ACTO II - CAPÍTULO 11

REFUGIO NUCLEAR EN NORUEGA

Domingo 5 de agosto del 2018

En una cabaña al pie de un lago en Noruega

A trescientos kilómetros al norte de Oslo

Una semana después de la reunión de Villa Ascolassi, en Noruega, a trescientos kilómetros al norte de Oslo, en una tranquila península de un lago entre altas escarpadas montañas apartadas de la civilización, el día llegaba a su fin cuando eran las 21:30 horas.

Una cabaña de madera al lado de un helipuerto, rodeada de hermosos jardines, era acariciada por aromas de flores que viajaban en la suave briza, y por rayos de sol que proyectaban sus largas sombras. Ubicada en la punta de la delgada península, sus altas cubiertas de dos aguas creaban grandes aleros que en un lugar cubría parte de una enorme terraza de madera que bordeaba con el lago y se conectaba con un muelle y un velero. Se entraba desde una punta del volumen, por un porche de acceso exterior bajo el alero hacia un hall interior amplio y cuadrado que, por un lado, comunicaba con el estar, el comedor y la cocina, y por el otro, con el pasillo de la zona de dormitorios por el cual se llegaba a una suite y dos habitaciones más sus respectivos closets y baños. A diferencia de la zona de dormitorios, que tenía cielos horizontales de altura normal, el espacio del estar, el comedor, el bar y la cocina era uno solo, y el cielo un alto plano inclinado que comenzaba muy arriba sostenido por gruesas vigas de madera que sobresalían del espacio al exterior formando un ancho alero en la terraza. Los muros de dos metros de alto que definían el hall y la cocina, no encontraban el cielo, pero si el muro de mayor altura que separaba el gran espacio de la zona de dormitorios.

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Desde la cocina, que era abierta, se veía el comedor, con una mesa redonda para diez personas, luego el bar y al fondo el estar, todo en el mismo espacio. Tenía grandes ventanales, puertas de vidrio de corredera y claraboyas en el cielo que hacían que el espacio fuera muy iluminado y se integrara a las vistas del paisaje y el lago. Cortinas térmicas y celosías móviles controlaban el paso del sol y temperatura automáticamente por un sistema de inteligencia artificial que asistía las funciones de los distintos recintos. Los pisos, muros y cielos, eran todos de madera.  

Debajo de la cabaña había un bunker subterráneo de hormigón de las mismas dimensiones. Se bajaba por una ancha puerta secreta disimulada en el pasillo de la zona de dormitorios. La puerta era de corredera y blindada, y desde el pasillo parecía un mueble embutido en el muro con libros. Para abrir la cerradura había que presionar con los dedos de ambas manos, cuatro lomos de los libros en una secuencia específica y mantenerlos presionados durante diez segundos. La cerradura, similar a la de una bóveda de banco, se abría y la puerta se podía mover fácilmente hacia el lado. Una vez abierta, se bajaba por una escalera de hormigón y piso de madera hasta el hall de distribución del bunker subterráneo. El espacio más importante era una gran biblioteca, del mismo tamaño que el estar, bar y comedor de arriba. Contenía un estar y bar similar al piso superior pero una mesa de pool en vez de un comedor. En una esquina había una estación de computación con varias pantallas y computadores.  Todos los muros perimetrales, de cuatro metros de altura, estaban conformados por librerías de piso a cielo con miles de volúmenes, desde arte, política filosofía, computación y mucho más. El piso y el cielo eran de madera.

Desde el hall de distribución del bunker también se entraba a un pasillo que daba acceso a varios recintos para distintos usos. Uno de ellos contenía una fila de servidores de internet en muebles especiales.

Una puerta secreta, con un mecanismo similar a la puerta de corredera para bajar al bunker desde la cabaña, permitía entrar a un hall donde había un ascensor de carga, una escalera y grandes ductos de ventilación, todo de hormigón armado, que bajaban veinte pisos bajo tierra hasta el refugio antinuclear. Ubicado a setenta metros bajo la superficie, existían todos los recintos y provisiones necesarias para mantener con vida a veinte personas durante cinco años en caso de un Armagedón nuclear.

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La fuente de energía del complejo, incluido el bunker y la cabaña, era un pequeño reactor de fisión nuclear también llamado pequeño reactor modular o SMR por sus siglas en ingles.

El Sr. Walker había gastado una fortuna para construir todo el conjunto que había terminado hacía una década y diseñado con su hija hacía quince. La mantención era automática por una inteligencia artificial y un ejército de robots. La parte invisible, era un bunker de seguridad y un refugio antinuclear; la parte visible, una cómoda cabaña frente al lago en un lugar alejado de la civilización más un muelle y un velero.

El estar de la cabaña salía a una amplia terraza de madera y, bajo el gran alero, un estar al aire libre estaba formado por un sofá de cuero y dos sillones color marfil con una mesa de mármol al centro. Sobre ella había un pendrive verde claro junto a un archivador del mismo color que en la tapa decía «BORRADOR». Al lado había una botella de whisky medio llena y dos vasos de cristal checo. Pegado a un costado del sofá, sobre una pequeña mesa de mármol, había un busto de Aristóteles de tamaño natural, también de mármol; pegado al otro, otra pequeña mesa sostenía el busto de Hipatia de Alexandria, y ambas esculturas tenían sus cabezas a la misma altura de quienes allí se sentaban. El resto de la terraza al descubierto, tan grande como una pista de baile, apoyaba sus gruesos tablones sobre vigas y pilares de madera que descansaban en la orilla de un extenso lago calipso y, desde ahí, se veía el reflejo de un sol anaranjado bañándose en las tranquilas aguas que se perdían en lejanas montañas.

Al silencio se sumó el sonido lejano de un helicóptero que volaba tan alto que, desde la cabaña, casi no se veía. Un Águila Real de Noruega parada en la barandilla de la terraza, miró al cielo y al verlo despegó batiendo sus alas. Ganaba altura en dirección a dos pequeños puntos negros que descendían, a gran velocidad, desde muy alto hacia el lago. El cielo aun azul, era el fondo perfecto para ver aquellos puntos que caían del cielo. El águila se hizo cada vez más pequeña y los puntos se hicieron cada vez más grandes.

El primer paracaídas que se abrió, era como la bandera de Noruega; el segundo, como la del Reino Unido. El sonido de la tela de las violentas aperturas irrumpió en el silencio del valle y, unos segundos después, el silencio volvió.

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Sentada en el arnés de su paracaídas, ella disfrutaba del imponente paisaje, mirando la terraza de la solitaria cabaña donde aterrizaría. Un poco más abajo de sus pies descalzos vio un Águila Real de Noruega escoltando su aterrizaje y pensó, “Papá, tú siempre me acompañas”. Sus manos a la altura de sus orejas sostenían a los conductores con los que guiaba su paracaídas, ella, detrás; el águila, adelante. Pensó, “Tendré que tomar velocidad porque no hay viento.” Frenaría bruscamente en el último momento sobre la terraza.

En ese mismo instante vio que el otro paracaídas descendía a toda velocidad haciendo curvas cerca suyo y pensó, “¡Mi amor! ¡Eres un loco exquisito, pero no me gusta que te arriesgues tanto!”. Algunos segundos después él aterrizó en la terraza, recogió la tela de su paracaídas y se hizo a un lado para dejarle espacio.

Con sus manos a la altura de la cabeza, ella conducía su paracaídas a toda velocidad hacia el punto de aterrizaje y, en el momento justo, bajó ambas manos hasta la altura de sus caderas con todas sus fuerzas. El paracaídas, frenó; sus pies descalzos, se posaron suavemente sobre los tablones de madera.

Recogió su paracaídas en sus brazos, miró sonriendo al hombre que amaba y movió su cabeza hacia los lados mostrándole su admiración y reproche por la arriesgada maniobra que recién había hecho.

Al principio ella había tenido miedo de enamorarse, pero al final comprobó que tenían los mismos valores, así que y se entregó a sus encantos, humor e inteligencia. Ella lo había ayudado a renacer a él y él la había ayudado a renacer a ella.

A unos diez pasos de distancia él estaba sentado en el sofá del estar bajo el alero. Era un joven fuerte de mirada alerta y sonrisa pícara que sostenía un vaso de whisky en su mano izquierda y el pendrive con el libro en la derecha.

Ella lo miró con sus ojos calipso, se quitó el casco de cuero y dejó caer sus largos cabellos rojos rizados; él miró sus ojos y sonrió, contemplando su belleza del mismo color del agua del lago y, alrededor de su cuello, la cadena de oro con un diente de tiburón color verde claro.

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Desde el borde de la barandilla de la terraza, donde había despegado el Águila Real de Noruega, ella le lanzó un beso, giró en sus talones dándole la espalda, lanzó una piedra al lago y ambos escucharon el sonido cuando se hundió en el agua, creando ondas que comenzaban su viaje.

Él se levantó del sofá, con el pendrive del libro en su mano izquierda y caminó hasta ella para ver el viaje de las ondas en el agua.

—Así viajará la verdad objetiva por el mundo —dijo apuntando el índice de su mano derecha a las ondas del lago—, y esta es la piedra —agregó levantando el pendrive del libro en su mano izquierda.

Contemplaban extasiados y en silencio como las ondas avanzaban hasta que él comenzó a caminar al sofá. La escultural pelirroja lo siguió unos minutos después y, cuando estuvo frente a él, se agachó de cuclillas mirándolo a sus ojos. Apoyó sus antebrazos en sus muslos, miró la cabeza del busto de Aristóteles, muy cerca de la de ella, y besó sus labios en un atrevido intento de rescatar al filósofo del mármol.

—¿Crees que resucitará? —preguntó ella.

—Quien no con ese beso —dijo él

—¿Tú resucitarás? —preguntó ella.

—Sólo para mis amigos —respondió él.

—¿Los demás renacerán? —preguntó ella.

—Son libres de elegir y aquí está su libertad —respondió él levantando el pendrive del libro.

Caminaron de la mano hacia donde ella había arrojado la piedra, contemplando el paisaje en silencio, y vieron que una estrella comenzaba a brillar.

Ella estaba contenta por la reunión de la semana anterior en Villa Ascolassi, aunque había costado convencer a Arturo de tomarse un año para pulir el libro. Los apuntes que él le había entregado para conducir esa reunión ella los había seguido al pie de la letra y todo había salido bien. La fecha de la sorpresa ya estaba fijada para un año, tiempo que él necesitaba para reforzar la vigilancia del valle que hasta ese momento era débil. Crearía un sistema para hacer la cabaña invisible, lo que incluía poner en órbita un satélite privado para que nunca nadie supiera de su existencia ni de las personas que allí fueran.

Para ambos había sido difícil esperar el Armagedón en el refugio antinuclear sin decirle nada a nadie, pero había sido necesario si quería desmantelar a La Familia y seguir liderando la producción del libro.

Al igual que Arturo, Ricardo, Alexandre, Victoria y su amada Francisca, Ronald Williams estaba vivo y nunca había muerto, sabía dónde estaba, cómo lo sabía y qué debía hacer: terminar el libro y publicarlo para que perdurara siglos.

 

 

 

FIN SEGUNDO ACTO

 

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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