—Van a llegar mañana para desayunar. La noche es cálida y el cielo está abierto. No queremos perdernos estas estrellas, ¿verdad? Cenaremos aquí —dijo mirando hacia arriba enseñando su hermoso cuello.
—¿Conocías a Ronald? —preguntó Alexandre.
—No —dijo ella.
—¿Qué hacías en su funeral?
—Creo que ya lo sabes.
—¿Trabajas para Ricardo?
—No.
—¿Cuál es tu papel en todo esto?
—Simplemente ayudo con la condición de que no me hagan preguntas. Si lo hacen, no ayudo —dijo ella y se hizo un silencio.
Contempló su belleza que aumentaba con esa dosis de misterio. “¿Quién eres? ¿Por qué quieres ayudar?”, pensó Alexandre.
—¿Puedes aceptar mi ayuda sin hacer preguntas? —ella preguntó.
—Me muero por hacerte una —dijo él.
—Está bien, sólo una, pero no te puedo asegurar que pueda responderla.
—¿Por qué el beso en la nota? —preguntó él.
—¿Eso? —preguntó ella. “¡Cómo tan simplón!”, pensó—. ¡Pero si eso fue sólo un juego! ¡Oh! ¡Esto sí que es divertido! Pensé que me ibas a hacer una pregunta inteligente —dijo riendo y coqueteando—. Ahora yo te haré una, ¿estás de acuerdo?
—Sí —respondió Alexandre.
—¿Eres mentiroso? —preguntó ella.
—No —respondió él, “¡Pero que se ha imaginado!”, pensó.
—Eso ya lo veremos —dijo con una mirada coqueta y desafiante acompañada de una sonrisa triunfante—. No harás más preguntas, ¿verdad? —preguntó ella.
—Está bien, no más preguntas —respondió Alexandre, “¡No puedo creer lo bella que es!”, pensó mientras miraba como secaba su cuerpo.
—Te veré en un rato —dijo y se fue.
Aún sin reaccionar él miró su escultural cuerpo alejándose. De repente ella se detuvo, se giró y caminó hacia él muy lentamente, como una tigresa en celos.
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