ACTO I - CAPÍTULO 15

CENA DEL CLUB DE BARCELONA

Miércoles 7 de febrero de 2018

Salón de eventos del Hotel Tres Cruces

Barcelona España

Cuando los líderes hablaban, Alexandre no prestaba atención a sus palabras sino pensaba en lo que había aprendido de epistemología y lo que había pasado con Francisca. Recordaba la imagen de su cuerpo desnudo unida a su visión de las nubes antes de abrir el paracaídas, todo ello mezclado con lógica, perceptos y fanceptos.

Los discursos habían terminado y ahora disfrutaban del coctel en la fiesta anual del Club de los Reyes de Barcelona. Allí estaban todos, cuerpo técnico, dirigentes y propietarios de clubes, novias, periodistas, agentes deportivos, representantes de marcas deportivas y amigos del futbol. Después del cóctel, llegaría la cena. Victoria lucía un elegante vestido negro.

Franco Gambino estaba al lado de Lenel Anston y Alexandre sintió ganas de estrangularlo allí mismo. Victoria charlaba con sus amigas sobre los detalles de su matrimonio, ocasión que Alexandre aprovechó para acercarse a Lenel. Quería conocer a su enemigo.

—¡Felicidades! —le dijo Franco Gambino y Alexandre levantó una ceja pensando, “Felicidades de qué, maldito.”

—Me refiero a tu matrimonio y tu buen desempeño en la cancha de futbol. Creo que estás en camino de superar a leyendas como Maradona —añadió.

—Gracias, pero Diego es insuperable.

—¿Conoces a Lenel? —preguntó Franco.

—No.

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—Encantado de conocerte —dijo Lenel extendiendo la mano.

—¿Cuál es tu relación con la familia del futbol? —Alexandre le preguntó sin estirar su mano y pensó, “¡Si mataste a Ronald, te mataré!”

—Es mi amigo —reaccionó Franco al ver que Alexandre no le devolvía el saludo.

—Felicidades Franco, creo que esta fiesta representa lo mejor y lo peor de la naturaleza humana —dijo mirando a Lenel directamente a los ojos. Se alejó hacia atrás sin darles la espalda.

Lenel sintió el golpe. En lo más profundo de su mente, juró matarlo.

—Hiciste un muy buen trabajo con su amigo Ronald, pero no será necesario hacer otro. Lo hemos seguido y espiado. Alexandre está limpio —dijo Franco.

—Yo también lo sigo —dijo Lenel y pensó, “No me vas a engañar viejo decrepito”—. Se encierra en su apartamento y no sale con sus amigos. Una vez al mes desconecta su celular y no es posible rastrearlo. ¿No te parece extraño? —añadió Lenel.

—La Familia está tranquila y no quiere más violencia. ¿Capisci? —dijo Franco.

Lenel había jurado que destruiría a los jefes de La Familia, a los que consideraba una banda de viejos retrógrados y cobardes. ¿Cómo iba a salvar el mundo con ellos en el camino? Eran manadas de lobos con cuello y corbata que sobrevivían de generación en generación.

Para acabar con ellos, Lenel tomaría el control de La Familia. Si lo lograba, ¡qué orgullosa estaría su madre! Pensó que su destino divino se cumpliría para salvar al mundo, al fin y al cabo, había nacido en un eclipse.

Lenel se adhirió sinceramente a los ideales de la hermandad y muchos lo temían. Él no era como ellos que sólo querían ganancias personales. Purgaría la hermandad cuando llegara al poder.

Para Lenel, Franco era útil para su propósito, de hecho, Lenel había ascendido rápidamente gracias a él. Le había obedecido en todo para ganarse su confianza. Sintió que Alexandre, de alguna manera, se oponía a sus intenciones, pero no podía matarlo sin el consentimiento de Franco. Tendría que esperar.

—No más violencia. ¿Capisci? —volvió a insistir Franco y pensó, “Este bambino todavía cree que es más listo que yo. ¡Qué patético!”

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—Capisci —respondió Lenel y pensó, “Espera y verás viejo retrogrado.”

En ese momento Franco recibió un mensaje en su celular. «GC: INRI. GC» Era la clave secreta del Gran Coordinador, quien estaba al frente de varias “Familias” como a las que pertenecía Franco. Todas ellas antiguas dinastías que formaban la clase gobernante de La Familia.

Nadie conocía al Gran Coordinador. Se sospechaba quién podía ser, pero nadie lo sabía a ciencia cierta. Nadie tenía más poder que él. No había nadie por encima de él. Todos le obedecían. No se sabía si se trataba de un grupo o de una sola persona. Lo que sí se sabía era que todo aquel que no le obedecía caía en desgracia: alguna enfermedad, bancarrota o un accidente fatal.

Lenel no sabía que existía el Gran Coordinador. Sólo aquellos que él elegía sabían de su existencia. Eran de poderosas familias que llegaban a lo más alto de la hermandad, los que se destacaban públicamente y realizaban grandes donaciones como las que hacía Franco Gambino. Antes de ingresar, se les pedía una prueba de lealtad que consistía en algún acto de sangre. Eran sacrificios humanos o asesinatos que filmaban para comprometer criminalmente al elegido. Así, el Gran Coordinador podía utilizar las pruebas en caso de traición. Era un sistema simple que funcionaba hacía milenios.

El mensaje INRI del CG era un mensaje en latino. Igne Natura Renovatum Integra. Significaba el fuego de la naturaleza lo renueva todo. Era una frase que rimaba muy bien con la frase favorita de Gambino: «para hacer tortillas hay que romper huevos».

El Gran Coordinador quería instalar un nuevo gobierno mundial que habían denominado: INRI, el Fénix que renacería de las cenizas. El mensaje escrito en verso sólo podía ser leído y entendido por sus elegidos que sabían descifrar su significado secreto, como era el caso de Gambino.                                                 

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                INRI

 

Nuestro ideal ahora cerramos,

después de siglos de trabajo,

al fénix sacrificamos,

y del fuego renacemos.

Entre miles de probabilidades, Franco era uno de los diez elegidos de la élite que habían recibido los versos del Gran Coordinador. Los diez controlaban a miles que controlaban a millones en todo el mundo. Eran los verdaderos gobernantes.

—Argentina siempre es candidata finalista —dijo un periodista a un grupo de jugadores en el salón de cócteles.

—Brasil fue el primero en clasificarse y parece que tiene un equipo fuerte —dijo otro.

—Esta vez Inglaterra va a ganar —dijo un inglés que había llegado al Club procedente del Manchester Lions hacía un año.

En ese momento Alexandre, que escuchaba la conversación, sintió vibrar su móvil.

«SIROB URGENTE AHORA Café Italia en la esquina a la salida del hotel a la derecha».

Alexandre salió a los baños, le quitó la batería a su celular y metió todo en un estuche de fibra de acero. Fue al estacionamiento, abrió el maletero de su auto, dejó su chaqueta y se puso la sudadera con capucha y las gafas de sol. Salió del hotel por los aparcamientos, buscó y entró a la cafetería.

—¿Qué es lo que pasa? —le preguntó Alexandre.

—¿Conoces a Peter Bolt? —preguntó Boris.

—No. ¿Quién es?

—Un hacker. La versión oficial dice que fue asesinado por un ladrón que irrumpió en su apartamento el día del funeral de Ronald. Tengo mis dudas. ¿Hubo algo fuera de lugar ese día? —preguntó Boris.

—No, excepto que Franco Gambino me dio su tarjeta y me dijo que, si necesitaba hablar de libros, podía darme un pase libre a la Biblioteca del Vaticano. Fue muy extraño —dijo Alexandre, recordó algo y agregó—. ¡Un momento! Ahora recuerdo el mensaje codificado que me envió Ronald.

—¿El día de su funeral? —preguntó Boris.

—No, el día de su accidente.

—No te pregunté por el día de su accidente, sino por el día del funeral. De todos modos, ¿qué mensaje te envió Ronald?

—Es como un código de letras. Intenté resolverlo, pero no pude.

—¿Lo recuerdas?

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—Sí, lo tengo en mi celular —dijo Alexandre—. Escríbelo, tal vez tú puedas descifrarlo —añadió mostrándoselo en su celular.

—Escríbelo en un papel y bórralo del celular —dijo Boris después de escribirlo en una servilleta.

 

dpejhp—fo—qfoesjwf

 

—Intentaré resolverlo —añadió Boris y pensó, “Esto se está poniendo interesante.”

—¿Cuál es la urgencia de verme? —preguntó Alexandre.

—Esto es mucho más serio de lo que creía. Creo que Peter Bolt no fue asesinado por un ladrón, sino por Lenel —dijo Boris.

—¿Estás seguro? —preguntó Alexandre.

—Por ahora, es una pista vaga, pero estoy trabajando en ello. Parece que esto es mucho más grande de lo que yo pensaba. Quiero que uses este llavero. Si pulsas aquí se activa un sistema GPS y puedo localizarte. Es alta tecnología rusa la que me proporcionan mis antiguos amigos de la KGB. Son los mejores hackers. Si te secuestran, sabré dónde estás. Úsalo en caso de emergencia.

—Gracias —dijo Alexandre y guardó el llavero en su bolsillo.

—¿Crees que Ronald conocía al hacker? —preguntó Boris.

—Nunca me dijo que conocía a ningún hacker. Ronald y yo aprendimos a piratear y competimos en piratería sólo por diversión. Una vez le pregunté en broma si había sido entrenado por Scotland Yard y él respondió bromeando diciendo que la CIA.

—¿La CIA?

—Sí, pero lo dijo en broma, estoy seguro.

—¿Aprendiste a hackear?

—Sí. Aprendimos mucho, pero al final, Ronald me sacó una gran ventaja. Nunca lastimamos a nadie.

—¿Por qué les interesaba el hackeo?

—Era una competición deportiva más. Nos gustaba competir en todo tipo de cosas difíciles.

—Esto es mucho peor de lo que pensaba. Al parecer Bolt descubrió una operación militar a gran escala. Si se lo contó a Ronald, tal vez pensaron que él también lo sabía y por eso lo mataron. Pero si Ronald trabajó para la CIA eso cambia toda mi investigación —dijo Boris.

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—Conocía muy bien a Ronald y sé que no trabajaba para la CIA. Estoy seguro de lo que me dijo fue una broma.

—Si Ronald no trabajó para la CIA, Bolt sí. Ya lo confirmé. Lo contrataban para casos difíciles y se decía que era el mejor hacker del mundo —dijo Boris.

—Si Bolt lo entrenó, eso explicaría por qué Ronald me ganaba en las competencias de hackeo que hacíamos.

—Si la CIA está detrás de esto estamos hasta el cuello. ¿Hay algo más que sepas sobre Ronald que no me hayas contado? —preguntó Borís.

—No.

—Tienes que protegerte porque estás en peligro. Utiliza el llavero en caso de emergencia. Me tengo que ir.

—Y yo tengo que volver a la fiesta.

—Está bien.

—Adiós.

Victoria lo buscaba por toda la habitación; hacía diez minutos que no veía a Alexandre.

—¡Felicidades cariño! ¡Ustedes dos hacen tan linda pareja!

¿Dónde está tu prometido? ¡Él es muy guapo! —le dijo una señora.

—De hecho, lo estoy buscando —respondió Victoria.

—Seguramente está con sus amigos hablando de futbol. Eso es todo de lo que hablan, ¿verdad? —le comentó la señora.

—Alexandre habla a veces de filosofía. “Que señora más desubicada”, pensó.

—¿Filosofía? ¡Ay! ¡Que aburrido! ¡Espero que no sea muy frecuente! ¿Quién entiende la jerga de esos académicos? Parece que les gusta no ser comprendidos para sentirse importantes y conseguir trabajo en las universidades. Podrían hablar con palabras más simples, ¿no crees querida?

Victoria asintió con la cabeza y pensó, “¡Tremenda verdad! ¿Entenderá lo que dijo o repite como loro?”. Buscaba a Alexandre, pero él no estaba por ningún lado. Había tantos hombres elegantes y atractivos, y tantas mujeres hermosas. Sin embargo, confiaba en Alexandre. Pensó, “¡Cariño, ni lo pienses! ¡Ya te dejé las cosas bien claras!”

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—¿Te acuerdas de mí, Victoria? —dijo Francisca apareciendo por detrás y extendiéndole la mano.

—Sí. Alexandre te salvó la vida el día del funeral. No vas a tropezarte aquí, ¿verdad? —dijo devolviéndole el saludo. “¡Uf! ¡Eso fue rudo!”, pensó. Estuvo tentada de preguntarle sobre el mensaje del beso, pero como sabía que era ella, no era necesario.

—Soy Francisca Walker. Quería felicitarte por tu matrimonio. Ustedes dos hacen una pareja muy hermosa. Un hombre tan guapo con una mujer tan bella y atractiva como tú. Debe ser difícil caminar por las calles.

—Tú también eres una mujer muy hermosa Francisca, gracias. ¿Cuál es su relación con el club?

—Mi padre es dueño de tres cadenas hoteleras donde se hospeda el club en las concentraciones previas a los partidos. Trabajo con él, pero también me encanta el futbol y especialmente el Club de los Reyes de Barcelona. Tienen los mejores y más atractivos jugadores, ¿no crees?

—¡En efecto! Son muy atractivos —respondió Victoria tensando su cuerpo y mirando a otro lado y pensó, “¡Ni se te ocurra acostarte con él a mis espaldas!”

—Me gustaría ofrecerles a ti y a Alexandre una cena especial, cortesía del hotel, una cena íntima de amigos, más tranquila y sin todo este bullicio donde podamos hablar de filosofía.

—¿Por qué de filosofía? —preguntó Victoria, “¡esto es raro!”, pensó.

—Sabes que es el tema que le apasiona a Alexandre. Con su amigo Ronald se ganaron el sobrenombre de “Los Filósofos” e incluso apareció en los periódicos.

—Sí, eso ya lo sé. ¿Qué deseas? —Victoria interrumpió sin mirarla.

—No creo que los futbolistas no usen la cabeza porque se ganan la vida con los pies. Todos han llegado donde están porque siguen algún tipo de filosofía, pero no se dan cuenta. Me imagino que tú, como experta en física aeronáutica, debes tener conversaciones filosóficas muy interesantes con Alexandre.

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—¿Cómo sabes tanto de mí? —preguntó Victoria mirándola de reojo.

—Porque tu matrimonio está en todos los periódicos y revistas. Leí en alguna parte que estudiaste física e ingeniería aeronáutica.

—En realidad, sí. ¿Y de dónde viene tu interés por la filosofía? —preguntó Victoria.

—Es algo que aprendí de niña con mi padre. Es un admirador de Aristóteles. Por favor acepta mi invitación. No voy a interferir en tu matrimonio. Puedo organizar una hermosa cena para tres. Adiós —se despidió abruptamente entregándole su tarjeta y pensó, “¿Serás tan inocente como aparentas, pajarita?

—Gracias adiós —dijo Victoria viéndola alejarse envuelta en su traje verde que resaltaba su hermoso cabello largo, rojo y rizado. “¡No te culpo Alexandre!” pensó. Era exquisitamente atractiva y parecía que la hubiera hechizado. ¿Quién era? ¿Qué quería? Por ahora no sabía, pero le seguiría el juego hasta descubrir por qué había dejado esa nota con un beso. Era un enigma fascinante. Sintió que alguien le ponía una mano en el hombro.

—¡Alexandre! ¿Dónde estabas? ¡No te desaparezcas así! ¡Te busqué por todas partes!

—Estoy aquí mi amor. No me sentía bien y fui al coche a buscar algo para el dolor de cabeza.

—¿Quieres que nos vayamos?

—No, ya estoy mejor, ¿con quién hablabas?

—Creo que lo sabes mejor que yo.

—¿De qué estás hablando?

—Ella es la mujer que chocó contigo el día del funeral y con quien te vieron en Londres, besándola. Ella me saludó y nos invitó a cenar como cortesía del hotel.

—¿Por cortesía del hotel? —preguntó Alexandre fingiendo no entender.

—Supongo que debe ser por nuestro matrimonio. Es hija del dueño de esta cadena de hoteles donde tú equipo se reúne antes de los partidos —le dijo pasándole la tarjeta.

—Francisca Walker. ¿Gerente de Operaciones de Hoteles Walker? No sabía nada de esto.

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—Me felicitó por nuestro matrimonio y nos invitó a cenar.

—¿Qué tipo de cena? ¿Dónde? ¿Cuándo?

—No lo sé. Simplemente dijo que sería una cena íntima y tranquila donde podríamos hablar de filosofía. Su inteligencia la hace aún más atractiva, ¿no crees?

—Sí.

—¿Qué es lo que quieres hacer? —dijo él mirando hacia otro lado y pensó, “¡Únete a la fiesta!”

—¿Acerca de qué? —preguntó ella aguantando la risa de leer sus pensamientos.

—Sobre la invitación —respondió él y pensó, “¡Disimula!”

—Lo pensaré —dijo ella guardando la tarjeta en su bolso.

Victoria esbozaba un plan. Quizá se uniría a la fiesta para saber con quién estaba tratando. Era mejor estar cerca del enemigo para no perder al hombre que amaba.

—¿Propuso hablar de filosofía? —preguntó Alexandre para disimular más sus intenciones.

—Así es —respondió Victoria mirando al suelo y ocultando su risa al descubrir su disimulo.

Alexandre se sintió intrigado y vulnerable. “¿Qué pretendes Francisca?, pensó, ¿le dirás que te vi desnuda y que no quise acostarme contigo?, pensó recordando su escultural cuerpo, ¡No se te ocurra decirle nada primero que yo!

Él tuvo que trasnochar muchas veces más para terminar el resumen de la próxima reunión filosófica. Era más de epistemología. El tiempo apenas le alcanzaba y lo que también le quitó tiempo ese mes fue aprender a empacar su paracaídas. Tendría que abrirlo por sí mismo en diez días. Necesitaba entender el “por qué” de cada pliegue del empaque. Lo empaquetaba una vez al día, a cámara lenta, concentrándose en comprender la lógica de cada detalle del proceso. No obedecía a ningún capricho sino a leyes físicas de la realidad que actuaban en una secuencia encadenada de causas y efectos, como las decisiones de uno en la vida. Un solo error y, en diez días más, se mataría. En cualquier caso, sabía que existía un paracaídas de reserva que era plegado por un experto, pero no quería utilizarlo. Si su paracaídas no se abría por completo, o su cuerpo se enredaba en las cuerdas en el momento de la apertura, o el paracaídas de reserva se enredaba con el principal, su muerte era segura. Sabía que no se podían cometer errores en caída libre a doscientos kilómetros por hora.

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Miró el vídeo del paracaidismo más de diez veces y practicó los movimientos de apertura acostado sobre su estómago en el suelo. Tenía que automatizar los movimientos para adoptar una posición horizontal con el vientre hacia abajo cuando cayera a esa altísima velocidad. Lo más difícil era estar completamente relajado antes de abrir el paracaídas, de lo contrario podría perder el control o entrar en curvas de las que era muy difícil salir y cuyo fin era trágico. Practicó los movimientos cientos de veces para automatizarlos. Sabía que mecanizarlos podría salvarle la vida, ya que el terror paralizaba a quienes saltaban por primera vez.

Además, tenía que saber conducir su paracaídas hasta la zona de aterrizaje y frenar en el momento adecuado. Si frenaba antes, el paracaídas perdería sustentación y caería hacia atrás con una alta probabilidad de romperse la columna y quedar inválido.

Por último, tenía que estar muy alerta antes de saltar del avión, porque si por accidente el paracaídas se abría y quedaba atrapado en la cola del avión, se estrellaría y todos morirían. Un accidente así había ocurrido, les había contado el instructor, quien estaba en el aeropuerto cuando murieron dos pilotos y ocho paracaidistas.

Su mente y sus ojos volvieron al salón de recepción y en ese momento vio a Lenel y Franco salir de la habitación y, sin darse cuenta, metió la mano en su bolsillo para sacar el llavero que le había regalado Boris.

—Te espero mañana para almorzar con los nuevos patrocinadores —dijo Patrick, su representante, pasando a su lado en ese momento.

—Ahí estaré. ¿Harán las fotografías? —preguntó Alexandre.

—Así es, dicen que la sesión será solo de tres horas —respondió Patrick.

Alexandre sabía que no serían tres horas sino al menos seis. Patrick recibía asesoramiento de un experto en imagen pública para que los anuncios publicitarios de Alexandre no contradijeran su imagen de futbolista. Como su representante, Patrick era muy buen profesional y detallista. Alexandre pensó, “Es tan detallista como un buen paracaidista. ¡Por eso le va bien!”

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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