aclimatización, ir poco a poco, tener paciencia y ser constante. No era fácil, ni de un día para otro, pero se podía. Se dieron cuenta de que lo más importante en metafísica eran los conceptos-axioma. Eran tres: existencia, identidad y conciencia y cada una tenía un corolario. El corolario que más les llamó la atención fue el de Causalidad y Alexandre lo había explicado muy bien cuando dijo…

—Si algo es igual a sí mismo está obligado a actuar según su naturaleza, por eso, las pelotas de futbol actúan, distinto a las pelotas de rugby; el fuego, quema; el agua, moja; los corchos, flotan; las piedras, se hunden.

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Captaron que los conceptos-axioma y sus corolarios explicaban el orden implícito del universo. Eran la base de la ciencia y realidad objetiva. Nadie estaba libre de ellos ya que, incluso para negarlos, había que utilizarlos.

Como un tetraedro tiene seis aristas, se les ocurrió escribir en cada una, los axiomas y corolarios que también suman seis. Alexandre decidió hacer uno de acrílico para ponerlo como escultura en su apartamento. Al ser una estructura tridimensional indeformable, representaba a los axiomas y corolarios, pero integrados en un todo, que era más que la suma de sus partes. Lo llamaron Tetraedro Metafísico. Era una buena herramienta mental para no olvidarlo nunca. Cuando terminaron la reunión, quedaron felices y satisfechos, por lo que brindaron. Fue cuando Alexandre arrojó su vaso de cristal y lo hizo estallar en mil pedazos contra la pared, como realizando un ritual, y ellos lo siguieron. El explosivo sonido se escuchó como un estallido de cordura esparciendo semillas en el cosmos.

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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