—Encantado de conocerte —dijo Lenel extendiendo la mano.
—¿Cuál es tu relación con la familia del futbol? —Alexandre le preguntó sin estirar su mano y pensó, “¡Si mataste a Ronald, te mataré!”
—Es mi amigo —reaccionó Franco al ver que Alexandre no le devolvía el saludo.
—Felicidades Franco, creo que esta fiesta representa lo mejor y lo peor de la naturaleza humana —dijo mirando a Lenel directamente a los ojos. Se alejó hacia atrás sin darles la espalda.
Lenel sintió el golpe. En lo más profundo de su mente, juró matarlo.
—Hiciste un muy buen trabajo con su amigo Ronald, pero no será necesario hacer otro. Lo hemos seguido y espiado. Alexandre está limpio —dijo Franco.
—Yo también lo sigo —dijo Lenel y pensó, “No me vas a engañar viejo decrepito”—. Se encierra en su apartamento y no sale con sus amigos. Una vez al mes desconecta su celular y no es posible rastrearlo. ¿No te parece extraño? —añadió Lenel.
—La Familia está tranquila y no quiere más violencia. ¿Capisci? —dijo Franco.
Lenel había jurado que destruiría a los jefes de La Familia, a los que consideraba una banda de viejos retrógrados y cobardes. ¿Cómo iba a salvar el mundo con ellos en el camino? Eran manadas de lobos con cuello y corbata que sobrevivían de generación en generación.
Para acabar con ellos, Lenel tomaría el control de La Familia. Si lo lograba, ¡qué orgullosa estaría su madre! Pensó que su destino divino se cumpliría para salvar al mundo, al fin y al cabo, había nacido en un eclipse.
Lenel se adhirió sinceramente a los ideales de la hermandad y muchos lo temían. Él no era como ellos que sólo querían ganancias personales. Purgaría la hermandad cuando llegara al poder.
Para Lenel, Franco era útil para su propósito, de hecho, Lenel había ascendido rápidamente gracias a él. Le había obedecido en todo para ganarse su confianza. Sintió que Alexandre, de alguna manera, se oponía a sus intenciones, pero no podía matarlo sin el consentimiento de Franco. Tendría que esperar.
—No más violencia. ¿Capisci? —volvió a insistir Franco y pensó, “Este bambino todavía cree que es más listo que yo. ¡Qué patético!”
106