Sabía que las hazañas que vivían en cada sueño de grandeza la realizaban solo quienes creaban su propio destino. Siempre había querido escribir ese libro y por esas coincidencias de la vida había conocido a Alexandre y Ricardo que también querían escribir uno similar. Sonrío cuando pensó que Ronald, el muerto resucitado, era la causa primera que estaba detrás de todo, una mente excepcional de una hazaña excepcional de un grupo excepcional. Se deleitaba pensando que era parte de ello, y lo más bello era que, aunque era cierto, nunca nadie jamás podría demostrar lo contrario, pues, después de todo, era Dios.
Arturo había sido hospitalizado al mismo tiempo que el presidente MacDoe había denunciado el fraude electoral. Las cosas que habían sucedido en el hospital de Buenos Aires eran raras, atípicas, extrañas y sospechosas, tan raras y sospechosas como las que habían sucedido en las elecciones de Estados Unidos. Sin explicación, de la nada, apareció un médico sustituto que, junto a dos enfermeras sustitutas, sin motivo que lo justificara, insistieron que se hiciera un escáner de cerebro. El resultado del examen detectó un hematoma, lo llevaron a cirugía de emergencia y le abrieron el cráneo. Fue algo muy inusual.
La cirugía había sido todo un éxito y en la clínica se estaba recuperando bien, pero días después que había sido dado de alta y se recuperaba en su casa, murió. Tomó a todo el mundo por sorpresa, como al portero adelantado que le hacen un gol de sombrero. Millones de mensajes circulaban en las redes sociales con su foto con distintos mensajes. «Parece que murió». Cuando los medios confirmaron la noticia la gente no lo creyó. «Se va a recuperar» decían algunos, «Va a salir igual que otras veces», decían otros» o escribían «Debe ser una broma de mal gusto» y otros «Son noticias falsas» y muchos decían «No, no puede morir».
Había llegado el día en que los argentinos, y el mundo entero, por fin supieron la respuesta a la pregunta que todos se habían hecho cuando estaba vivo: ¿qué pasará en el mundo cuando se vaya? Nadie tenía certeza de lo que pasaría en el mundo, pero cuando se confirmó su deceso, sí, se había ido y nadie podía creerlo. Millones de personas en muchos países sintieron el dolor de la perdida y en Argentina se decía que merecía un funeral más grande que el de Eva Perón y, lo habría sido, pero la pandemia le robó lo que merecía.
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