Cuando se enteró de que la mafia rusa había puesto precio a su cabeza, se sometió a una cirugía en la cara y cambió su nombre. Trabajó como corredor de bolsa y gracias a sus habilidades descubrió la estafa de una mafia financiera en Ottawa, información que envió al jefe de policía.
Los senadores más comprometidos dispusieron que saliera de Canadá y que el policía no hablara.
Un empresario víctima de la estafa se puso en contacto con él. Gracias a las pruebas que había obtenido Boris, varios empresarios, políticos y banqueros, además de un juez y el jefe de policía, habían sido detenidos, juzgados y encarcelados. Fue una operación que duró un par de años y el mayor escándalo político en la historia de Canadá, pero gracias a Boris, se había hecho justicia.
Boris medía dos metros cuatro, era muy fuerte y sólido, con cabello rubio corto, cara cuadrada, boca ancha y delgada, ojos marrones, cejas abundantes oscuras y despeinadas, manos muy grandes y anchas, dedos gruesos, voz profunda, y tenía un fuerte acento ruso al hablar inglés. Le gustaba detectar notas discordantes en la historia. “No leo historia, la espío”, pensaba a veces. De los libros de historia pasó a libros de geopolítica, ética y filosofía. “Si hay distintas versiones de un hecho, alguien miente”, solía pensar cuando revisaba distintas versiones de la historia, porque sabía que un hecho no podía ser igual y diferente a sí mismo.
Serio como todos los rusos, pero con una risa explosiva por algo gracioso, sabía todo sobre tácticas de espionaje, guerra psicológica y propaganda. Había matado a 17 personas en su carrera y no le tenía miedo a la muerte. No se había casado y tenía novias ocasionales a las que decía que era fotógrafo.
Estaba decidido a vengarse de quien había ordenado la muerte de su amigo esgrimista Karl Dugin.
No podía tolerar que los bandidos se salieran con la suya. Hacer justicia con sus propias manos era parte de su ADN.
Antes de matar al asesino de su amigo, lo torturó para que confesara quién había dado la orden y cantó: Gambino.
Pasó años investigando a todos los Gambino del mundo y seleccionó cinco. De todos ellos, el que le pareció más sospechoso era Franco Gambino. Lo había conocido en su juventud en el ambiente de la esgrima.
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