—Este cambio generacional era necesario y La Familia está feliz de que tú lo líderes —dijo Franco sabiendo que Lenel había caído en la trampa.
—¿Y piensas retirarte de la vida pública? —preguntó Lenel.
—No del todo, pero siempre me ha gustado la idea de más tranquilidad y naturaleza, como despertar y ver montañas imponentes.
—Cuando se vaya, sigue a Franco, descubre dónde está construyendo su casa en Nueva Zelanda. La Perouse es una pista. Necesito el GPS donde está ubicada. No quiero que desaparezca del mapa —le ordenó Lenel a uno de sus elegidos—. Entérate de lo que trama el viejo Genaro —le dijo a otro de sus leales, señalando con la mirada al viejo que lo había humillado y se atrevía a llamarlo bambino.
—Felicidades Lenel, nos veremos pronto en Ámsterdam —le dijo el líder de Holanda.
—Gracias, todo será para mejor de ahora en adelante —respondió y pensó, “No para ti.”
Todo sería mejor para él, pero no para ellos. Necesitaba convencerlos de que él era una deidad. Sabía que Franco no le había creído cuando había cambiado su voz para impresionarlo, pero al menos lo dejaría con dudas, pues, al fin y al cabo, ¿no eran todos místicos y supersticiosos? ¿Acaso no creían en la primacía de la conciencia sobre la existencia? ¿Acaso no creían que las acciones podían actuar sin entes que actuaran? ¿Acaso no creían en fuerzas sobrenaturales? Si era así, ¿Cómo podrían estar seguros de que él era el canal por el cual hablaba Baal? No tenían como comprobarlo, pero tampoco tenían como negarlo. Al igual que el concepto Dios, había aprendido el truco de la arbitrariedad y estaba decidido a sacarle partido.
—Los periodistas independientes y la información que se difunde en Internet no nos están ayudando. Hay que evitarlo —le dijo el jerarca de Inglaterra.
—El Templo seguirá siendo terreno sagrado.
—No hacía falta ser tan directo, pero es cierto que el Templo siempre será El Templo.
—¿Tiene usted alguna duda? —preguntó Lenel.
—¡Oh, no! ¡Ninguna! —dijo el jerarca.
—¿Es capaz de ver más allá de mis apariencias y postrarse a mis pies? —le preguntó Lenel mirándolo directamente a los ojos.
—¡Oh sí! ¡Usted es el Maestro Imperial ahora! ¡Me postro a sus pies!
—¿Cuál es mi nombre? —preguntó Lenel.
—Baal —dijo el jerarca de Inglaterra quien se inclinó, alejó y pensó, “No tiene idea donde está parado.”
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