ACTO I - CAPÍTULO 23

7ª REUNIÓN FILOSÓFICA

MAR MEDITERRÁNEO

Sábado 7 de abril de 2018

Entre Barcelona y Palmas de Mallorca España

Alexandre iba con el equipo en el autobús de regreso al hotel después de perder tres a dos con Los Caballeros de Madrid en su propia cancha. Habían jugado en la mañana, algo poco común, pero no era excusa de la derrota. Pensaba en Victoria que lo esperaría en el bar para estar juntos un par de horas antes de que Yellow lo recogiera después de almuerzo. Ella se quedaría en su apartamento hasta el lunes.

Cuando llegó vio que estaba muy animada hablando con Francisca en el salón frente al bar. Se acercó y las saludó con un beso.

—Nuestros destinos se vuelven a cruzar —Victoria me dijo que no te quedarás, es una pena —dijo Francisca.

—¿Cómo está tu padre? —preguntó él.

—Completamente recuperado.

—Esas son buenas noticias.

Luego hablaron largo rato, rieron y bebieron champán hasta que Alexandre miró el reloj.

—Llegaré tarde, perdón por irme así —y se despidió de ambas. Se puso la capucha, las gafas de sol y salió por una puerta lateral alejándose a paso veloz.

—Te compraré otro champagne —dijo Francisca.

—No, esta vez yo invito —respondió Victoria llamando al camarero.

—No. Mejor vamos a la suite presidencial que ahora está desocupada. ¿Te gusta la idea? —preguntó Francisca.

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—¡Oh, me encantaría! Pero ahora déjame invitarte yo. ¿Por qué no vienes al apartamento de Alexandre y almorzamos algo? Tengo de todo para cocinar.

—¡Me encanta la idea! Espérame aquí. Voy a ir a buscar algo y ya vuelvo —dijo Francisca con su dulce voz.

Victoria se sintió triunfante. Era su oportunidad de enfrentarse al enemigo en su propio territorio. A veces le parecía que Francisca se ponía a la defensiva para no darle oportunidad de preguntarle nada. En otras ocasiones se sentía amada y comprendida. Era una mezcla que hacía que su curiosidad y ternura hacia ella aumentaran, pero junto con una dosis de desconfianza y miedo.

 

———

 

—¿Adónde vamos Yellow? —preguntó Alexandre.

—Al aeropuerto.

—¡No puedo ir muy lejos, le prometí a Victoria que volvería mañana!

—No te preocupes, el viaje sólo dura 45 minutos. Nos vamos a Palmas.

El nuevo avión del Sr. Walker era un avión ejecutivo para 18 personas y había sido remodelado con todas las medidas de seguridad. Tenía un amplio salón y al fondo una suite.

Desde la ventana vio alejarse las calles de Barcelona y luego entraron a un grupo de nubes. El avión comenzó a moverse debido a las turbulencias.

Cuando llegaron al Club Náutico de Palmas de Mallorca Yellow lo condujo hasta el muelle. Hacía bastante viento.  Abordaron un yate blanco de tres cubiertas.

—Es un Mellendi de la serie Príncipe de Neptuno —le dijo Yellow.

—¿Qué longitud tiene?

—Su eslora es de 48 metros y la manga de 12 —respondió Yellow.

—Veo que la reunión la tendremos aquí en el Club Náutico —dijo Alexandre después de saludar a Ricardo.

—La haremos en alta mar.

—No me parece muy prudente con este tiempo —dijo Alexandre.

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—La tripulación está preparada y el pronóstico del tiempo dice que no hay riesgo de tormenta —dijo Ricardo.

—¿Por qué correr el riesgo? —preguntó Alexandre.

—Lo haremos por seguridad. Se me informó que los mismos que quisieron asesinarnos en el avión, quieren asesinarnos aquí en la isla. En alta mar estaremos más seguros.

—Escuché que el Sr. Walker está bien, ¿es así?

—Sí.

—¿Cuántos tripulantes hay en el yate? —preguntó Alexandre.

—Once más nosotros tres.

—Creo que deberíamos quedarnos aquí en la marina —dijo Arturo viendo que el mar se agitaba y el viento aumentaba.

—Señores, no se preocupen, estos son vientos típicos de Palmas, pero en alta mar será como una tasa de leche, yo conozco este mar como la palma de mi mano —dijo el capitán que los había escuchado.

—¡Entonces zarpe capitán! —dijo Arturo haciéndose el valiente.

 

———

 

Francisca apareció en el hall del hotel con una gran maleta color rosa.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó Victoria.

—Es una sorpresa artística. Espero que te guste la idea —dijo Francisca y se fueron al apartamento de Alexandre.

—¡Mira, tienes camarones! ¡Hagamos camarones al ajillo! ¡Van muy bien con ese vino blanco! —dijo Francisca fascinada y feliz cuando ya habían llegado al departamento.

—¡Sí, buena idea! Alexandre y yo nos hemos vuelto expertos en ese plato. Déjame cocinar para ti —dijo Victoria.

—¡Es un plato afrodisíaco! —exclamó Francisca—. Me gusta cómo Alexandre ha decorado el apartamento, es sencillo y elegante. ¡Oye! ¡Qué hermosa vista del Mediterráneo! —agregó mientras lo recorría al mismo tiempo que Victoria ponía la mesa y descorchaba una botella de champagne.

—En realidad, lo decoré yo. Tenemos los mismos gustos —dijo Victoria sacando los camarones de la bolsa de plástico.

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—Y yo también tengo los mismos gustos que ustedes —añadió Francisca.

—Siéntate, yo voy a servir la mesa —dijo Victoria después de terminar de cocinar y pensó, “¡Ahora te desenmascararé!

—¡Oh, no! ¡Deja que te ayude! —dijo Francisca y pensó, “¡Que tierna que es!”

—Nada de eso. Hoy eres mi prisionera y yo seré tu anfitriona.

—¡Oh! ¡Está bien! ¡Quiero ser tu prisionera! ¡Estoy tan feliz! ¿Se divertían aquí con Ronald? —preguntó Francisca.

—Así es, los tres cenamos aquí muchas veces.

—¿Y hablaban de filosofía?

—Sí.

—Si lo hubiera conocido antes. Tal vez él necesitaba una mujer como yo.

—Creo que os habríais entendido bien —dijo Victoria.

—Eso espero. ¿Así que filosofaban en la cocina? —preguntó Francisca.

—Sí. Aquí buscaban todo tipo de metáforas y analogías.

—¿Te acuerdas de alguna?

—Sí. Una vez llegaron a la conclusión de que la única filosofía que explicaba las cosas del futbol y viceversa era la filosofía de Aristóteles —dijo Victoria, colocando dos platos de camarones al ajillo sobre la mesa.

—Sí, es verdad. A mí y a mi padre también nos encanta. Brindemos por Aristóteles —dijo Francisca al mismo tiempo que colocaba su mano derecha sobre el muslo izquierdo de Victoria.

—¡Salud! ¡Por Aristóteles! —dijo Victoria.

—¡Y por Ronald y Alexandre! —añadió Francisca.

—¡Salud!

—¡Dime qué más hacían! —rogó Francisca.

—A veces perdían la noción del tiempo hablando. Varias veces Ronald se quedó a dormir aquí. Una vez pasados de copas dormimos todos en la suite.

—¿Y sólo durmieron?

—Bueno… Todo empezó porque nunca habíamos probado ninguna droga. Teníamos curiosidad por probar algo ligero, así que decidimos usar una pipa de agua de marihuana que Alexandre tenía como decoración.

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—¿Y dónde está?

—En el dormitorio.

—Vamos a verla.

—Te la mostraré más tarde, pero ahora los camarones se están enfriando —dijo Victoria y pensó, “¡Que impulsiva!”

—¡Salud por los camarones! —dijo Francisca y pensó, “¿Caerás pajarito, caerás?”

—¡Salud!

—¿Y qué pasó después? ¿Con la marihuana tuvieron un buen vuelo? —preguntó Francisca.

—Sí. Fumamos y empezamos a bailar. Todo me daba vueltas así que me fui a la cama. Me puse mi pijama de verano, unos pantalones cortos de seda y una camiseta de manga corta, y me quedé dormida boca abajo encima de la cama sin taparme porque hacía calor. A veces me despertaba y escuchaba sus voces y risas provenientes de la sala de estar.

Sus risas empezaron a contagiarme y comencé a reír con ellos desde lejos, no sabía de qué, pero estaba llorando de risa ahí sola arriba de la cama con mis piernas desnudas.

Habían puesto música cuando ambos entraron al dormitorio. Caminaban como egipcios y cuando los vi me hicieron reír hasta las lágrimas. Me paré en la cama y comencé a imitarlos. Eran ataques de risa, tan grandes que a veces nos caíamos; ellos, al suelo; yo, a la cama. Luego me bajé y seguimos bailando en la suite. Alexandre se acercó a mí y tocó su cuerpo con el mío, pero yo retrocedí hasta que en un momento sentí mis piernas tocar las piernas de Ronald. Él estaba detrás mío y sentí algo más que sus piernas. Fue cuando me hicieron el primer sándwich y sentí la virilidad de ambos en mi cuerpo. Bailamos y me apretaban y soltaban, y yo me entregaba al placer, pero no pasó nada más que eso —dijo Victoria.

—Qué excitante lo que me estás contando —dijo Francisca tomando un sorbo de agua para calmarse.

—Así es, me excité mucho y me hubiera acostado con los dos, pero no fue así, así que seguimos bailando y riendo como niños.

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—Ronald era como un niño travieso, ¿verdad? —preguntó Francisca.

—Sí. Era adorable. Quería hacerle el amor. Su mente era brillante. Los tres terminamos durmiendo en la cama esa noche. Cuando desperté Ronald ya no estaba —Victoria terminó el relato y se quitó los zapatos.

—Tienes razón, pongámonos más cómodas —dijo Francisca quitándose los suyos.

 

———

 

Habían zarpado de la marina de Palmas hacía cinco minutos cuando Alexandre miró su reloj.

—Estas pastillas son contra el mareo, —dijo Ricardo repartiéndoselas y tomando una. Luego les entrego una pistola a cada uno y agregó— manténganlas con ustedes hasta que lleguemos a Barcelona.

—¿Hasta que lleguemos a Barcelona? ¿Tienes previsto cruzar el Mar Mediterráneo con esta tormenta? —preguntó Alexandre mirando su arma.

—Es lo más seguro y el capitán dijo que no tomará más de diez horas —respondió Ricardo.

El lujoso yate de 20 suites se iluminaba por relámpagos lejanos. Alexandre encendió su grabadora cuando estaban en el salón. Yellow vigilaba afuera. Todos portaban chalecos antibalas y chalecos salvavidas. Tenían sus armas cargadas y a mano.

Después de una hora de temas filosóficos, decidieron subir a cubierta y llevar la grabadora. Se sentaron en una terraza mirando las olas que por momentos parecían aterradoras.

—Las condiciones climáticas han cambiado, es posible que tengamos un poco más de movimiento de lo habitual, pero nada de qué preocuparse —dijo el capitán que se acercó a ellos—. Mantengan sus salvavidas en todo momento —añadió y salió tranquilamente, luciendo su gorra y traje blanco de capitán, impecables.

Media hora más tarde, cuando Arturo les contaba que los marineros griegos sacrificaban caballos para complacer a Poseidón, para que el dios les asegurara un buen viaje, apareció uno de los miembros de la tripulación.

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—El capitán prefiere que bajen a cubierta. Es posible que la cola de la tormenta nos golpee, pero no os preocupéis, así como llega, así se va —dijo cuando un gigantesco relámpago iluminó el tempestuoso mar Mediterráneo, y hasta Barcelona.

 

———

 

—¿No te parece fascinante la fuerza de la naturaleza? —preguntó Francisca después que el colosal relámpago hubiere iluminado a Barcelona cuando ya atardecía.

—Me encanta.

Ambas estaban sentadas en el mismo sofá bebiendo champán y mirando por los grandes ventanales el gran espectáculo de rayos que caían al mar.

—¿Te imaginas lo que tengo en la maleta? —preguntó Francisca.

—No. ¿Qué hay?

—Espérame aquí y vuelvo en un minuto —dijo Francisca.

—Está bien —replicó Victoria y vio que Francisca tomó su maleta rosa y se dirigió a la suite.

Victoria se sentó en el sofá mirando el espectáculo de rayos, truenos y relámpagos esperando la oportunidad para desenmascarar a Francisca. ¿Se había acostado con Alexandre? Tenía que averiguarlo. Luego de unos minutos escuchó una voz.

—¿Estás sentada en el sofá? —preguntó Francisca desde el dormitorio.

—Sí.

—Ahora cierra los ojos.

Victoria los cerró y unos segundos después sintió las manos de Francisca tapándoselos por detrás.

—¿Confías en mí? —preguntó Francisca.

—Sí —dijo Victoria con cierto miedo.

Sintió que Francisca le vendaba los ojos con un pañuelo de seda. Luego tomó sus manos y la ayudó a levantarse.

La hizo caminar unos pasos y Victoria se dejó llevar.

—Quédate quieta. Pondré música —dijo Francisca.

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La música era un jazz pop suave y melódico, muy relajante, sugerente y mezclado con algún trueno ocasional de la tormenta.

—Te pondré en la posición de una diosa griega —dijo Francisca, moviendo sus brazos y cuerpo hasta hacerla parecer una escultura.

Victoria lucía un vestido de una sola pieza que cubría la mitad de sus muslos y su escultural figura quedaba resaltada por sus tacones altos.

—¿Quieres jugar a percibir sensaciones? —preguntó Francisca.

—Sí —dijo expectante y siguiéndole el juego.

—Seremos dos diosas. ¿Confías en mí?

—Sí.

—Simplemente disfruta tu cuerpo. ¿Estás de acuerdo?

—Sí.

—¿Me prometes que permanecerás inmóvil sin importar lo que pase y lo que sientas?

—Sí —dijo y pensó, “¡Ahora te desenmascararé!”

—Empiezo ahora —anunció Francisca y pensó, “¿Caerás pajarita, caerás?”

Victoria sintió cosquillas en las pantorrillas que le subían hasta los muslos. Eran las plumas con las que Francisca acariciaba su cuerpo. Hacía un esfuerzo por no moverse cuando caminaba a su alrededor torturándola con cosquillas.

—¿Puedo desnudar a una diosa? —preguntó Francisca susurrándole al oído.

—Sí —dijo Victoria después de una larga pausa, buscando una oportunidad y preguntó—. ¿Eres otra diosa?

—Sí, y tan hermosa como tú —respondió Francisca susurrándole al oído con sus labios presionando sus orejas. Victoria sintió una descarga eléctrica de placer cuando su aliento tocó su piel, pero no se movió. Estaba esperando una oportunidad para actuar.

—Si una diosa desnuda a otra, ¿mantendrás en secreto el nombre del dios que amo? —preguntó Victoria suavemente.

—Sí. Confía y habla —dijo Francisca.

—Alexandre es mi Apolo —dijo Victoria.

—¡Oh! ¿Es así como llamáis a tu dios?

—Sí.

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—¡Gracias por confiar en mí! ¿Y cómo se llama la diosa que lo ama? ¿Cómo os llamáis vos?

—Soy Afrodita, la diosa de la belleza y la sensualidad, la más bella del panteón olímpico; casada con Hefesto, amante de los dioses y Ares, mi favorito. Pero ahora mi corazón pertenece a Apolo, el más amado del Olimpo, hijo de Zeus y Leto, el más venerado en las artes, el arco y la flecha, el más temido de los dioses y contenido sólo por Zeus; mi amado Apolo, el dios de la música, la belleza y la perfección, de la armonía y el equilibrio, de la razón y el respeto a la naturaleza, protector de los marineros y arqueros —dijo Victoria, esperó y preguntó—. Y tú, ¿puedes pronunciar tu nombre?

—Venus es mi nombre. Soy hija de Urano y su virilidad mutilada arrojada al mar, que al mezclarse con la espuma de las olas me alojó dentro de una gran concha marina que se abrió por casualidad al chocar contra las rocas del mar Mediterráneo, y así Nací. Soy la diosa más bella, fértil y venerada de las fiestas romanas; irresistiblemente deseada por todos los dioses, incluso por el poderoso Júpiter a quien rechacé y como castigo me obligó a casarme con Vulcano, el dios del fuego, el dios cojo y más feo. Marte, Poseidón y Mercurio son mis amantes que disfrutan de mi cuerpo desnudo, que por dónde camina crea vida y hace crecer los bosques y florecer las flores, soy la que mi ira destruye a quienes no me adoran.

—Afrodita sufre porque no sabe una respuesta —dijo Victoria y pensó, “¡Por fin mi oportunidad!”

—Venus quiere aliviar tu dolor. ¿Qué pregunta te atormenta? —preguntó Francisca cuando otro rayo cayó al Mediterráneo.

—¿Pueden dos diosas compartir un dios? —preguntó Victoria.

—Sí —respondió Francisca.

—¿Te has acostado con Apolo?

—No. ¿Crees que te está ocultando algo? —preguntó Francisca y pensó, “¡No puede ser más tierna!”

—Sí.

—Si lo hace es porque te ama —dijo Francisca.

—¿Y debería confiar en él, incluso si los labios de Venus sellan el mensaje que puso en su bolsillo? —preguntó Victoria.

—¿Lo has leído?

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—He visto el sello de Venus.

—Los mensajes de Mercurio están escritos en dos caras —dijo Francisca y pensó, “¡Oh no! ¡Lo leyó por un solo lado! ¡Corazón!”

—Leí sólo una. ¿Qué decía del otro? —preguntó Victoria sorprendida.

—El lugar donde debía ir Apolo.

—¿Dónde debía ir?

—Ninguno de los dioses responderá a esa pregunta.

—¿Por qué?

—Porque eres Afrodita, la más bella de las diosas, y te amamos y queremos cuidar de ti.

—¿Cuidarme de qué? —preguntó Victoria y pensó, “¿Qué está pasando? ¿De qué, ella y Alexandre, me quieren proteger?”

—¡No preguntéis y confiad! ¡Oh! amada Afrodita, ¡debéis saber que los dioses os aman y os protegen!

—Entonces, ¿puedo confiar en Venus?

—Absolutamente —dijo Francisca, “¡No puede ser más dulce e inocente!”, pensó y se le llenaron sus ojos de lágrimas.  

—Gracias Venus. Afrodita ya no sufre —dijo Victoria y pensó sintiendo un inmenso alivio, “No sé de qué me quieren proteger, pero al menos sé que no se acostaron. Caso cerrado.”

Victoria sabía que Alexandre no la había engañado a sus espaldas. Habían sido meses tan dolorosos que estaba a punto de llorar, pero se contenía y permanecía inmóvil como una estatua, y con la venda negra sobre sus ojos. Francisca observó que su cuerpo temblaba. Mientras la observaba atentamente, vio surgir una lágrima de entre sus vendajes negros que cayó por una de sus mejillas hasta el suelo y, como un misil, sacudió su alma haciendo que sus ojos también se llenaran de lágrimas. “¡Pajarita! ¡Pajarita! ¡Perdóname! ¡Caigo de rodillas ante vos!” Francisca sabía cómo tratar con gente corrupta, pero la inocencia e integridad de Victoria la habían desarmado. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener las lágrimas que igual se desbordaban. Se sintió atrapada. Tenía miedo de enamorarse y luchaba por no hacerlo.

—Tengo miedo de enamorarme —le dijo Francisca al oído.

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Victoria se quedó quieta, sin saber qué hacer. Sintió las cálidas manos de Francisca sobre sus hombros que aterrizaron detrás de ella y comenzaron a bajarle lentamente la cremallera de su vestido.

Cuando su cuerpo quedó solo con la venda en los ojos, Francisca la hizo sostener una balanza en su mano izquierda y una espada en la otra y pensó, “¿Estarás actuando pajarita? ¿Me quieres engañar?”

La miró y tomó fotografías que podría utilizar para extorsionarla si fuera necesario como había hecho en otras ocasiones. Un rayo iluminó su cuerpo desnudo y la lujuria de Poseidón celebró su belleza.

———

—Si esta es la cola, ¡cómo será la tormenta! —exclamó Arturo entrando al interior del yate.

—¡Tenemos que terminar este capítulo hoy! —exclamó Ricardo alzando la voz por el ruido del viento.

—¿Y quién dice lo contrario? —afirmó Arturo blanco como papel.

—¡Aquí tienen más! —dijo Ricardo entregándoles más pastillas para el mareo.

Ricardo se había convertido en el enfermero del grupo. Alexandre seguía grabando y a pesar de la tormenta igual hacían el trabajo. Uno de los temas que vieron fue que la moral racional comenzaba con el egoísmo bueno, la decisión de buscar primero la propia felicidad sin iniciar el uso de la fuerza o el engaño con nadie. Diferenciaron el buen-egoísmo del mal-altruismo y compararon la visión política de Maquiavelo con la de Aristóteles.

Arturo dijo que el altruismo no era lo mismo que la empatía instintiva, sino un error racional ético que convencía a las personas a sacrificar los beneficios de sus acciones para dárselos a extraños.

Alexandre dijo que la felicidad del hombre era un fin en sí mismo y que su deber moral era alcanzar autoestima en vez de estatus social.

La grabadora seguía grabando y Poseidón parecía furioso.

 

———

 

El susurro de Venus en la oreja de Afrodita había hecho recorrer un rayo de placer por su cuerpo desnudo. Victoria no tenía miedo y quería seguir, pero no esperaba que Francisca se enamorara de ella.

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Francisca continuó con el juego de sensualidad, acariciando su cuerpo con la pluma.

—Te quitaré la balanza y la espada y te vestiré como a una diosa, ¿estás de acuerdo? —preguntó, susurrándole nuevamente al oído.

—Sí.

Lo hizo con delicadeza y lentamente mientras, con cada relámpago, Poseidón bañaba de luz a Afrodita hasta que quedó vestida.

—No puedes moverte. Una diosa saludará a otra —dijo y Victoria sintió que sus labios se posaban sobre los suyos. El juego estaba yendo demasiado lejos, pero ella aguantaría un poco más, y sin mover un músculo, hasta saber más de ella—. Ahora abre los ojos —dijo Francisca.

Victoria vio que ambas vestían trajes griegos antiguos. Había cuatro velas rojas que iluminaban la habitación. Ambas estaban descalzas sobre una alfombra. Había recipientes con aceite de oliva y miel rodeados de pétalos de rosa y conchas marinas.

—Este es el altar de la diosa Afrodita —le dijo Francisca—. ¿Puedo hacerte una ofrenda? —preguntó.

—Sí —dijo Victoria y Francisca hizo su ofrecimiento.

—Amada Afrodita —dijo—, con orgullo te entrego estas ofrendas de miel, rosas y aceite de oliva, provenientes de nuestra tierra, así como estas conchas que provienen de tu reino marino.

—Afrodita ha vuelto a la vida gracias a tu amor y ofrendas. ¡Has liberado a la diosa del mármol! —dijo Victoria improvisando. Caminó lentamente hacia Francisca mirando sus maravillosos ojos calipso. Tomó sus manos y se arrodilló. Francisca hizo lo mismo.

—Yo, Afrodita, ruego a Venus que ocupe su lugar en mi altar —dijo Victoria levantándose y guiando a Francisca.

—¿Quieres ser la escultura de Venus? —susurró Victoria con sus labios tocando sus orejas y pensó, “Aquí tienes tu propia medicina.”

—Sí —dijo Francisca dejándose llevar y pensó, “¿Caerás pajarita?”

—¿Puedo desnudar tu belleza?

—Lo deseo.

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Victoria, aprovechando la oportunidad para vengarse, no sabía exactamente de qué, desnudó lentamente a Venus. Su piel era la de una escultura viviente que brillaba a la luz de las velas.

—¿Puedo hacerte una ofrenda? ¡Oh! ¡Amada Venus! —preguntó Victoria.

—¡Puedes! —dijo Francisca y luego habló Afrodita.

—Oh, amada Venus —dijo Victoria—, diosa romana de la belleza y el placer, te ofrezco estas ofrendas de miel, rosas y aceite de oliva y estas conchas que provienen de tu reino marino. ¿Puedo ofrecerte mi cuerpo? —Victoria volvió a preguntar improvisando y dejándose llevar por un impulso, pero en ese momento recordó su promesa y exigencia de igualdad de condiciones a Alexandre. Le había prometido que le avisaría con antelación cuando quisiera acostarse con otro hombre, pero su promesa no incluía a las mujeres. Pensó, “¡Que resquicio más ordinario!” No era justo que lo hiciera a sus espaldas. Si ella decidía probar esa aventura, le gustaba más la idea de compartirla con él.

—¡Puedes! —dijo Francisca sorprendida de Victoria que se estaba desnudando. Ya estaba acostumbrada a sentirse decepcionada por hombres y mujeres que en la superficie parecían castos, pero eran degenerados. Recordó cuando era adolescente que un amigo de su padre había querido violarla cuando le llevó una carta al hotel donde se alojaba. Ella lo empujó y al caer se había golpeado la cabeza quedando inconsciente. Tenía diecisiete años y nunca se lo contó a su padre.

—¡Oh, Afrodita! ¿Sientes algún deseo que te consuma? —preguntó Francisca tentándola para comprobar si era igual que todas las demás y preparándose para una nueva decepción, una rutina a la que ya estaba acostumbrada y le aburría.

—Afrodita no irá más lejos sin Apolo. ¿Podemos compartirte? —preguntó Victoria.

—Sí —dijo Francisca, tragando saliva, y apenas se escuchó su voz cuando cayó de rodillas frente a Afrodita.

Francisca había verificado que Victoria no haría nada a espaldas de Alexandre y él había probado que no haría nada a espaldas de ella. Ambos habían resistido la magia de Venus que hechizaba a hombres y mujeres.

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Con lágrimas en sus ojos, pensó, “Tal vez el mundo que soñé exista.” Los admiraba y quería tener una relación como la que ellos tenían.

 

———

 

—Aquí tienen otra pastilla para el mareo —dijo Ricardo, tratando de mantener la compostura mientras Alexandre intentaba sostenerse junto al pizarrón para explicar los temas con dibujos.

—¡Dile a Zeus que se calme! —exclamó Arturo luego de que un rayo cayera sobre el pararrayos del yate.

La tormenta estaba en su peor momento, pero no se dieron por vencidos.

—¿Dijiste que íbamos a estar más seguros en alta mar? —le reclamó Arturo a Ricardo.

—Confié en lo que dijo el capitán —y se reían hasta llorar, haciendo bromas sobre los errores de los expertos y las autoridades.

—¡Sigamos! —exclamó Alexandre mientras el yate se movía como una coctelera.

Estaban decididos a terminar esa reunión sin importar el costo. La grabadora continuó grabando. ¿Por qué es necesario tener una meta a largo plazo? ¿Cuál es la principal virtud del hombre?

Respondían ese tipo de preguntas, a pesar del movimiento del yate, los relámpagos de Poseidón y los rayos de Zeus que no cesaban.

 

———

 

En Barcelona, la luz de Zeus era de lujuria. ¡Quería ver a las diosas desnudas!

—¿Por qué te arrodillas? ¡Levántate, amada Venus! ¿Sientes algún deseo por mí? —preguntó Victoria.

—Sí. ¡Oh amada Afrodita! ¡Tanto que consume mi alma, mi carne y mis huesos! —dijo Francisca con los ojos bañados en lágrimas mientras se ponía de pie frente a ella—. ¡Afrodita! ¡Tu alma generosa y pura me consuela y atormenta! ¡Me postro a tus pies! —exclamó Francisca, rompió en lágrimas y cayó de rodillas frente a Victoria otra vez— ¿De verdad quieres compartir Apolo conmigo?

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—Sí —respondió Victoria.

—Entonces te veneraré por siempre —dijo Francisca y besó sus empeines.

—¡Que Zeus selle el acuerdo y allane el camino! —exclamó Victoria y cayó un rayo sobre Barcelona sellando el acuerdo divino.

—Que así sea! —dijo Francisca aun sollozando cuando se puso de pie.

Su representación teatral había terminado. Les había dado la oportunidad de expresar las profundidades de sus almas. Había sido una catarsis para las dos. Se sentían satisfechas porque, de alguna manera, habían conseguido lo que querían. Hicieron una reverencia en señal de acuerdo y Francisca rápidamente fue al baño, cerró la puerta y una vez más cayó de rodillas. “Tengo miedo de enamorarme”, pensó sollozando. No quería que la lastimaran, pero tampoco quería quedarse sola. “¿Seré digna de tu amor?” pensó, preguntándose entre lágrimas.

Victoria se vistió en la sala mirando la tormenta. Estaba feliz de saber que Alexandre le era fiel. Ahora sentía un cariño maternal hacia Francisca y quería protegerla, pero no sabía de qué, pero al mismo tiempo quería ser protegida por ella, y tampoco sabía de qué.

—¡Oh! ¡Qué intenso! ¡Gracias por ser como eres! —dijo Francisca al regresar a la sala.

—¿Puedo abrazarte? —preguntó Victoria y ella asintió. Francisca tragó saliva, puso su cabeza en su hombro y comenzó a llorar.

—¿Por qué estás llorando? —preguntó Victoria.

Francisca no respondió. No se movieron por un par de minutos hasta que el hombro de Victoria estuvo empapado.

—Lo siento, a veces soy muy intensa. Estoy bien —dijo Francisca secándose las lágrimas como si no le pasara nada.

Relajadas y animadas, sintiéndose amadas y protegidas, conversaron largo rato mirando el espectáculo de la tormenta que seguía y seguía.

—¿Vamos a ponernos pijama? —preguntó Francisca.

—¡Sí, pijama-party! —dijo Victoria, aplaudiendo en golpecitos cortos como una nena.

Como dos colegialas fueron a la suite, se pusieron pijama, se sentaron con las piernas cruzadas sobre la cama y empezaron a hablar.

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—¿Te das cuenta de que las diosas griegas eran sensuales y eróticas como nosotras? —preguntó Francisca.

—Sí.

—Los dioses griegos se representaban en cuerpos desnudos, eróticos, resaltando la belleza del mundo material, que se percibe con los sentidos. Ese era su secreto, todos eran bellos y sensuales, ¿cómo no enamorarse de ellos? —preguntó Francisca.

—Es verdad. De alguna manera sublimaban la libido humana, pero el Dios judeocristiano la reprime —dijo Victoria.

—¡Con razón la humanidad ha decaído tanto! —exclamó Francisca y se reía de los que hacían votos de castidad y terminaban pedófilos.

—Prefiero el amor sensual de Venus que el amor platónico —dijo Victoria y Francisca la miró fijamente como si pensara en algo.

—Victoria, ¿puedo hacerte un regalo?

—Sí.

Se levantó de la cama hasta su bolso que estaba en el sofá de la suite, sacó algo y se sentó frente a ella nuevamente. Le mostró una gruesa cadena de oro con un diente de tiburón de color calipso.

—Es el color de mis ojos, ¿te lo puedo poner?

—Sí —dijo Victoria y Francisca la puso alrededor de su cuello.

—Oh, gracias —dijo Victoria y besó su mano.

—Es para que siempre me recuerdes y te sientas amada y protegida por Venus —dijo Francisca.

Sin levantarse, giró su torso para tomar algo que había dejado atrás y giró nuevamente su cuerpo hacia a ella.

—Yo también quiero sentirme amada y protegida por ti, si tú lo quieres… ¿lo quieres? —preguntó Francisca.

—Con toda mi alma —dijo Victoria con maternal mirada.

—Entonces pónmela —y Francisca le entregó otra cadena de oro similar, pero con un diente de tiburón del color de los ojos de Victoria, quien pronunció un breve discurso mientras se lo colocaba.

—¡Oh, mi amada Venus! Recibe este regalo de Afrodita para que siempre te sientas amada y protegida por mí.

Las dos diosas estaban felices de ver los dientes de tiburón colgando de sus cuellos. El color de ojos de Francisca, estaban en el diente de tiburón que protegería a Victoria; el color de los ojos de Victoria, estaban en el diente de tiburón que protegería a Francisca.

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Su divina amistad quedó sellada y siguieron hablando hasta la mañana cuando salió el sol, el dios de los dioses, Amón Ra, el que había hecho posible la vida y el hombre. Sus rayos entraron y calentaron sus cuerpos. La tormenta había pasado y aquella intensa noche empezaba a exigir un descanso. Durmieron toda la mañana y, casi al mediodía, Venus le dijo a Afrodita que se iba, y Victoria acompañó a Francisca hasta su auto donde se dieron un largo abrazo de despedida.

 

———

 

Llegaron a la marina de Barcelona pasado el mediodía. La furia de Poseidón había pasado. Nunca olvidarían los temas tratados en aquella tormenta que habían quedado escritos en sus mentes por los rayos de Zeus. Alexandre lo había escrito en un papel, en plena tormenta, y lo leyó en voz alta después que se había despedido de Ricardo y Arturo.

«La razón es un valor, por elección; pensar, no es automático; ni la felicidad ni la autoestima son posibles, sin una meta productiva; para tener éxito en todo, hay que actuar según principios; todo lo racional, es bueno; todo lo irracional, es malo».

Cuando llegó a su apartamento Victoria le contó que Francisca se había ido hacía una hora. Besó a Victoria y notó que estaba más dulce y feliz que de costumbre. Vio que una gruesa cadena de oro con un diente de tiburón calipso colgaba de su cuello, haciéndola lucir aún más hermosa. Se sintió inmensamente enamorado. Luego de almorzar, fueron a descansar a la cama y cayeron en brazos de Morfeo, el dios del sueño venerado en los oráculos y templos griegos de Esculapio, y a quien Zeus castigó por revelar secretos a los mortales.

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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