—¡Lo amo mamá, pero no quiero que le pase nada malo!
—Qué le puede pasar hija, él está bien y Francia clasificó al Mundial y nosotros también. Todo está perfecto —dijo su madre.
—No sé qué voy a hacer si la final es entre Francia e Inglaterra, me dividiría en dos —dijo Victoria.
—Aún quedan más de cuatro meses, así que relájate —añadió su madre.
—¡Qué gol metiste Alexandre! Ojalá la final del Mundial no sea entre Francia y España —le dijo Jiménez en el vestuario.
—Ni yo.
Cuando el equipo regresó al hotel, Alexandre buscó a Yellow, quien lo llevó en el mismo auto que le había salvado la vida. Llegaron a un alto portón de hierro forjado que se abrió y entraron a un patio adoquinado.
—¿Dónde estamos?
—En el barrio de Los Alerces del distrito de San Martín en Madrid. Este palacio pertenece a un amigo del Sr. Walker.
—¡Alexandre! ¡Qué gol has marcado! ¡Me recordó el gol del siglo que marqué en Buenos Aires! ¡Fue muy parecido! ¿Sabes que ahora todo el mundo habla de filosofía? ¿Escuchaste el relato del periodista? —le preguntó Arturo al recibirlo.
—No.
—¡Quiero aprender filosofía! —gritaba como loco.
—No lo escuché.
—Hay que escucharlo. Es divertido. Se volvió completamente loco. Todo el mundo está hablando de ello.
—Hola Alexandre —lo saludó Ricardo.
—Hola.
Antes de iniciar la reunión, Ricardo les contó que al padre de Francisca le habían disparado en un viaje a Australia, pero que se encontraba bien. El mismo día bloquearon las tarjetas de crédito de Ricardo y, también ese mismo día, los dirigentes del club que Arturo dirigía en Dubái le advirtieron que no querían que desconectara su celular un fin de semana al mes, que era lo que hacía en las reuniones para escribir el libro.
Mientras discutían lo que estaba pasando, apareció Yellow con unas copas y una botella de champagne. La abrió, sirvió los vasos y se fue.
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