ACTO I - CAPÍTULO 10

VICTORIA EN PARÍS

Domingo 3 de diciembre de 2017

Hotel Nouvelle Garde

París Francia

El día anterior habían perdido ante el club Les Ducs de París, el mejor equipo de la ciudad, pero sus posibilidades de clasificación seguían intactas.

Después del partido, él y Victoria cenaron en el restaurante de la Torre Eiffel. Sus ojos sonreían mientras contemplaban las luces desde lo alto, disfrutando de una elegante cena que habían planeado al detalle. Bebieron champán y cenaron caracoles y mejillones. Al día siguiente partieron temprano hacia Versalles.

—Me encanta volver a esos jardines —dijo Victoria apoyando su cabeza en su hombro mientras los llevaba un lujoso taxi.

Después de un breve recorrido por el Salón de los Espejos salieron y caminaron durante horas disfrutando de las fuentes de agua en los hermosos jardines. Les gustaba mirar la fachada del palacio desde lejos en el parque.

De regreso a París almorzaron en el Café Robespierre, cuyas ventanas daban al Museo del Louvre. Entraron y fueron a ver los enormes cuadros en la misma habitación donde estaba la pequeña Mona Lisa. Repetían la visita al Louvre cada vez que iban a París. No había palabras para explicar el placer de belleza que disfrutaban.

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En el hotel donde se hospedaban, cuando Victoria subió al taxi que los llevaría al aeropuerto, Alexandre le hizo una pregunta al conductor en voz baja para que ella no lo escuchara.

—¿Conoce el Club de Esgrima Tour D’Cygne?

—Sí, claro.

—Llévanos allí, paramos un minuto frente al Club y luego continuamos hasta el aeropuerto.

—Está bien.

—Ha sido un fin de semana maravilloso —le susurró Victoria al oído mientras se sentaban en el asiento trasero y luego le preguntó—. ¿Qué hay en ese club?

—¡Me has oído! Quería sorprenderte. Es un edificio histórico muy interesante que quiero ver —dijo Alexandre sabiendo que ella no le había creído y pensó, “¡Como detesto mentirte cariño, pero debo hacerlo para protegerte!”.

El taxi se detuvo frente a la fachada del edificio. Alexandre apartó la mirada subrepticiamente, como si se estuviera acomodando en el asiento y, disimuladamente, miró hacia el otro lado donde Boris le había dicho que estaba la foto de Ronald en el aviso publicitario y, efectivamente, ahí estaba la imagen de Ronald, tal como Boris le había dicho. Ese era el lugar, frente a la foto de Ronald, donde Lenel les había dicho a sus seguidores que había que apagar los incendios al inicio, al mismo tiempo que hacía la mímica de que escribía un libro. “Espero que Victoria no lo vea!”, pensó y se sintió aliviado al captar que ella miraba para otro lado.

—No hay mucho más que ver por aquí, pero puedo llevarlos a un museo que hay cerca —les dijo el taxista, retomando su viaje.

—Será mejor que vayamos al aeropuerto o llegaremos tarde —dijo Victoria mirando hacia afuera y Alexandre se dio cuenta de que algo le molestaba.

—¿Que está mal mi amor? ¿Por qué tienes esa cara?

—Nada, solo estoy un poco cansada —dijo haciendo un esfuerzo por no desplomarse. Pensó, “¿Qué está pasando? ¿Por qué me mientes? ¡Ya no lo soporto!”.

Dos días después, en Cambridge, Inglaterra, Victoria regresaba sola de clases camino a la casa de sus padres, cerca de la casa donde ella vivía con unas amigas que también estudiaban ingeniería aeronáutica.

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Ya era de noche y ella caminaba lentamente. Su angustia fue tan grande que la hizo llorar. “¿Por qué Alexandre me miente? Él no es así.”, y recordó. ¿Por qué no me dijo nada cuando vio la foto publicitaria de Ronald cuando estábamos en el taxi? ¿Qué está sucediendo?” pensó mientras se secaba las lágrimas.

Lo que más le dolía era haber encontrado esa nota en su bolsillo. Sabía que ella no era el tipo de mujer que registraba los bolsillos de sus novios. Nunca había desconfiado de él, pero esa mañana del día después del funeral de Ronald, cuando Alexandre estaba en la ducha, tomó la chaqueta de su traje que estaba en el sofá para colgarla en el armario. Al ver el bolsillo entreabierto, metió la mano con la intención de sacar la tarjeta de Franco Gambino, y encontró una nota con la marca de un beso en rouge rojo que decía:

«Te espero mañana. Ven de incognito, solo, a pie y sin celular.»

Solo la leyó por un lado, porque justo Alexandre salía desnudo del baño en ese momento, así que retornó la nota, y el beso, donde estaba y disimuló como si nada hubiera pasado. Se puso roja de vergüenza, y fría al mismo tiempo.

Dejó la chaqueta donde estaba justo cuando Alexandre, como solían hacer todas las mañanas, le quitó el pijama, la tomó en brazos y la llevó de nuevo a la cama.

Mientras él le hacia el amor, ella sentía que su cuerpo estaba separado de su alma. Sintió miedo y vergüenza. No era su intención espiar al hombre que amaba porque confiaba en él. Pero, ¿podía?

Victoria no tardó mucho en descubrir cómo había llegado esa nota y el beso al bolsillo de Alexandre. Sabía que estaban vacíos porque ella había limpiado el traje antes del funeral. Le dolía que la nota fuera con letra de mujer, pero, ¡qué descaro el beso! Sabía que era esa bella pelirroja del funeral. Estaba aturdida con todo esto y trató de ocultarlo para no armar un escándalo o romper a llorar frente a Ronald.

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—¿Estás bien? —le preguntó Alexandre después de vestirse.

—Sí. Estoy bien, no es nada. Sólo tengo un pequeño dolor de cabeza — dijo tratando de no desmayarse.

Desde entonces vivió atormentada. Descubrir el beso de la descarada pelirroja había sido un accidente, pero ¿cómo podría demostrárselo?

Cuando estudiaba, a veces la asaltaban preguntas que llenaban su mente de angustia, y pensaba: “¿Quién es esa pelirroja? ¿Hace cuánto que la conoce? ¿Por qué Alexandre desaparece una vez al mes sin que nadie sepa dónde? ¿Por qué no contesta su celular en todo el fin de semana? ¿Es para dormir con ella?” Lo que más la atormentaba era ese beso con colorete rojo en la nota. En ocasiones, tenía pesadillas y se despertaba sudando; en otras, lloraba sola en su habitación. Estaba decidida a luchar por el hombre que amaba, pero ella nunca le diría que había encontrado esa nota con ese beso insolente, pues nunca caería tan bajo.

Sin embargo, a pesar del dolor que la atormentaba, ella sabía que él lo amaba, pero las dudas la mataban. Se sintió atrapada.

“¡Deberías decirle que encontraste la nota!” pensaba a veces. “Tal vez la nota era para otra persona”, pensó otras veces, pero eso era ridículo.

¿Había alguna posibilidad de que él la estuviera engañando? Parte de su mente dijo que no, pero la nota y el beso eran pruebas contundentes. A veces quería gritar de impotencia. Con Alexandre eran amigos sinceros y amantes apasionados. No se ocultaban nada el uno al otro, pero la nota, el beso y el hecho de que él se fuera una vez al mes sin que nadie supiera donde la abrumaban.

Sabía que él le estaba ocultando algo a ella, pero también sabía que ella le estaba ocultando algo a él.

“Tal vez las cosas se aclaren solas”, pensaba a veces. “Tal vez te permita tener un amante, pero no a mis espaldas”, pensaba en otros momentos. “Tal vez podría compartirte en la cama con ella si me lo pidieras, pero no me mientas”. No podía detener esos pensamientos, “yo sé que no eres mentiroso, ¿o quizás sí lo eres? ¡no puede ser verdad!” Habían pasado tres meses y sentía que su angustia se volvía insostenible. Varias veces pensó en dejarlo, pero no quería porque lo amaba.

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Se sentiría humillada si Alexandre la tomara por una de esas mujeres que revisan bolsillos. Ella no era así y no quería decepcionarlo. Decidió esperar. Si había resistido tres meses, podría resistir tres más.

El fin de semana en París la había hecho olvidar, pero cuando llegaron a ese club de esgrima recibió una feroz puñalada y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no desplomarse cuando Alexandre le ocultó la foto de Ronald.

Para no pensar en Alexandre, el próximo fin de semana se iría con unas amigas a Londres.

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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