ACTO I - CAPÍTULO 19

JEFE DE PARÍS

Miércoles 28 de febrero

Club de esgrima Tour D’Cygne

París Francia

Franco Gambino y Lenel Anston caminaban hacia su reunión con los demás miembros de La Familia.

Lenel cojeaba y todavía se recuperaba de la caída de su motocicleta en Múnich. Se cambiaron de ropa y se pusieron sus túnicas para entrar al templo para realizar el ritual de estilo masónico en una habitación semi oscura.

—La Familia agradece sus esfuerzos, camarada Halcón —le dijo Franco a Lenel, encabezando la reunión junto a otros treinta hombres influyentes en la política europea. Halcón era el nombre del iniciado, el nombre secreto que Lenel usaba dentro del grupo para diferenciarlo de su nombre profano.

—En reconocimiento a tu lealtad a partir de ahora eres el Jefe de París —añadió Franco al finalizar la ceremonia.

Lenel se puso de pie y fue conducido por el maestro de ceremonias hasta el centro de la sala. Luego recibió la espada del poder y el bastón del misterio junto con el aplauso del resto que lo rodearon en círculo. En el ritual se arrodillaban en gesto de sumisión al nuevo líder. El ritual de obediencia consistía en poner la punta de la espada en la cabeza de cada persona y esperar a que dijeran: “Fiel a ti hasta la muerte sin preguntar”. Cada uno lo hizo, repitiendo el antiguo juramento místico que las dinastías habían conservado desde la Edad de Bronce.

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Lenel era jefe de París, pero no confiaba en Franco ni en el liderazgo de La Familia, a quienes consideraba hipócritas. Gobernaría París con mano dura para hacer la voluntad de Dios.

—Este servidor debe retirarse para dar paso a las nuevas generaciones que continuarán nuestra obra milenaria —añadió Franco en su discurso final.

Al salir de la reunión Franco lo invitó a su departamento para celebrar. Cinco minutos después, llegaron cinco personas que Lenel no conocía. Cenaron sentados en una mesa grande de madera comentando la antigua tradición de sus familias, un ideal que había permanecido intacto durante más de cuarenta generaciones en el más absoluto secreto.

—La experiencia que hemos acumulado a lo largo de siglos no es en vano y ahora sabréis encauzar nuestro trabajo para seguir acumulando poder en nuestra orden. ¡Salud por el Halcón! —Franco ofreció un brindis.

—¡Salud! —repitieron los demás.

—La Familia está contenta y tranquila y necesita que Halcón no caiga en la trampa de la violencia innecesaria —dijo el mayor de los sentados a la mesa.

Lenel supo que era una advertencia para que no volviera a intentar matar a Alexandre.

—¿Y si cae en la trampa? —preguntó Lenel desafiante, ebrio de su nuevo poder.

—La Familia no va a estar contenta ni tranquila —respondió el mayor. Era de piel blanca, calvo, delgado, con rostro de calavera, ojos marrones y de mediana estatura.

Se llamaba Genaro Spoletti, y era el jefe oculto, de una secta oculta, dentro de una mafia oculta que gobernaba La Familia. Llevaba una gran cadena y crucifijo de oro encima de su camisa negra. Debajo había una cadena de plata con un medallón que tenía el símbolo de la luna creciente y la estrella en un lado y un Buda en el otro.

—Si La Familia es generosa… hay que ser generoso con La Familia —añadió.

—Soy generoso con La Familia porque mi ideal es seguir la voluntad divina —dijo Lenel.

Permanecieron en silencio durante varios segundos.

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—No hablo de ideales divinos, bambino, hablo de la voluntad de La Familia —dijo el anciano—. La Familia quiere ser generosa contigo, pero tú debes ser generoso con La Familia. No queremos que sufras otro accidente de moto. Ese caso está cerrado. ¿Capisci? —añadió.

El viejo estaba inventando la historia de que alguien de La Familia lo había hecho caer de su motocicleta en la autopista, después de dispararle al auto donde iba Alexandre. Lenel se sintió indignado, pero no se dejó asustar.

—¿Me está pidiendo que me ponga a sus pies por recibir el control de París? —le preguntó Lenel. El anciano no respondió ni nadie dijo nada y todos permanecieron inmóviles por un minuto en un silencio ensordecedor—. ¿Quiere que deje de tener fe y niegue mis propias convicciones porque usted me lo pide? —preguntó Lenel nuevamente viendo que uno de los guardaespaldas tomaba un enorme cuchillo de carnicero dejándolo frente a Genaro.

El silencio se repitió y se hizo más fuerte.

En ese momento Lenel comprendió el coste de controlar París. Lo matarían o cortarían algo si no obedecía. Sintió que había caído en una trampa y quería dejarla, pero ya era demasiado tarde. Otra parte de su cerebro pensó: “¿Cómo vas a hacer justicia divina sin poder político?” Se sintió atrapado en una contradicción y su mente produjo una espesa niebla mental para no verla.

—Disculpen —dijo Lenel, fue al baño y vomitó. No sabía la causa de la reacción de su cuerpo ni se permitiría descubrirla.

Cuando regresó al comedor, estaba débil, pálido, perdido y partido en dos. Ellos estaban de pie alrededor de la mesa.

—Bambino, esto te hará sentir mejor —le dijo Franco pasándole una copa de champaña.

—Saludos al Halcón que se suma a la Familia —dijo el anciano Genaro.

—¡Salud! —dijeron todos y la voz de Lenel apenas se escuchó. El brillo de sus ojos había desaparecido.

El anciano le hizo un gesto al guardaespaldas para que guardara el cuchillo de chef con el que iban a cortarle el dedo. No había sido necesario. El Halcón había sido domesticado. Obedecería la voluntad de La Familia.

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—¿Necesitamos que lo controles, capisci? —le dijo el viejo a Franco cuando Lenel se fue.

—Capisci.

—¿Halcón sabe algo? —preguntó el anciano.

—No.

—¿Están seguros los códigos?

—Sí.

—¿Revisaste todas las posibilidades?

—Si tienes dudas, ¿por qué no cambiarlos? —preguntó Franco.

—Me sorprende que preguntes eso Franco, pareces un bambino, ¿quieres esperar otros veinte años? Ese es el tiempo que nos llevaría volver a realizar una operación como ésta. Hasta este momento no hemos fallado en ninguno de los pasos. En cinco meses coronaremos el esfuerzo de nuestras vidas y de nuestros antepasados. La Gran Familia nos recordará como los padres del nuevo mundo —dijo el anciano.

—Para hacer tortillas hay que romper huevos, ¿verdad? —dijo Franco.

—¿Y de qué otra manera? ¡Pero ten cuidado! Ahora más que nunca tenemos que tener cuidado. No queremos que el bambino lo arruine todo. ¿Capisci?

—Capisci.

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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