ACTO I - CAPÍTULO 14

4ª REUNIÓN FILOSÓFICA

DUBÁI

Sábado 20 de enero de 2018

Dubái Emiratos Árabes Unidos

Alexandre estaba en el lobby del hotel Luxor Arab en Dubái esperando ver a Yellow. Sus amigos de la selección francesa se despedían. Habían ganado cuatro a uno al equipo de Emiratos Árabes Unidos. Había sido un partido amistoso de preparación para el Mundial.

Victoria estaba completamente recuperada y entusiasmada con su matrimonio. Ella propuso varias fechas y eligieron el sábado 15 de septiembre de ese mismo año. Querían hacer algo íntimo, familiar, exclusivo, elegante y sin periodistas.

La noticia de su compromiso fue noticia en muchos medios, pero Alexandre nunca hablaba de su vida privada, sólo de futbol, ​​como le había enseñado Patrick, su representante.

A Patrick todavía le preocupaba que se desconectara un fin de semana al mes, pero Alexandre reiteró que todo estaba bien y que después del Mundial todo volvería a la normalidad.

Todavía le costaba entender algunas cosas de epistemología, pero hizo un gran esfuerzo porque sabía que era importante. Hizo el resumen en una Tablet nueva a la que le quitó el micrófono y todas las demás piezas que podían rastrearlo o conectarlo a Internet.

Esperaba ver a Yellow entrar por la puerta del hotel, pero salió del ascensor.

—Sígueme —dijo cuando apareció.

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Volvieron a entrar al ascensor, subieron al piso 57 y caminaron hasta una de las habitaciones donde Yellow abrió la puerta con una tarjeta.

Al entrar a la suite había un enorme salón con vistas al mar. El sol comenzaba a hundirse tras el horizonte.

—¡Hola Alexandre! ¡Parece como si hubiera pasado un siglo desde la última reunión en Londres! —dijo Ricardo acercándose para darle un abrazo.

—¡Felicidades! ¡Novio del año! ¡Pero qué buenas noticias! ¡Victoria es hermosa! —Arturo celebró su compromiso.

—Gracias.

—Aquí tenemos todo lo que necesitamos —dijo Ricardo señalando la pizarra y los rotuladores.

—Para cualquier emergencia tenemos el helicóptero arriba. La buena noticia es que el Sr. Walker se está recuperando. Las heridas no fueron tan graves y pronto podrá volver a caminar —dijo Ricardo mientras dos hermosas mujeres árabes servían la cena, que en aquella ocasión también era comida árabe.

Alexandre les leyó su resumen del encuentro anterior. Después hicieron un descanso y hablaron sobre el Mundial de futbol.

—Brasil está muy fuerte y fue el primero en clasificarse, pero me preocupa Alemania y también los rusos que están tirando toda la carne al asador —dijo Ricardo.

—Argentina puede ganar, ¿sabes? Es la oportunidad de Tessini de reconciliarse con Argentina. Todavía le duele haber perdido la Copa América por fallar ese penal en la final —dijo Arturo.

Una vez en el salón, Alexandre encendió la grabadora, preparó la pizarra y probó los rotuladores porque necesitaba hacer varios dibujos explicativos.

—¿Qué tema nuevo traes hoy? —preguntó Arturo.

—Lo que sigue es lógica. Lo más importante de entender de la lógica es entender la Ley de Identidad que descubrió Aristóteles —dijo Alexandre.

—Sí, claro, A es A, la pelota es la pelota, y si la pelota es la pelota, la pelota no se mancha —dijo Arturo echando a la risa.

Había cometido muchos errores en su vida, pero, aunque tenía un grave problema con las drogas, tenía un corazón de oro. La gente sabía que era sincero y por eso lo amaban. Le resultaba divertido hablar como un chico de barrio.

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—La lógica se basa en que algo no puede ser una cosa y otra al mismo tiempo. Eso es todo lo que necesitas saber de lógica para pensar con claridad —dijo Alexandre—, dos más dos son cuatro, no, cinco ni veintidós —agregó.

Luego hablaron de sujetos y predicados, proposiciones y conclusiones, silogismos y falacias y Ricardo dijo que él, como ingeniero, usaba ingeniería inversa para descubrir conceptos flotantes. Los conceptos flotantes carecían de perceptos y fanceptos, eran palabras que eran sólo sonidos, pero que no se referían a nada concreto, ni siquiera a una fantasía en particular. Un concepto flotante no contenía perceptos ni fanceptos, sólo niebla mental o un vacío.

Al día siguiente continuaron la reunión durante el desayuno. A través de los grandes ventanales se podía ver que el día estaba soleado, sin nubes y el mar de un azul intenso.

Ricardo le dijo que le tenían preparada una sorpresa. Al mediodía subieron al helipuerto donde los esperaba un helicóptero. Despegaron y en diez minutos aterrizaron en un aeropuerto privado. No sabía qué era, pero no tardó mucho en descubrirlo.

—Aprender a saltar con paracaídas nos ayudará en caso de emergencia. Ya atacaron el avión y podrían atacar el helicóptero. El padre de Francisca lo exigió porque está muy preocupado. Lo han amenazado de muerte varias veces después de que explotó la bomba en el avión —le dijo Ricardo.

—Lo haremos los tres y lo mantendremos en secreto —añadió.

Alexandre vio los aviones y observó algunos paracaídas. Ya sentía una sensación de vértigo con solo pensarlo.

—Hoy haremos la práctica y al final saltaréis en tándem, cada uno atado a uno de nosotros —dijo el instructor principal—. Aprenderán a armar sus propios paracaídas. Si lo empacan bien, viven; si empacan mal, mueren —añadió en tono militar.

Firmaron una carta que lo liberaba de toda responsabilidad si morían.

Por la mañana aprendieron a empacar el paracaídas. Lo último que practicaron fue aterrizar y conducirlo. El instructor explicó que al paracaídas lo llamaban “alar” porque actuaba como un ala, es decir, al mismo tiempo que caía avanzaba y el paracaidista podía guiarlo hasta el punto de aterrizaje.

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Pasado el mediodía abordaron un avión bimotor. Cuando alcanzaron los diez mil pies de altura, Arturo salió primero atado a su instructor, seguido por Ricardo y unos segundos después Alexandre.

En el aire cayeron a doscientos kilómetros por hora. Sintieron como el viento los sostenía. Alexandre observó cómo el mar de Dubái se acercaba lentamente. Tras 50 segundos de caída libre, su instructor abrió el paracaídas. Más abajo vio abiertos los paracaídas de Arturo y Ricardo, casi llegando a la pista de aterrizaje y al poco tiempo él y su instructor aterrizaron.

—Aquí tienen el manual y un vídeo de todo lo que aprendimos para que lo estudien. Además, se llevarán un paracaídas para que puedan practicar cómo empacar. Dentro de un mes saltarán solos y tendrán que abrir los paracaídas ustedes mismos. ¿Alguna pregunta?

No había preguntas. Cenaron y brindaron por la suerte de estar vivos.

—Se valora más la vida en contraste con la muerte —dijo el instructor jefe, un hombre de pocas palabras que aún se encontraba en servicio militar activo.

Tomaron el helicóptero y regresaron al hotel. Ya en su habitación del piso 57 continuaron compartiendo sus experiencias del salto en paracaídas y de cómo se sentían para abrir ellos mismos el paracaídas dentro de un mes.

—No sé si pueda saltar solo, pero lo intentaré —dijo Arturo.

—Yo digo lo mismo —dijo Ricardo.

—Pero, ¿acaso el padre de Francisca no lo está exigiendo para seguir ayudándonos? —preguntó Alexandre.

—Así es —dijo Ricardo cabizbajo.

Por la tarde Alexandre encendió la grabadora y siguieron avanzando con los temas filosóficos. Cuando eran pasadas las ocho de la noche terminaron. Arturo y Ricardo se levantaron y trajeron sus maletas.

—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras —dijo Ricardo.

—¿No se quedarán? —preguntó Alexandre.

—No, nos vamos a Oslo. El Sr. Walker nos envió su nuevo avión. Yellow se quedará aquí y te llevará mañana al aeropuerto —dijo Ricardo y se despidieron.

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Alexandre se quedó en la sala recordando el salto en paracaídas, ¿podría lanzarse al vacío solo? ¿Podría abrir su paracaídas por sí mismo cayendo a doscientos kilómetros por hora? En el peor de los casos se mataría. “Prefiero reventarme en el suelo luchando por mis ideales,” pensó, “que morirme de viejo o aburrido.”

Se sentó en el sofá de la sala y encendió la televisión para ver las noticias. El mercado de valores seguía subiendo. El Bitcoin se estaba disparando. El precio del oro se mantenía lateral. Las tensiones en Oriente Medio habían aumentado después de que el presidente de los Estados Unidos MacDoe reconociera a Jerusalén como capital de Israel. Corea del Norte parecía haberse calmado, pero se preparaba para lanzar un nuevo misil balístico.

Las selecciones clasificadas al Mundial, además de Rusia y Brasil, eran Argentina, España, México, Alemania, Inglaterra, Colombia, Uruguay, Japón y Francia.

El presidente de Rusia se postulaba para la reelección y le había pedido a Arturo que hiciera publicidad para el Mundial.

Alexandre se dio cuenta de que se había quedado dormido viendo la televisión cuando despertó. Frente a él estaba Francisca.

—¿Tú? ¿Aquí? Pensé que te habías ido —dijo ella parándose en sus tacones altos y mirándolo durante un largo rato en silencio, intrigada. “¡Qué vergüenza! ¡En Londres me porté como una tonta!” recordó. En sus ojos había una mezcla de orgullo, dulzura e impotencia, de tristeza y alegría, como si quisiera decirle algo que no podía.

Él miró sus curvas, su silueta, su cabello. “¡Es tan bella!”, pensó, sintiendo que su cuerpo se electrizaba. Era como un poema no leído, una sinfonía inédita. Se sentía tan atraído, pero no era sólo su belleza física, sino un profundo misterio, un tesoro enterrado en su alma que él sabía que no podía alcanzar.

—Arturo y Ricardo se fueron hace una hora. Me voy mañana por la mañana. ¿Cómo está tu padre? —preguntó él.

—Es un gato con siete vidas. Ya camina y pronto dejará de usar muletas. Gracias por preguntar.

—¿Este hotel también es de ustedes? —preguntó él.

—Nuestra cadena no tiene ninguno en Emiratos. Pero mi padre reserva este apartamento durante todo el año.

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—¿Llegaste en helicóptero? —preguntó Alexandre.

—Sí —dijo, quitándose los tacones y dirigiéndose a la barra con su vestido corto—. ¿Quieres un whisky? —preguntó ella.

—Sin hielo —respondió él.

—A mí me gusta sin hielo igual que a ti —dijo ella, preparó dos vasos, se acercó para pasarle uno y preguntó—. ¿Tuviste mucho miedo?

—¿Te refieres al salto en paracaídas?  —preguntó él. Ella se lo quedó mirando sorprendida y pensó, “¡Obvio que si pajarito!”

—Le dije a mi padre que todos ustedes deberían aprender a usar un paracaídas. Él es un paracaidista experimentado. Siempre lleva el suyo en el avión. Después de la bomba lo han amenazado de muerte varias veces, ¿sabes? Todos deberíamos usar paracaídas cuando volamos —dijo Francisca.

—¿Tú has saltado? —preguntó él.

—Más de mil veces —respondió desviando la mirada como si ya fuera una rutina aburrida—. No me entusiasma tanto como al principio, pero ahora es necesario. Nuestros enemigos son muy poderosos —añadió.

Hablaron de Dubái y de la copa de futbol. Francisca, estaba sentada en un sofá con los pies descalzos enfrente de él; Alexandre, en un sofá igual enfrente de ella. Después del tercer whisky ella se cambió a su sofá y se quedaron juntos mirando el mar.

—Me estaba perdiendo la vista del mar por el placer de mirarte a ti —dijo coqueteando.

“¡Que irresistible esta mujer!”, pensó él conteniéndose. Tenía las piernas ligeramente dobladas y apoyaba las plantas de los pies en el borde de la mesa de café. Su falda corta dejaba al descubierto sus hermosos muslos. En la conversación ella, lenta y despreocupadamente, fue poco a poco deslizando su falda hasta exponerlos casi por completo. Las manos de Alexandre querían moverse. De repente, ella giró el cuerpo y apoyó la cabeza en el reposabrazos del sofá, estirando los pies y apoyando las pantorrillas en los muslos de Alexandre.

—¿No te importa? —preguntó ella bajándose la falda para cubrir sus muslos.

—No —dijo él inmóvil. “¡Que descarada eres! ¡Me encantas!”, pensó.

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—Cómo me gustaría que me dieras un masaje. Caminé mucho hoy, ¿sabes? —dijo ella.

Sus pies eran hermosos y sofisticadamente cuidados. Él puso sus manos en sus empeines y comenzó a acariciarlos con la punta de sus dedos. Su piel era suave y cálida. Comenzó por sus plantas y subió por sus pantorrillas. Tomó uno de sus empeines y lo besó, “¡quiero desnudarte!”, pensó.

—Espera —dijo ella, se levantó y se fue. Tres minutos más tarde regresó descalza y desnuda, envuelta en una bata de seda blanca.

—Necesitamos ducharnos. ¡Ven! —le dijo, tomó su mano y lo condujo al espacioso y lujoso baño de la suite. Colgó la bata y entró en la gran ducha rodeada de cristales del suelo al techo. Él estaba paralizado.

—¡Vamos Alexandre! ¡Dúchate conmigo!

Miró su escultural figura y cuando fue a tomarla del brazo para besarla, se detuvo. “¡Victoria, únete a la fiesta!”, pensó.

—Eres única y hermosa Francisca. Te quiero con todas mis fuerzas, pero no puedo. Te espero en la sala —dijo y salió del baño hasta llegar al mismo sofá.

—¿Qué pasa? No voy a interferir en tu matrimonio —le dijo ella cuando volvió al sofá en bata y una toalla en la cabeza—. Victoria es hermosa e inteligente como yo. No quiero lastimarla, pero, ¿qué daño le haríamos si ella nunca se entera? Podemos ser amantes. “¿Caerás pajarito, caerás?”, pensó y dijo—. Sólo tienes que guardar el secreto. Ella nunca se enteraría. ¿Acaso no le ocultas cosas porque la amas? ¿No sería otra forma de probar tu amor por ella?

—Francisca, quiero acostarme contigo, pero hice un pacto con ella.

—¿Qué pacto?

—Nunca nos mentiremos. Ella está dispuesta a aceptar que me acueste con otra mujer, pero con la condición de avisarle de antemano. Dijo que me dejaría o se uniría a la fiesta.

—¿Un trío? ¡Mira qué mujer! También me gustaría compartirte con ella. La verdad es que ahora la admiro más. Ella es tan atractiva.

—Hablaré con ella cuando sea el momento adecuado.

—Quizás ese momento nunca llegue, Alexandre.

—Es mi decisión final.

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—Ya veremos, pero te equivocas si crees que hablaré. Sé cómo ser una tumba. No diré una palabra y ella nunca lo sabrá. Piénsalo, ella nunca lo sabrá. Te espero desnuda en la cama —le dijo, lo besó en la boca, dejó caer la bata y se fue.

—Francisca, eres fascinante y te deseo, pero mi decisión es definitiva, no me esperes, y que duermas bien —le dijo sin levantarse del sofá, viendo como ella se alejaba completamente desnuda.

Francisca se metió en la cama. Estaba perturbada. ¡Cuánto amaba a Alexandre! ¡Qué ejemplo de integridad le había dado! Se sintió avergonzada, feliz y satisfecha al mismo tiempo y le pareció ver una pequeña luz al final del túnel. En ese momento quería estar en los brazos del hombre que había conocido, pero tenía miedo de enamorarse de él. Su esperanza comenzaba a ser más fuerte que su miedo. Ella tomó su celular y le envió un mensaje. «QUIZÁS EMPIECE A AMARTE».

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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