ACTO I - CAPÍTULO 8

2a REUNIÓN FILOSÓFICA

ROMA VILLA ASCOLASSI

Viernes 17 de noviembre de 2017

Villa Ascolassi a 100 kms al sur de Roma Italia

Ese día habían jugado en Roma con el Club Trajano, el segundo mejor de la ciudad y habían ganado dos a uno. Desde el hotel Walker San Benito, donde se había hospedado el equipo, Yellow lo recogió en el coche, se dirigieron al Aeropuerto Internacional Miguel Ángel y de allí volaron, nuevamente de noche, hasta Villa Ascolassi.

Después de que el helicóptero aterrizó, al llegar al salón de la mansión, Alexandre no vio a nadie, pero cuando salió a la terraza vio a lo lejos a una mujer nadando en la piscina iluminada. Sin perderla de vista bajó las escaleras hasta la terraza de piedra. Ella nadaba desde el otro extremo de la larga piscina. Cuando llegó y subió las escaleras, tomó una toalla blanca que estaba sobre una silla. Secó su atlética figura en traje de baño blanco, de una pieza y pegado a su piel. Él ya había visto esas pecas. Pensó, “¡Es ella! ¡No lo puedo creer!”

—Tú pusiste la nota en mi traje —le dijo Alexandre.

—¿No te gustó el beso? —preguntó ella, desafiante y fría a la vez, mientras secaba su escultural cuerpo. Se acercó y lo miró con una mezcla de dulzura y desconfianza junto con un toque de desdén. Su sonrisa traviesa, confiada e inocente se deleitaba al verlo arder de deseo. Alexandre se quedó duro como una roca, incapaz de moverse, como si ella lo hubiera hechizado.

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—Van a llegar mañana para desayunar. La noche es cálida y el cielo está abierto. No queremos perdernos estas estrellas, ¿verdad? Cenaremos aquí —dijo mirando hacia arriba enseñando su hermoso cuello.

—¿Conocías a Ronald? —preguntó Alexandre.

—No —dijo ella.

—¿Qué hacías en su funeral?

—Creo que ya lo sabes.

—¿Trabajas para Ricardo?

—No.

—¿Cuál es tu papel en todo esto?

—Simplemente ayudo con la condición de que no me hagan preguntas. Si lo hacen, no ayudo —dijo ella y se hizo un silencio.

Contempló su belleza que aumentaba con esa dosis de misterio. “¿Quién eres? ¿Por qué quieres ayudar?”, pensó Alexandre.

—¿Puedes aceptar mi ayuda sin hacer preguntas? —ella preguntó.

—Me muero por hacerte una —dijo él.

—Está bien, sólo una, pero no te puedo asegurar que pueda responderla.

—¿Por qué el beso en la nota? —preguntó él.

—¿Eso? —preguntó ella. “¡Cómo tan simplón!”, pensó—. ¡Pero si eso fue sólo un juego! ¡Oh! ¡Esto sí que es divertido! Pensé que me ibas a hacer una pregunta inteligente —dijo riendo y coqueteando—. Ahora yo te haré una, ¿estás de acuerdo?

—Sí —respondió Alexandre.

—¿Eres mentiroso? —preguntó ella.

—No —respondió él, “¡Pero que se ha imaginado!”, pensó.

—Eso ya lo veremos —dijo con una mirada coqueta y desafiante acompañada de una sonrisa triunfante—. No harás más preguntas, ¿verdad? —preguntó ella.

—Está bien, no más preguntas —respondió Alexandre, “¡No puedo creer lo bella que es!”, pensó mientras miraba como secaba su cuerpo.

—Te veré en un rato —dijo y se fue.

Aún sin reaccionar él miró su escultural cuerpo alejándose. De repente ella se detuvo, se giró y caminó hacia él muy lentamente, como una tigresa en celos.

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—Alexandre Duval, soy Francisca Walker. Bienvenido a mi casa —dijo, giró sobre sus talones y se fue.

—Gracias —respondió Alexandre y sonrió, mientras veía como subía las escaleras. “¡Pero que estupenda!”, pensó. Era hermosa, coqueta e irremediablemente irresistible, la mujer más atractiva que había conocido en toda su vida.

La cena se iba a realizar en una mesa de mármol en la terraza de la piscina. Varias velas iluminaban el lugar creando un ambiente romántico. Ella llevaba un vestido corto de color azul que se ajustaba a sus hermosas piernas esculpidas por las colinas noruegas que había escalado desde niña junto a su padre. Al espíritu libre que había en ella le gustaba estar sola en montañas escarpadas contemplando impresionantes fiordos y cascadas. La geografía de Noruega había moldeado el carácter de una vikinga inteligente, dulce, curiosa, alegre e inocente. Indómita como el viento, no soportaba la escuela y sus propios padres la educaron en casa con la ayuda de los mejores profesores. Había completado todos sus estudios con excelentes calificaciones y repitió el mismo proceso en la universidad. Los mejores profesores de Cambridge la ayudaron a graduarse en física nuclear y economía. Decidida a duplicar la fortuna de su familia, se había convertido en el brazo derecho de su padre cuando murió su madre.

Alexandre miró su amplio collar de oro que contrastaba con su largo cabello rojo que caía detrás de sus hombros desnudos. Dos camareros vestidos con camisa blanca, frac y chaqueta negra sirvieron la elegante cena.

—¿Cómo supiste que me gustaban los ñoquis? —preguntó Alexandre con extrañeza.

—Me lo contó un pajarito —contestó y pensó, “Si supieras quién es el pajarito no lo podrías creer.” —¿No crees que es una noche maravillosa? —preguntó ella cambiando de tema.

—Lo es. Y tú la haces más hermosa —dijo él y pensó, “¡UF!, que cursi! ¡Ella me pone tonto!” —Me refiero a que te queda muy bien esa ropa —dijo Alexandre para reparar su error.

—Pero a ti no te queda bien la tuya. Ven conmigo —dijo levantándose de la mesa y pasando junto a él, extendió su brazo y puso su mano a su alcance para que se la tomara. Ella lo condujo de la mano hasta una de las suites de la mansión. De allí, al enorme walking-closet que tenía grandes espejos.

—Elige un traje, son de tu talla. Te espero en la terraza —dijo sonriendo, y caminando en sus tacones altos ella volteo su cabeza por encima de su hombro desnudo para mirarlo, coqueteando, hasta que desapareció de su vista.

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Alexandre se dejó llevar por su juego atrevido y elegante. Los trajes eran nuevos, de colores oscuros y las camisas de seda. Alexandre eligió un traje negro, camisa blanca y una pajarita o humita azul claro, que rimaba con el color de sus ojos.

—Bravo. Ahora sí que nos estamos entendiendo —dijo ella sentada en la mesa cuando él llegó.

Cenaron a la luz de las velas y de las estrellas. Luego subieron las escaleras hasta la terraza de arriba y entraron al salón. Caminaron hasta la mesa de billar y se sentaron juntos en un sofá de cuero.

—¿Notaste cómo me miraba? —preguntó ella.

—¿Te refieres a Victoria? —preguntó Alexandre.

—Ustedes los hombres son tan lentos que nunca entienden el lenguaje entre mujeres. ¿Se dio cuenta de mi beso en tu bolsillo?

—No.

—¿Cómo lo sabes?

—Ella no es de las que revisan bolsillos.

—¿Estás seguro? —preguntó ella.

—Sí —respondió él.

—No puedes saberlo —dijo ella.

—No nos guardamos secretos —dijo Alexandre y en ese momento se dio cuenta de que sí era mentiroso, porque necesitaba mentirle a Victoria para protegerla.

—Entonces, ¿eres mentiroso o no? —preguntó ella con una sonrisa entre pícara y diabólica.

—No —dijo él y se puso nervioso al ver que ella contenía una risa. “¡Parece que está leyendo mis pensamientos!, pensó un poco asustado. Captó que ella tenía un poder oculto sobre él.

—¿La amas? —preguntó ella.

—Como nada en el mundo —respondió él, “Y no estoy mintiendo.”, pensó.

—¿Y amabas a Ronald?

—Era el hombre más honesto y valiente. ¿Cómo no amarlo? —contestó Alexandre.

Ella tragó saliva, se le humedecieron los ojos, se hizo un silencio y pensó, “Quizás si lo hubiera conocido antes habría podido amarlo.”

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—¿Qué sabías de él? —preguntó Alexandre.

—Nada, lo conocí después de su muerte. He leído todo sobre su vida.

—¿Por qué?

—Porque vi la noticia de su accidente y me pareció un hombre interesante.

—Ronald era el hombre más inteligente del mundo, tanto o más que yo —Alexandre dijo.

—Más que tú —dijo ella mirando hacia otro lado.

—El postre está listo —advirtió uno de los camareros.

—¿Vamos? —preguntó ella y al levantarse tropezó. Él la abrazó con el brazo alrededor de su cintura. Ella acercó su cuerpo al de él y ambos permanecieron inmóviles mirándose a los ojos. Su perfume impregnó sus huesos y sus dientes blancos quedaron al descubierto, sus labios rojos se abrieron y el beso era inminente.

—¡Oh! ¡Lo siento! —dijo alejándose—¡Me tropiezo en todas partes! —añadió coquetamente.

Siguieron mirándose a los ojos, de repente ella le tomó la cabeza y lo besó. Fue un beso ni muy largo ni muy corto, un acto calculado para que no tuviera tiempo de reaccionar y lo dejara inmóvil y aturdido.

—¡Oh! ¡Lo siento! ¡No pude evitarlo! —dijo sonrojada—. ¡Te manché de colorete! ¡Déjame limpiarte! —añadió sentándose en el borde del sofá para limpiarle el colorete de sus labios, dejando al descubierto sus hermosas piernas en su vestido corto.

Mientras ella le limpiaba los labios, él también perdió el equilibrio y apoyó la mano en su muslo, un poco por encima de su rodilla. Quería besarla y su mano comenzó a levantarse lentamente.

—Me encantan tus manos —dijo ella alejándose con elegancia— ¡Oh! ¡Nuestro postre se enfría! ¡Vamos, sígueme! —y salió hacia una mesita decorada con velas con dos ensaladas de frutas y caramelos acompañados de champagne.

Todavía estaba atónito cuando terminaron el postre que comieron en silencio. El beso lo conmovió profundamente, pero no fue sólo el beso, era mucho más. Sintió que no sólo la deseaba, sino que la amaba, por ese halo de misterio que lo hechizaba. A Victoria también la amaba y era la mujer que él más admiraba. No la cambiaría por nadie, pero Francisca era fascinante y lo tenía cautivo bajo su magia.

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Cuando terminaron el café, apareció Yellow.

—El helicóptero está listo —dijo.

—Gracias —dijo ella.

—¿Te vas tan pronto? —preguntó Alexandre.

—Lo siento, tengo que volver a Roma y tú necesitas descansar. Mañana tienes un largo día de trabajo con ellos —añadió levantándose de la mesa. Ella lo abrazó por detrás durante largos segundos, demasiados, como si lo conociera de toda la vida y no quisiera irse por miedo a perderlo y pensó, “¿Será verdad tanta maravilla? ¡Veremos!”

—Creo que ahora te conozco un poco mejor, pero me mentiste. Deja la ropa sobre la cama de la suite o llévatela si quieres. Quizá te quiera mucho —dijo y lo besó en la mejilla para luego salir rápidamente. Él ni siquiera alcanzó a despedirse. Se sintió abrumado.

Pensó, “¿En qué te mentí? ¡Ah, ya sé! ¡Tú sabes que no puedo contarle de esto a Victoria! Todo el mundo sabía que él desaparecía y desconectaba su celular una vez al mes. Pensó, “Saben que me desaparezco, pero no saben por qué. No lo sabrán y menos Victoria.” —Tengo que protegerla —murmuró en voz alta.

 Cuando escuchó partir el helicóptero no supo si la cena con Francisca la había soñado o había sucedido realmente, y guardó en su memoria cada momento.

—Lo despertaré a las nueve. Ellos llegarán temprano. Desayunarán a las diez. Buenas noches —dijo Yellow y se fue después de llevarlo a su habitación.

Conocer a Francisca había sido un acontecimiento devastador, y se quedó dormido entre desconcertado, encantado y asustado, recordando esa noche y la mirada de desconfianza de Victoria el día del funeral.

A la mañana siguiente Ricardo llegó temprano. Estaban de muy buen humor desayunando listos para seguir con el libro.

—¿Cómo te trató Francisca? preguntó Ricardo y pensó, “Parece que lo flechó.”

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—Bueno, eh… es una mujer… fascinante —dijo Alexandre con mirada perpleja —. ¿Tú la enviaste al funeral para que me dejara la nota? —preguntó Alexandre.

—¿De qué nota estás hablando? —preguntó Ricardo.

—La nota que puso en mi bolsillo el día del funeral. ¿Tú le dijiste que hiciera eso?

—No. Solo le dije que hablara contigo. Yo quería hacerlo, pero ella insistió —dijo Ricardo y pensó, “¡Vaya! ¡Ella lo hizo a su modo!”

—¿Cuándo la conociste? —preguntó Alexandre.

—Un par de días después de su accidente.

—¿Dónde?

—En la calle.

—¿En la calle?

—Sí, cuando salía del gimnasio. Me dijo que ayudaría a escribir el libro de Ronald con la condición de que no hiciera preguntas.

—¿Por qué confiaste en ella?

—Tuve una corazonada —respondió Ricardo.

—Anoche me dijo que ésta era su casa —dijo Alexandre.

—Es hija de Ragnar Walker, un rico y famoso empresario en Noruega —dijo Ricardo.

Cuando llegó Arturo se sentaron en la sala junto a la mesa de pool. Francisca les tenía un pizarrón y marcadores para que ellos escribieran notas, y así comenzaron la segunda reunión.

Arturo les dijo que había mandado hacer un tetraedro de tres metros de altura. Se lo había encargado a un escultor. Lo haría en grafeno y lo pondría en el jardín de su casa en Buenos Aires.

—Yo también hice uno y lo puse en la sala de mi apartamento. Es una bella escultura que también tengo en mi mente. El tetraedro, es sobre metafísica; hoy, estudiaremos epistemología. —dijo Alexandre.

—Epistemelo… ¿qué?” preguntó Arturo en tono de broma.

—Epistemología. “Episteme” significa conocimiento, y “logía”, estudio. La epistemología es el estudio de cómo aprendemos —dijo Alexandre.

—¿Y no podían inventar una palabra más complicada? —preguntó Arturo, moviendo la cabeza.

—Parece que no hay otra —respondió Alexandre.

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—¡Y para qué sirve aprender cómo aprendemos? —preguntó Arturo.

—En realidad, se trata de saber cómo formamos los conceptos con los cuales pensamos. No podemos vivir sin tomar decisiones, ¿verdad? No podemos decidir sin pensar, ¿verdad? No podemos pensar sin usar conceptos, ¿verdad? Entonces, si puedes diferenciar a los conceptos bien formados de los que no, siempre sabrás donde estás parado en la cancha, en la cancha de la realidad donde juegas el partido de tu vida —dijo Alexandre.

—¡Eso me interesa! Si sirve para saber si estás bien parado en la cancha o no, entonces quiero dominar esa pelota —dijo Arturo.

Alexandre leyó el resumen para esa reunión. Les dijo que antes de hablar los niños perciben, por ello, las percepciones sensoriales eran la base de los conceptos. Pero los niños también imaginaban y era importante hacer la diferencia entre perceptos y fanceptos. Los primeros, eran percepciones de cosas reales; los segundos, percepciones de fantasías imaginadas.

—¡Pero claro! ¡Tú no puedes hacer un gol en el mundo real pateando una pelota imaginaria en el mundo de la fantasía! —exclamó Arturo.

—Entonces, ¿por qué es importante diferenciar a los conceptos que contienen perceptos de los que contienen fanceptos? —preguntó Alexandre.

—Para diferenciar cuando estás pensando con la cabeza en la Luna, de cuando estás pensando con los pies en la Tierra —dijo Ricardo.

—¡Exacto! ¡Cualquiera que piense con la cabeza en la Luna no puede hacer goles en la Tierra! —dijo Alexandre y agregó—. Quien piensa con conceptos que contienen fanceptos sólo puede marcar goles en su mundo de fantasía, pero se enoja cuando la realidad lo ignora. Las leyes físicas de la realidad misma, no validan las fantasías que ignoran la realidad —dijo Ricardo.

—¡Están locos! —exclamó Arturo y recordó lo que una vez le había dicho a un grupo de adolescentes que esperaban tener éxito sin esforzarse, “¿Ustedes creen que fue gratis? ¡No! ¡Tuve que romperme las pelotas durante años para alcanzar la cima! Aten su carro a una estrella, no pierdan la esperanza, pero, ¡esfuércense y sean constantes!”

Así siguieron aprendiendo epistemología y haciendo metáforas. Almorzaron y luego fueron al campo de futbol que estaba al lado de la mansión. Querían chutear un rato.

—¡La libertad proviene de enfocar la lente de tu cámara mental! — dijo Arturo al golpear la pelota con un pase largo.

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—¿Por qué? —preguntó Ricardo al recibirla de pecho y devolviéndosela con un pase alto al centro.

—¡Para diferenciar a los malditos fanceptos de los perceptos! —gritó Arturo desde la distancia—. Si no enfocas tu mente, no puedes elegir; si no puedes elegir, no eres libre; si no eres libre, mejor que te pegues un tiro”, añadió, saltando y cabeceando la pelota que se dirigió hacia el ángulo de la portería donde el portero Alexandre no pudo llegar.

—¡Gol! —gritó Arturo y mientras reía pensó, “Y esta vez Dios no usó la mano.”

De regreso en la sala jugaron una partida de billar y continuaron la conversación. Tocaron el tema del autoengaño funcional, que era otra palabra complicada. Los psicólogos la utilizaban para referirse a la evasión, es decir, a la decisión de contarse mentiras uno mismo para no ver la realidad. Se rieron mucho cuando Arturo hacía la mímica de un portero que cerraba los ojos para evitar un gol. ¡Si no veo la pelota, no existe!; ¡si cierro los ojos, desaparece! ¡Magia!, decía y se echaba a reír a carcajadas, contagiándoles la risa hasta las lágrimas.

Pensaron que habían terminado cuando Arturo sacó a relucir el tema de los profesores de filosofía. Alexandre continuó grabando lo que Arturo agregó.

—Algunos de estos idiotas dicen que el balón es falso, porque no se le ven los átomos; otros que no puedes confiar en tu vista, porque ves como ves; otros que para conocer el mundo “tal como es”, hay que conocerlo sin los órganos de los sentidos. ¡Están todos locos! —exclamó con su acento argentino, haciendo el típico gesto argentino-italiano de juntar las puntas de los dedos y mover las manos.

—Kant llegó a decir que la pelota no existe porque la estás viendo —dijo Ricardo.

Así, continuaron comentando y jugando al billar hasta que se dirigieron a sus respectivas habitaciones a descansar para el día siguiente.

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Cuando Alexandre despertó, se acordó de Francisca. Su hechizo parecía crecer con cada hora que pasaba y empezó a atormentarlo. Decidió sacársela de la cabeza, pero eso le puso triste. Se sintió atrapado.

En el desayuno conversaron sobre el tema de elegir un propósito productivo a largo plazo y lo vital que era para alcanzar verdadera autoestima.

—Cuando era pequeño mi objetivo de vida era hacer una hazaña, por eso me hice grande —dijo Arturo contándoles algunos detalles de su niñez cuando había decidido ser el mejor jugador de futbol del mundo. Agregó que era triste vivir la vida sin un objetivo a largo plazo, pues era como jugar el partido de la propia vida sin un arco donde marcar goles.

Estuvieron varias horas discutiendo los temas del libro y realizando todo tipo de metáforas.

Cuando terminaron, almorzaron. Poco después apareció Yellow para transportar a Alexandre. Se despidió y se aseguró de llevar la grabadora. Tenía mucho trabajo por delante para hacer un resumen de todo lo conversado y ponerlo como un capítulo del libro.

El helicóptero le llevó directamente al aeropuerto de Roma y, tras el viaje, a las cinco de la tarde ya se encontraba en su apartamento de Barcelona.

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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