Él se giró y lanzó un misil bajo a sus rodillas y al mismo tiempo vio a otro en el aire moviéndose hacia su frente. El misil de su enemigo no explotó en el blanco gracias a su sistema antimisiles tipo “guante” que logró detenerlo. Lo vio explotar en el aire en una explosión blanca de fuegos artificiales. Cuando subieron al coche para dirigirse al hotel, como dos oligarcas sádicos que contemplan a sus soldados caídos en el campo de batalla, no dejaron de reír al ver las huellas en la nieve, como fieles testigos de la masacre del amor mezclado con tristeza, rabia, angustia y alegría de vivir.
Habían encendido la chimenea, y sentados y abrazados en el sofá contemplaban la danza del fuego, libre, indómito. Ambos disfrutaban en silencio del suave ronroneo de las llamas cuyo calor había invadido sus cuerpos que los condujo a la suite. El fuego se había consumido, pero algo andaba mal, y se había notado en la cama. Se quedaron dormidos.
—Buenos días mi amor —Victoria lo despertó con un delicioso desayuno que llevó en una bandeja al dormitorio.
Pasarían toda la semana juntos y recibirían el año nuevo en el río Támesis. Él había alquilado un barco privado con algunos de sus amigos del camerino.
—No necesitas mentirme. No me interesa lo que hagas. Siempre estaré contigo —Victoria le dijo tomándolo por sorpresa.
—¿De qué estás hablando? —preguntó él.
—No fuiste a Barcelona después del último partido que jugaste en Londres —dijo ella.
Él permaneció inmóvil y en silencio, mirando hacia adelante.
—Tres amigas te vieron correr esa noche. Besaste a una pelirroja y entraste a un edificio abrazándola. Te tomaron fotos y yo las vi. ¿Por qué me mentiste?
Hubo un largo silencio.
—Es la misma pelirroja del funeral que chocó contigo.
Hubo otro silencio más largo.
—No sé de qué estás hablando, Victoria. Me has hecho demasiadas preguntas y no puedo responderlas juntas.
—Entonces respóndelas una por una.
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