En el hotel donde se hospedaban, cuando Victoria subió al taxi que los llevaría al aeropuerto, Alexandre le hizo una pregunta al conductor en voz baja para que ella no lo escuchara.
—¿Conoce el Club de Esgrima Tour D’Cygne?
—Sí, claro.
—Llévanos allí, paramos un minuto frente al Club y luego continuamos hasta el aeropuerto.
—Está bien.
—Ha sido un fin de semana maravilloso —le susurró Victoria al oído mientras se sentaban en el asiento trasero y luego le preguntó—. ¿Qué hay en ese club?
—¡Me has oído! Quería sorprenderte. Es un edificio histórico muy interesante que quiero ver —dijo Alexandre sabiendo que ella no le había creído y pensó, “¡Como detesto mentirte cariño, pero debo hacerlo para protegerte!”.
El taxi se detuvo frente a la fachada del edificio. Alexandre apartó la mirada subrepticiamente, como si se estuviera acomodando en el asiento y, disimuladamente, miró hacia el otro lado donde Boris le había dicho que estaba la foto de Ronald en el aviso publicitario y, efectivamente, ahí estaba la imagen de Ronald, tal como Boris le había dicho. Ese era el lugar, frente a la foto de Ronald, donde Lenel les había dicho a sus seguidores que había que apagar los incendios al inicio, al mismo tiempo que hacía la mímica de que escribía un libro. “Espero que Victoria no lo vea!”, pensó y se sintió aliviado al captar que ella miraba para otro lado.
—No hay mucho más que ver por aquí, pero puedo llevarlos a un museo que hay cerca —les dijo el taxista, retomando su viaje.
—Será mejor que vayamos al aeropuerto o llegaremos tarde —dijo Victoria mirando hacia afuera y Alexandre se dio cuenta de que algo le molestaba.
—¿Que está mal mi amor? ¿Por qué tienes esa cara?
—Nada, solo estoy un poco cansada —dijo haciendo un esfuerzo por no desplomarse. Pensó, “¿Qué está pasando? ¿Por qué me mientes? ¡Ya no lo soporto!”.
Dos días después, en Cambridge, Inglaterra, Victoria regresaba sola de clases camino a la casa de sus padres, cerca de la casa donde ella vivía con unas amigas que también estudiaban ingeniería aeronáutica.
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