ACTO I - CAPÍTULO 12

3ª REUNIÓN FILOSÓFICA

LONDRES

Sábado 16 de diciembre de 2017

Londres Inglaterra

Alexandre durmió bien y despertó en un día despejado pero frío. Cuando entraron al Estadio de Su Majestad estaba lleno de camisetas azules y los ingleses cantaban apoyando a su equipo. Empezaron muy bien hasta que marcaron un gol de contraataque. Victoria vio el partido con Patrick Philips desde las gradas VIP.

—Está muy afectado por la muerte de Ronald —dijo Victoria, dejando a un lado el drama que la atormentaba.

—Me dijo que necesitaba estar solo una vez al mes hasta digerir la partida de su amigo. No hay forma de localizarlo. Incluso desconecta su teléfono —dijo Patrick.

—Sí, y esta noche no se queda, se vuelve a Barcelona —dijo Victoria con los ojos llorosos.

—Aun así, es notable que haya mejorado tanto su juego — añadió Patrick.

Patrick Philips era un inglés elegante, de ojos y cabello oscuros, delgado y de más de un metro ochenta y cinco de altura. Había tenido una brillante carrera como futbolista cuando comenzó su carrera en Norwood. Había sido agente de Alexandre durante dos años y le había conseguido muy buenos contratos con varias de las principales marcas deportivas que le proporcionaban a Alexandre la mitad de sus ingresos, unos veinte millones de euros al año.

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Después de la muerte de Ronald, Patrick no podía entender por qué Alexandre se encerraba en su apartamento y no recibía a nadie. Nunca olvidó cuando asistió a una de las reuniones de filosofía que hacían con Ronald.

Le habló creyendo que, tal vez, necesitaba ayuda de un psicólogo, pero Alexandre le dejó claro que se encontraba bien, y Patrick quedó satisfecho, porque lo veía tranquilo y confiado.

En el segundo tiempo, consiguieron el empate y cinco minutos para el final del partido, Alexandre asistió al gol de la victoria y Los Reyes de Barcelona volvieron a ganar.

En el hotel, Alexandre encontró a Yellow. Salieron y al cabo de veinte minutos el coche pasó por el puente de Westminster, con el Big Ben a la derecha. Poco después, Yellow detuvo el auto frente a un antiguo edificio de apartamentos de lujo de 15 pisos.

—Sígueme —dijo en el hall de acceso, entraron al ascensor, subieron al último piso y cuando abrió sus puertas fueron recibidos por un gran vestíbulo de mármol rojo con dos leones de mármol negro a los lados de una alta puerta de caoba con una cámara de vigilancia arriba.

Yellow levantó su rostro hacia la cámara. La puerta se abrió.

Alexandre entró en la lujosa sala de estar y vio que era un gran espacio con ventanales de piso a cielo, amoblado con finos muebles modernos mezclados con exquisitas antigüedades y cuadros de pintores famosos que valían una fortuna. La vista panorámica de Londres resaltaba a través de grandes ventanales modernos. Podía ver la Casa del Parlamento, el Big Ben, el Hyde Park al fondo y “La Rueda” al otro lado del Támesis. Era un espectáculo difícil de igualar y evocaba las pinturas de Canaletto.

Mientras contemplaba, en éxtasis, la vista nocturna de la ciudad, sintió que alguien entraba a la sala. Se giró y allí estaba Francisca, con un elegante y ceñido vestido de seda azul claro, que armonizaba con la gruesa alfombra azul oscuro. Sus ojos calipso resaltaban como dos estrellas brillantes. Era elegancia rodeada de erotismo, inteligencia rodeada de dulzura. Alexandre quedó encantado al instante.

—¿Me llevarás a un gran walking-closet? —le preguntó con una sonrisa y mirada pícara, pero con voz insegura.

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—No creo que los trajes de mi padre te queden bien, mide casi dos metros —respondió.

—¿Y a quién pertenecían los trajes en Villa Ascolassi?

—Te los compré especialmente para ti —respondió ella sin mirarlo.

Él permaneció en silencio y recordaba el beso.

—¿Tu padre es dueño de todo esto? —preguntó haciendo un esfuerzo para salir de su hechizo.

—Es dueño de todo el edificio. Remodeló el último piso para tener un lugar donde quedarse cuando viene a Londres. Recuperó la inversión en menos de un año con los demás departamentos que alquila. Lo que toca lo convierte en oro. Esta era una sala de máquinas sin valor y la convirtió en este lujoso ático de cinco dormitorios. Aquí tiene la vista y la privacidad que le gusta.

—¿Y Ricardo y Arturo? —preguntó Alexandre.

—Llegaron el martes pasado y volaron a Edimburgo con mi padre el jueves, pero me aseguraron que estarían de vuelta hoy sábado y, efectivamente, ya han despegado y aterrizarán en una hora. Mi padre quiere conocerte y me pidió que te diera la bienvenida —dijo un tanto distante. Parecía cambiada, más fría, como si fuera una ejecutiva haciendo su trabajo. No sabía qué hacer, se sentía inseguro y desconcertado.

—¿Y cenarás con nosotros? —Alexandre preguntó.

—No. Tienen mucho que trabajar —respondió ella, acercándose y dándole un largo y firme abrazo, apoyando su cabeza en su hombro, pero como si fuera su hermana.

—¿Qué sabes de nuestro trabajo?

—Que están haciendo algo importante. Creo que saber eso es suficiente. Disculpa mi torpeza en la Villa, con unos tragos hago estupideces.

—Me divertí mucho. ¿Volveremos a cenar? —preguntó él.

—No solos —respondió ella—, ¡ponte cómodo! —agregó y finalmente dijo—. Adiós —y salió del salón, del apartamento y del edificio hacia un bar desconocido.

Dos horas después llegaron Ricardo y Arturo agitados. Sus ropas estaban chamuscadas y con un fuerte olor a humo.

—¿Qué pasó? —preguntó Alexandre alarmado.

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—Una bomba explotó en el avión del Sr. Walker —respondió Ricardo.

—¿Qué?

—Nos invitó a Edimburgo para presentarnos a unos amigos. Cuando regresábamos y llegábamos a Londres, una bomba explotó en el avión —dijo Ricardo.

—Estábamos adelante y la bomba explotó atrás. Dejó un agujero, pero el avión no se cayó. Se produjo un incendio adentro, pero logramos apagarlo con los extintores —agregó Arturo.

—La bomba explotó cerca del señor Walker que estaba en la parte trasera del avión; afortunadamente, nosotros íbamos al frente. Quedó con graves heridas en ambas piernas. Lo acompañamos al hospital y los médicos temen que no pueda volver a caminar. Hizo que todos salieran de la pieza del hospital para hablar con nosotros a solas. Nos hizo jurar que si moría terminaríamos el libro e insistió en que no suspendiéramos la reunión de hoy —dijo Ricardo—. Él cree que a Ronald lo mataron por querer escribir el libro, y que hoy nos intentaron matar porque lo estamos escribiendo. Dijo que teníamos que ser muy cuidadosos en que se no se filtrara lo que estábamos haciendo, pues es muy peligroso. ¿Le has contado algo a alguien? —le preguntó Ricardo a Alexandre.

—No.

—¿Y a tu novia? —preguntó Arturo.

—No.

—¿Estás seguro?

—¡Pero que les pasa! ¡No se lo he dicho a nadie! ¡Ella sufre porque yo desaparezco una vez al mes y no contesto mi celular para mantener las reuniones secretas! ¡Estoy obligado a mentirle!

—¿Accedes a Internet con VPN? —preguntó Ricardo.

—¡Por supuesto! ¡Soy un hacker! ¡Qué crees! Trabajo en un ordenador sin conexión a internet. Quemo las grabaciones después de transcribirlas y guardo todo el material del libro en mi caja fuerte. Por mi parte, no se ha filtrado nada —dijo Alexandre, molesto.

—Y cuando escuchas las grabaciones de nuestras reuniones, ¿lo haces con unos auriculares o un altavoz? —preguntó Ricardo.

—Con un altavoz —dijo Alexandre y descubrió que tal vez había sido un error.

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—Pero, ¡cómo puedes hacer eso! —exclamó Ricardo moviendo la cabeza—. ¡Puede que te estén grabando con un micrófono direccional! ¿Hay edificios frente al tuyo? —preguntó.

—Sí, pero muy lejos.

—A partir de ahora, cuando escribas cada capítulo del libro después de nuestras reuniones, escucharás la grabación de ellas con auriculares y las cortinas cerradas —ordenó Ricardo.

—Está bien, así lo haré. ¿Y tú Ricardo? ¿No le has dicho algo a alguien? —preguntó Alexandre con el ceño fruncido y levantando la voz.

—No.

—¿Y tú, Arturo?

—No.

—¿Están seguros? —preguntó Alexandre levantando la voz.

—¡Cálmate! No te estoy culpando, pero hay que ser aún más precavidos. Por otra parte, me he enterado de que el Sr. Walker tiene sus propios enemigos y esta no es la primera vez que intentan matarlo. Pero es una gran coincidencia que la bomba explotara cuando íbamos los tres, ¿no creen? ¡A nosotros también quisieron matarnos! De todos modos, vamos a extremar las medidas de seguridad —dijo Ricardo.

Después de ducharse para quitarse el olor a humo y cambiarse de ropa, se sentaron a la mesa para cenar con la magnífica vista de Londres.

Hicieron un gran esfuerzo para empezar a hablar de epistemología. Era un contraste enorme con la explosión de la bomba que había intentado matarlos. Alexandre encendió la grabadora.

—En relación a la epistemología, ¿por qué los enemigos de la razón no quieren que escribamos el libro? —preguntó Alexandre.

—Porque si la gente aprende a pensar con claridad, los titiriteros de la cultura no podrán controlar a sus esclavos y eso no les gusta —dijo Ricardo.

—Exacto. No quieren que la gente piense con claridad, porque podrían alcanzar verdadera autoestima.

—¿Qué tiene que ver la autoestima con pensar con claridad? —preguntó Arturo.

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—La verdadera autoestima, nace de la confianza en uno mismo; la confianza en uno mismo, nace de pensar con claridad; pensar con claridad, solo es posible usando conceptos que nacen de perceptos, y diferenciarlos de los que contienen fanceptos. Gobernantes y gobernados, cada cual, a su particular nivel socioeconómico, buscan estatus social creyendo que están buscando autoestima. Eligen, erróneamente, que su autoestima dependa del lugar que ocupan en la pirámide de la sociedad, pero a nadie se le ocurre cuestionar su propia calidad mental, o la de esa sociedad y cultura. Los que alcanzan poder y un alto estatus social, no entienden por qué sienten un vacío, aunque sean ricos y famosos. La causa se debe a que la autoestima no tiene nada que ver con el estatus social, sino con la calidad de su claridad mental —dijo Alexandre.

—Eso les pasa a los gobernantes y gobernados de cualquier sociedad, pero si los últimos alcanzaran verdadera autoestima, los primeros no podrían manipular a los segundos —añadió Ricardo.

—¡Exacto! Por eso, nuestros enemigos no quieren que escribamos el libro. ¿Cómo podrían gobernar a quienes piensan por sí mismos? ¿Cómo podrían manipular a quienes tienen autoestima? ¿Cómo podrían engañar a quienes son inmunes a la propaganda? ¡No podrían! ¡No pueden permitir que nuestro libro se publique! Por eso, mataron a Ronald y, por eso, ahora quieren matarnos a nosotros. No van a permitir que este libro exista, el libro que enseña a diferenciar la autoestima del estatus social, pero tienen un problema, nada nos va a detener —dijo Alexandre.

—¿Qué se necesita para tener verdadera autoestima? —preguntó Arturo tomando una copa de vino.

—¡Ya lo dije! Pensar con claridad —respondió Alexandre.

—¿Y qué se necesita para pensar con claridad?

—¡Pero Arturo! ¡Pone atención! ¡Si ya lo dije! Pensar con conceptos que no te engañen, —respondió Alexandre.

—¿Y el primer paso es enfocar la mente? —preguntó Arturo.

—Sí, eso es lo primero. Pero lo importante es diferenciar a los conceptos que contienen perceptos de los que contienen fanceptos —dijo Alexandre.

—Perdóname que sea tan lento de entender, pero, ¿podrías explicarlo de nuevo con un ejemplo? —preguntó Arturo.

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—Está bien. Pongamos como ejemplo el concepto del animal “ratón”, no del ratón de una computadora. Imagina al concepto ratón como un álbum de fotos de ratones. Sabemos que los ratones se parecen entre sí, pero no son idénticos. Hay unos más grandes, otros más chicos, de distintos colores, etc. No son idénticos, pero son similares. Los ratones no son las fotos de los ratones. Si le sacamos fotos a distintos ratones, esas fotos son los “perceptos” de los ratones, es decir, nuestras percepciones sensoriales de los ratones que hemos visto en nuestra vida.  Agrupamos en nuestra memoria a esos perceptos en un grupo de cosas menos diferentes entre sí comparadas con otros grupos de cosas más diferentes, como los gatos y perros que también hemos visto en nuestras vidas. El concepto “ratón” se refiere a un grupo de cosas menos diferentes entre sí, comparado con otro grupo de cosas más diferentes, como los gatos. El concepto, primero, diferencia a un grupo de cosas menos diferentes entre sí, (los ratones), comparado con otro grupo de cosas más diferentes, (los gatos), y segundo, omite las medidas específicas de los primeros, (los ratones). Ese es el método correcto para formar conceptos válidos: identificar cosas con características comunes, pero omitir sus medidas específicas. Cuando digo “omitir sus medidas” me estoy refiriendo a “medir” y el acto de medir solo es posible comparando unidades. La “unidad” sirve para medir, por ejemplo, cien centímetros caben en un metro. Pero lo que se mide en un concepto no es distancia sino “características”. Las características de los ratones, por ejemplo, su forma, es la unidad que usamos para compararlos con otros animales y diferenciarlos de los gatos, cuya forma tiene una característica diferente. Cuando formamos un concepto, mentalmente, transformamos unidades similares en unidades idénticas, aunque en la realidad no sean idénticas sino solo similares. Ese proceso de abstracción es el método cognitivo humano para formar conceptos y lo hacemos, implícitamente, cuando aprendemos a hablar cuando niños, es la forma como clasificamos y organizamos la información sensorial en nuestra memoria —dijo Alexandre.

—Como ingeniero acostumbrado a los números me hace sentido —dijo Ricardo y agregó—. Te voy a decir lo que entendí y dame tu opinión al final, ¿estás de acuerdo?

—Sí, claro —dijo Alexandre, viendo que Arturo se rascaba la cabeza tratando de entender y luego Ricardo habló.

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—Esto es lo que entendí. Cuando niños aprendimos a contar con los dedos al mismo tiempo que aprendimos a hablar, es decir, captamos, sin palabras, el concepto “unidad”. La “unidad” es el número “uno” de las matemáticas, que sirve para medir y comparar —dijo Ricardo y agregó—. Si sirve para medir, podemos elegir la unidad en metros para medir distancia, o elegir la unidad kilos para medir peso, pero, en el caso de la formación de conceptos, tenemos que elegir alguna “característica” de un grupo de cosas como unidad para medir o comparar, como, por ejemplo, la forma de un ratón. Una vez elegida la “unidad”, en este caso la forma de los ratones, podemos compararla con la forma de otro tipo de animales, como la forma de los gatos. Lo mismo pasa con el algebra de las ecuaciones científicas, donde las unidades son letras para identificar fuerzas, por ejemplo, la ecuación de la energía de Einstein e = mc2, donde la energía “e” puede ser cualquier número siempre que no sea cero. ¿Está bien lo que entendí? —preguntó Ricardo mientras Arturo continuaba rascándose la cabeza tratando de entender.

—Sí. Un concepto es muy parecido a una fórmula algebraica, donde las letras algebraicas representan unidades de un grupo de cosas que queremos aislar del resto. En el caso de la ecuación de Einstein, la letra “e” se separa de la letra “m” para la masa y de la letra “c” para la velocidad de la luz. La letra “e” representa la “unidad” de energía, pero omite cuántas o cuáles son sus medidas específicas; en el caso del concepto “ratón”, la “unidad” representa las características de la forma de los ratones, que son diferentes a las de los perros y gatos, pero omite también cuántas o cuáles son sus medidas específicas. —dijo Alexandre y agregó—. No olvidemos que aprendimos a hablar junto con aprender a contar con los dedos cuando teníamos dos o tres años. La “unidad” se usa en matemáticas, ecuaciones algebraicas y el comercio, pero también implícitamente al formar conceptos, pero no nos damos cuenta de ello. De hecho, el concepto “unidad” conecta la metafísica con la epistemología, es decir, la realidad misma que existe tal cual es, de cómo el hombre clasifica las cosas del mundo que percibe con sus sentidos —dijo Alexandre.

—Estoy entendiendo la mitad —dijo Arturo y agregó—. Pero, lo que no veo en tu ejemplo es el fancepto. ¿Dónde está?

—Si reemplazas a las fotos de los ratones por dibujos de Mickey Mouse, los dibujos de Mickey son fanceptos.  Cuando dices “ratón”, aunque la palabra se escriba y pronuncie igual, puede referirse a la foto de un ratón de verdad, o a un dibujo de Mickey, un dibujo sobre un papel imaginado en la mente de Walt Disney.

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La fantasía de Mickey, en la mente de Walt Disney, es un ente imaginario; el dibujo de Mickey en el papel, es el fancepto, que representa a su ente imaginario fantástico. Por otro lado, un ratón de verdad, es un animal que existe; su foto, el percepto, que representa a un ente real, es decir, no imaginado. Un percepto, es el resultado objetivo de las percepciones sensoriales; un fancepto, el dibujo en un papel de una fantasía en particular en la imaginación de una persona. El fancepto de Mickey, es subjetivo; el percepto de un ratón real, objetivo; el fancepto, deriva del percepto; el percepto, puede existir sin un fancepto; el fancepto, no puede existir sin un percepto; el percepto, es primero; el fancepto, segundo. Digámoslo de nuevo, todo fancepto, es subjetivo; todo percepto, objetivo; todo fancepto, deriva de un percepto; el primero, no puede existir sin el segundo; el segundo, puede existir sin el primero. A Walt Disney no se le habría ocurrido imaginar a Mickey si nunca hubiera visto un ratón real en su vida. Mickey, es la entidad fantástica en la imaginación de Disney; el dibujo de Mickey en un papel, el fancepto. Pero para imaginar a Mickey, Walt Disney, primero que nada, tuvo que inspirarse en un ratón real, es decir, en las fotografías mentales de ratones almacenadas en la memoria de su cerebro. Esto significa que ningún fancepto puede existir sin la existencia previa de un percepto, que es la fotografía de una entidad real que existe en el mundo objetivo. Como pueden ver, todo lo que el hombre conoce, incluso las fantasías subjetivas que imagina y que solo existen en la mente del hombre que las imagina, comienza por la existencia que existe, a partir de las cosas naturales, dadas y absolutas que existen y que se pueden percibir con los órganos de los sentidos, como los ratones. Dos personas que dicen “ratón” pareciera que están hablando de lo mismo, pero si sus conceptos contienen perceptos o fanceptos se van a estar refiriendo a cosas muy diferentes. Imagina a dos personas de buena fe tratando de comunicarse, una de ellas, usando el concepto “ratón” conteniendo a dibujos de Mickey, y la otra, usando el concepto “ratón” conteniendo fotografías de ratones de verdad. ¿Podrán entenderse? ¿Podrán los jueces y jefes de Estado juzgar o firmar acuerdos geopolíticos apropiados? ¿Podrán los novios entenderse? ¿Se pueden tomar buenas decisiones? Dijimos en una reunión pasada que era importante saber dónde estábamos parados en la cancha para jugar el partido de nuestras vidas y poder meter goles. Esto es fundamental de entender. Las palabras pueden parecer lo mismo por fuera, pero pueden referirse a cosas completamente diferentes, dependiendo si contienen perceptos o fanceptos. La causa de la miseria política es la miseria cognitiva y radica en la ignorancia epistemológica —dijo Alexandre.

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—Me sigue costando entender todo esto —dijo Arturo.

—No pretendas entender todo de inmediato. Necesitas repasar estas palabras una y otra vez. Al principio parece imposible, pero cuando lo piensas lentamente, muy lentamente, en cámara lenta, lo entiendes y entonces es muy simple. Ahora les voy a mostrar una presentación en Power Point que me la hice a mí mismo para entender todo esto. La resumí a diez minutos y también les ayudará a ustedes para que lo entiendan —dijo Alexandre.

Les hizo la presentación y después les quedó mucho más claro. No era fácil resumir y explicar estas cosas, pero la riqueza que escondían era invaluable. Usaron la pizarra blanca e hicieron esquemas y dibujos. No se habían dado cuenta, pero habían pasado horas. Estaban exhaustos, por lo que decidieron salir a caminar. Aunque era de noche en la madrugada, los tres bajaron a la calle con capuchas y gafas de sol para no ser reconocidos. Entraron en una cafetería y se quedaron un rato, pero nadie los reconoció. Treinta minutos después estaban de vuelta frente al edificio. Mientras esperaban el ascensor, Alexandre se dio cuenta de que había olvidado su billetera en el café.

—¡Ustedes, suban! ¡Yo voy a buscar mi billetera y vuelvo! dijo y corrió hacia la cafetería.

Cuando regresó al edificio estaba jadeando por la carrera. Vio a Francisca parada en el porche delantero, de espaldas a él. Cuando lo vio, ella lo abrazó y comenzó a besarlo. Lo besó en las mejillas, la frente, las orejas, el cuello y luego le dio un largo beso en la boca.

—Has bebido demasiado. Será mejor que vayamos al ascensor —dijo Alexandre, la tomó por la cintura y entraron al edificio.

Ella marcó los pisos 14 y 15 y en el espejo del ascensor Alexandre vio que se le había caído la capucha y llevaba las gafas de sol en la mano. En la urgencia de ir a buscar su billetera, había corrido con el rostro descubierto y sin gafas. Ella lo había estampado con besos así que con su mano se quitó el colorete de su rostro y de su cuello.

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—Tú vas al 15 y yo voy al 14. Me encanta saber que estás encima mío —dijo sin modular su voz—. Creo que te amo. Ven y hazme el amor ahora —añadió cuando llegaron al piso 14. Alexandre se dio cuenta de que ella no sabía que una bomba había explotado en el avión de su padre y de que él estaba mal herido.

—¿Tienes tu celular? —preguntó Alexandre.

—No. Lo olvidé en mi cama. ¿Me acompañas a buscarlo? —contestó ella y pensó, “¡A ver qué tan hombrecito eres!”

—Francisca, una bomba explotó en el avión de tu padre cuando regresaban de Edimburgo. Lograron aterrizar, pero él está gravemente herido en el Hospital Universitario de Londres.

—¿Qué? —preguntó ella.           

—Nos pidió que no suspendiéramos esta reunión —dijo él.

—Haz lo que dice y yo iré al hospital, no te preocupes por mí, estoy bien, gracias —y completamente sobria corrió a su dormitorio cuando la puerta del ascensor se cerró.

—¡Mirá qué rápido sós! —dijo Arturo con su acento argentino.

—Fui y volví corriendo, por eso estoy jadeando —dijo Alexandre.

—¡No boludo! ¡No lo digo por eso! —exclamó Arturo— ¡Tienes el cuello lleno de rouge! ¿La camarera te tapó a besos? —preguntó riéndose.

Alexandre sonrió y miró al suelo, limpiando el resto del colorete en su cuello con una servilleta. No dijo nada más ni nadie preguntó.

Siguieron trabajando y terminaron a las cinco de la mañana. Se quedaron un rato jugando pool y hablando del próximo Mundial de Rusia.

Al día siguiente Alexandre regresó a Barcelona.

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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