Cinco minutos del final, Octavio Ramírez, uno de los defensores de su equipo, cometió una grave falta al atacante del equipo contrario, Bernardo Zamora, goleador español que militaba en Los Caballeros del Rey. La falta no había sido dentro del área, pero el tiro libre era muy peligroso.
El atacante español se revolcaba de dolor en el suelo. Sus compañeros se abalanzaron sobre Ramírez y uno lo golpeó en la cara como un boxeador. Se desató una batalla campal, pero el árbitro pudo controlar la situación. Zamora no pudo levantarse y fue sacado en camilla.
El árbitro expulsó a Ramírez y al boxeador. Si el equipo contrario marcaba el tiro libre, para el equipo de Alexandre sería casi imposible clasificarse para la final.
Cuando todo esto sucedía, Alexandre revisaba mensajes en su celular, levantó la vista y vio a un hombre sobre la marquesina de acero que cubría al público que estaba sentado al otro lado del estadio, enfrente de él y le pareció que tenía un megáfono.
—¿Qué hace ese hombre ahí? —le preguntó Alexandre a otro jugador que también estaba en la banca.
—¿Dónde?
—Allí, enfrente en la marquesina que cubre al público.
—No lo veo.
—Está de pie sobre la marquesina al otro lado del campo de futbol.
—Ahora lo veo. ¡No lo sé! ¿Cómo podría saber qué está haciendo allí? Debe ser alguien de seguridad —dijo y siguió viendo el partido.
Alexandre lo encontró fuera de lugar. Seguía mirándolo cuando el árbitro ordenaba a la barrera para ejecutar el tiro libre. En ese momento, su celular vibró y leyó un mensaje de texto que le llegó desde el número de Boris. «¡EL ESTADIO EXPLOTARÁ! ¡SAL AHORA!».
—¡Tenemos que salir de aquí ya! —les dijo a sus compañeros poniéndose de pie, pero estos no entendieron ni reaccionaron—. ¡Esto va a explotar! —exclamó, pero lo miraron sin verlo, lo escucharon sin oírlo, y siguieron viendo el partido. Corrió subiendo por las escaleras hasta donde estaban Victoria y Patrick—. ¡Salgamos de aquí! —dijo al llegar.
—¿Que está sucediendo? —preguntó Patrick.
—¡Esto va a explotar! —respondió Alexandre.
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