ACTO I - CAPÍTULO 21

RECUERDO DESDE PARÍS

Lunes 12 de marzo de 2018

Club de esgrima Tour D’Cygne

París Francia

—Algún día te voy a ganar —le dijo Lenel a Franco mientras salían del Club de Esgrima. Caminaban hacia su punto de encuentro habitual para realizar el ritual con los demás iniciados.

—Será una tarea difícil considerando los profesores rusos que tuve en mis inicios —respondió Gambino.

El plan de Lenel era conseguir aliados dentro de La Familia y llevar a cabo “un golpe de Estado” que sería la purga necesaria para reformarla. Seleccionó a sus seguidores más jóvenes y leales y conspiraba con ellos en secreto.

—¿Vas a la final de Moscú? —preguntó Lenel.

—No. Lo veré por televisión desde la casa que me construí en Nueva Zelanda. Espero que para entonces esté terminada. ¿Y tú?

—Como jefe de París, será un honor para mí reemplazar a alguien que ha sido mi mentor todos estos años —añadió Lenel en la más cínica muestra de lealtad.

Franco quería a Lenel, y le hubiera gustado decirle que no fuera a Moscú. Había sido como un hijo para él al principio, pero merecía morir si iba a traicionarlo. Franco sabía que Lenel no tenía los códigos que el hacker Peter Bolt había descubierto porque se había asegurado de que esa opción no existiera. En ese momento recordó lo que había pasado.

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Lo primero que hizo, fue pedirle a Lenel que contratara a un sicario para matar a Bolt en su apartamento. Debería matarlo tres horas antes del funeral de Ronald, según la carta astrológica de la hora apropiada para cometer el asesinato. Pero había otra condición. Lenel tenía que darle el nombre y la foto del sicario quien debería usar un tipo de arma, silenciador y balas apropiadas que Franco le diría, y por las mismas razones: magia astrológica. Franco le prometió a Lenel que si cumplía lo nombraría jefe de La Familia en todo el mundo, oferta a la cual no pudo resistirse. Antes de que el sicario asesinara a Bolt, Lenel debía estar en un lugar público a trescientos metros de Casa Milá, en un lugar y hora específicos, también por motivos astrológicos. Debía esperar allí para recibir una llamada. Después tenía que ir al apartamento de Bolt y buscar un pendrive amarillo sin importar lo que viera en la escena del crimen. Lenel no sabía que contenía el pendrive. Se lo tenía que entregar a Franco en el funeral de Ronald y no podía copiarlo ni leerlo. Lenel decidió hacer exactamente lo que le pidió. Era su oportunidad para alcanzar todo el poder que necesitaba en La Familia para hacer la purga que quería hacer y no lo traicionaría porque sabía que lo estarían vigilando. ¿Pero cómo podrían enterarse si copiaba el contenido del pendrive antes de entregárselo a Franco?

Lo que Lenel nunca supo es que el día del funeral de Ronald, Franco, a solas, sin decirle nada a nadie, fue a Casa Milá a esperar al sicario que había contratado Lenel. Tenía su foto y supo que era él cuando llegó. Su nombre era Piero Santini. Cuando lo vio entrar al edificio, subió con él al ascensor, disfrazado de electricista, vestido con un jockey y un overol calipso. Le apuntó con una pistola con silenciador y lo llevó al apartamento de Bolt. Cuando este abrió la puerta Franco le disparó a él y al sicario en la cabeza y ambos cayeron muertos al suelo. Con guantes de goma, tomó el arma del sicario y se la puso en las manos de Bolt para marcar sus huellas dactilares.

Luego se llevó todos los pendrives y dispositivos de memoria de los computadores de Bolt. Antes de irse, con el cuidado de un relojero, pateó los cuerpos y rostros de los dos cadáveres que yacían sangrando en el suelo, destrozó una silla y otros muebles y se llevó algunos objetos de valor fabricando pruebas falsas de un robo frustrado con violencia. Prestó atención hasta al más mínimo detalle.

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Finalmente, colocó un pendrive amarillo entre los dos cuerpos sin vida, en medio de la alfombra, para que Lenel pudiera verlo fácilmente. Antes de irse revisó la escena del crimen por última vez, “¡Es una obra de arte!”, pensó, “Lo importante hazlo siempre con tus manos”. Se lo había escuchado a su padre y este de su abuelo y así sucesivamente hasta sus antepasados más lejanos, senadores de la antigua Roma de Constantino.

Antes de irse, con el celular del sicario que había contratado Lenel, le envió un mensaje de texto: misión cumplida ahora puedes venir. Cuando Lenel recibió el mensaje, se dirigió a Casa Milá y pasó junto a un electricista que salía del edificio vestido con un overol calipso y un jockey, pero no reconoció a Franco. Después de que Lenel subió y salió del ascensor, caminó buscando el número del apartamento y encontró la puerta entreabierta. Al entrar vio la escena del crimen y el pendrive amarillo en medio de la habitación. No tuvo tiempo de pensar, así que caminó con mucho cuidado para no pisar los charcos de sangre, tomó el pendrive y salió del lugar cerrando la puerta suavemente. Luego tomó un pañuelo y limpió las huellas dactilares del mango.

Necesitaba ir al funeral para entregarle el pendrive a Franco. Era su pasaporte para cumplir su divina misión. Ya se imaginaba a sí mismo como el jefe de La Familia en todo el mundo.

Con su overol calipso y jockey de electricista, además de una caja de herramientas con doble fondo, donde había escondido la pistola y todo lo que se llevó, Franco caminó desde Casa Milá unas tres cuadras hasta un café donde se sentó y pidió una bebida. Después de pagar fue al baño donde se quitó el overol. Lo metió en el maletín, quedando con jeans y una camisa de leñador con cuadros rojos. En el baño llamó a su chofer-guardaespaldas para que lo esperara en la calle detrás del café. Nadie se dio cuenta de que se había cambiado de ropa cuando salió del café que estaba lleno de gente.

Franco subió a la limusina. Se quitó los jeans y la camisa de leñador y se vistió con ropa formal para llegar al cementerio justo a tiempo para el funeral de Ronald donde lo esperaba Lenel.

Antes de llegar al cementerio, guardó su disfraz, los pendrives de Bolt que se había llevado y todo lo demás en la caja fuerte de la limusina. Si alguien intentara abrirla, Franco recibiría una alarma en su móvil y detonaría una bomba con sólo pulsar una tecla.

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Al finalizar el funeral Lenel le entregó el pendrive amarillo y ambos sonrieron triunfalmente, pero ninguno supo el motivo de la sonrisa del otro. Franco, le había tendido una trampa; Lenel, había copiado el pendrive.

Al amanecer del día siguiente, cuando todos dormían en su casa, Franco sacó todo de la caja fuerte de la limusina y lo metió dentro de una bolsa. Se subió a otro auto y condujo solo hasta una fábrica abandonada. Ahí quemó todo, excepto los pendrives y otros dispositivos de memoria de Bolt que puso en la bóveda de su mansión, similar a la de un banco.

—¿Quién crees que va a ganar el mundial? —preguntó Franco en tono indiferente cuando su mente salió de sus recuerdos y volvió al lugar.

—Va a ser entre la misma gente de siempre —respondió Lenel.

—Brasil, Alemania, España, Argentina, cualquiera de esos —dijo Franco.

—Sí, pero nunca se sabe — dijo Lenel y sonrió mirando hacia otro lado, pensando que Franco no sabía la purga que haría en La Familia.

—Es verdad, nunca se sabe —dijo Franco, esbozando otra sonrisa cínica. Sintió pena por Lenel.

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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