Después de la muerte de Ronald, Patrick no podía entender por qué Alexandre se encerraba en su apartamento y no recibía a nadie. Nunca olvidó cuando asistió a una de las reuniones de filosofía que hacían con Ronald.
Le habló creyendo que, tal vez, necesitaba ayuda de un psicólogo, pero Alexandre le dejó claro que se encontraba bien, y Patrick quedó satisfecho, porque lo veía tranquilo y confiado.
En el segundo tiempo, consiguieron el empate y cinco minutos para el final del partido, Alexandre asistió al gol de la victoria y Los Reyes de Barcelona volvieron a ganar.
En el hotel, Alexandre encontró a Yellow. Salieron y al cabo de veinte minutos el coche pasó por el puente de Westminster, con el Big Ben a la derecha. Poco después, Yellow detuvo el auto frente a un antiguo edificio de apartamentos de lujo de 15 pisos.
—Sígueme —dijo en el hall de acceso, entraron al ascensor, subieron al último piso y cuando abrió sus puertas fueron recibidos por un gran vestíbulo de mármol rojo con dos leones de mármol negro a los lados de una alta puerta de caoba con una cámara de vigilancia arriba.
Yellow levantó su rostro hacia la cámara. La puerta se abrió.
Alexandre entró en la lujosa sala de estar y vio que era un gran espacio con ventanales de piso a cielo, amoblado con finos muebles modernos mezclados con exquisitas antigüedades y cuadros de pintores famosos que valían una fortuna. La vista panorámica de Londres resaltaba a través de grandes ventanales modernos. Podía ver la Casa del Parlamento, el Big Ben, el Hyde Park al fondo y “La Rueda” al otro lado del Támesis. Era un espectáculo difícil de igualar y evocaba las pinturas de Canaletto.
Mientras contemplaba, en éxtasis, la vista nocturna de la ciudad, sintió que alguien entraba a la sala. Se giró y allí estaba Francisca, con un elegante y ceñido vestido de seda azul claro, que armonizaba con la gruesa alfombra azul oscuro. Sus ojos calipso resaltaban como dos estrellas brillantes. Era elegancia rodeada de erotismo, inteligencia rodeada de dulzura. Alexandre quedó encantado al instante.
—¿Me llevarás a un gran walking-closet? —le preguntó con una sonrisa y mirada pícara, pero con voz insegura.
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