—Pero, ¡qué dices! ¿Estás seguro?
—Confirmado.
—¿Con qué probabilidad de certeza? —preguntó Alexandre.
—Noventa y cinco por ciento?
—Pero, ¡Como puedes calcular eso!
—Es el resultado de todas las simulaciones que se hicieron. Ese porcentaje es el promedio de todos los algoritmos probados. Algunos dan el noventa y nueve por ciento y el más bajo es el noventa y dos. Sé que es difícil de creer. Tampoco fue fácil para mí. Mis contactos en los servicios de inteligencia militar lo han confirmado. Te vuelvo a decir. Hay un noventa y cinco por ciento de probabilidades de que las bombas exploten para la final del Mundial. Para mí es un hecho que ocurrirá —dijo Boris.
—Entonces tenemos que avisar al presidente de Rusia para que suspenda el Mundial —dijo Alexandre.
—Los presidentes nunca han gobernado del todo y menos en las cosas importantes. Esto está más allá de su poder. Yo sólo confío en mis hackers y red de amigos en varios servicios de inteligencia. Los llaman sombreros blancos. Si vamos al presidente los arrestarían a todos.
—¿Cómo pueden estar tan seguros que las bombas estallarán?
—Son profesionales y tienen sus métodos. Cruzan información con otros hackers de los servicios de inteligencia de otros países. Tenían una sospecha y ya te dije que se confirmó por varias fuentes.
—¿Y sabes dónde están las bombas?
—Cerca de Moscú, pero no exactamente dónde.
—¿Tienen un reloj para detonar en la final del mundial?
—Sí.
—¿Por qué no piratear los relojes e impedir que exploten?
—Se puede, pero se necesitan los códigos.
—¿Qué códigos? —Alexandre preguntó y abrió los ojos—. ¿Qué? ¿Los códigos del pendrive? —volvió a preguntar.
—Sí, el último mensaje cifrado que te envió Ronald antes de morir, ¿te acuerdas que dice?
—Códigos en pendrive —respondió Alexandre recordando el extraño mensaje en clave.
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