ACTO I - CAPÍTULO 24

BOMBA EN LONDRES

Sábado 21 de abril de 2018

Estadio Real de los Marinos de Su Majestad

Londres Inglaterra

Alexandre jugaba un partido importante en Londres en el Estadio Real de los Marinos de Su Majestad. Quedaban treinta minutos. Entre el público había muchos guardias armados con ametralladoras. Otros iban con perros o detectores de metales. Después del atentado en Manchester esa era la nueva normalidad. “El Reino Unido nunca se dejará intimidar por el terrorismo”, había dicho el primer ministro. El atentado había abierto el debate sobre la seguridad en los estadios de todo el mundo. “Proteger a los aficionados del futbol es nuestra prioridad en el Mundial”, había afirmado el presidente ruso.

Victoria, con el regalo de Venus colgando de su cuello, veía el partido desde las gradas VIP, junto a Patrick, el representante de Alexandre. Su equipo tenía que ganar para seguir en la Copa del Campeonato de Europa.

Cuando faltaban veinticinco minutos para el final del partido, Alexandre pidió ser sustituido. Le dolía su gemelo derecho que no se había recuperado bien de una lesión que había sufrido jugando por la selección de Francia en un partido amistoso de preparación para el Mundial la semana anterior.

Se sentó en el banquillo y el técnico dio instrucciones al borde del campo.

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Cinco minutos del final, Octavio Ramírez, uno de los defensores de su equipo, cometió una grave falta al atacante del equipo contrario, Bernardo Zamora, goleador español que militaba en Los Caballeros del Rey. La falta no había sido dentro del área, pero el tiro libre era muy peligroso.

El atacante español se revolcaba de dolor en el suelo. Sus compañeros se abalanzaron sobre Ramírez y uno lo golpeó en la cara como un boxeador. Se desató una batalla campal, pero el árbitro pudo controlar la situación. Zamora no pudo levantarse y fue sacado en camilla.

El árbitro expulsó a Ramírez y al boxeador. Si el equipo contrario marcaba el tiro libre, para el equipo de Alexandre sería casi imposible clasificarse para la final.

Cuando todo esto sucedía, Alexandre revisaba mensajes en su celular, levantó la vista y vio a un hombre sobre la marquesina de acero que cubría al público que estaba sentado al otro lado del estadio, enfrente de él y le pareció que tenía un megáfono.

—¿Qué hace ese hombre ahí? —le preguntó Alexandre a otro jugador que también estaba en la banca.

—¿Dónde?

—Allí, enfrente en la marquesina que cubre al público.

—No lo veo.

—Está de pie sobre la marquesina al otro lado del campo de futbol.

—Ahora lo veo. ¡No lo sé! ¿Cómo podría saber qué está haciendo allí? Debe ser alguien de seguridad —dijo y siguió viendo el partido.

Alexandre lo encontró fuera de lugar. Seguía mirándolo cuando el árbitro ordenaba a la barrera para ejecutar el tiro libre. En ese momento, su celular vibró y leyó un mensaje de texto que le llegó desde el número de Boris. «¡EL ESTADIO EXPLOTARÁ! ¡SAL AHORA!».

—¡Tenemos que salir de aquí ya! —les dijo a sus compañeros poniéndose de pie, pero estos no entendieron ni reaccionaron—. ¡Esto va a explotar! —exclamó, pero lo miraron sin verlo, lo escucharon sin oírlo, y siguieron viendo el partido. Corrió subiendo por las escaleras hasta donde estaban Victoria y Patrick—. ¡Salgamos de aquí! —dijo al llegar.

—¿Que está sucediendo? —preguntó Patrick.

—¡Esto va a explotar! —respondió Alexandre.

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Tomó la mano de Victoria y bajaron corriendo las escaleras y, justo antes de que el árbitro pitara el tiro libre, se escuchó, “Al-lahu-àkbar”, y luego una explosión que hizo caer la pesada marquesina de acero que estaba sobre el público. Alguien había colocado bombas en sus pilares, explotaron, se vino abajo y cayó aplastando a cientos de personas.

El árbitro, corría agitando los brazos suspendiendo el partido; los jugadores, corrían a los camarines; la gente, corría presa del pánico para escapar; los guardias y la policía, pedían calma por los altavoces para evitar la estampida, pero fue inútil. Decenas de personas murieron aplastadas por la marquesina y por la estampida, dejando a su paso un centenar de muertos y similar número de heridos.

La noticia dio la vuelta al mundo en menos de un minuto. Las imágenes tomadas por celulares circulaban en las redes sociales, pero Internet las borraba una y otra vez.

—¿Cómo supiste lo que pasaría? ¡Me asustas! —dijo Victoria.

—Sólo vi a un hombre en el techo de la marquesina y me pareció extraño —respondió.

—¡Pero! ¿Cómo puedes estar seguro de que estallaría una bomba?

—Sólo quería salir del estadio. Tuve un mal presentimiento.

—¿Por qué?

—Últimamente ha habido tantos actos terroristas que cuando vi al tipo del megáfono lo di por sentado —añadió completando su mentira. No podía decirle que Boris le había advertido. Seguramente sus amigos hackers lo habían descubierto.

Cuando llegaron al hotel estaba lleno de gente y el ambiente era frenético. Cuando vieron a Francisca en el bar, corrió hacia ellos.

—¡Oh! ¡Qué alegría me da saber que están bien! —exclamó y los abrazó. Alexandre levantó una ceja al notar que ella llevaba una cadena de oro con un diente de tiburón verde claro, del mismo color de ojos de Victoria—. No pude comunicarme con ustedes por el celular. No hay señal —añadió.

—Alexandre vio al extremista y nos dijo que saliéramos —dijo Victoria.

—¿Cómo supiste que era un extremista? —preguntó Francisca.

—Fue una corazonada.

—¿Y eso fue suficiente para que quisieras salir del estadio?

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—Tuve un mal presentimiento, no sé, algo me dijo que saliera —dijo mirando hacia otro lado y pensó, “Lo siento, pero no puedo hablaros de Boris.”

—Tal vez tu ángel de la guarda te lo advirtió —dijo Francisca mirándolo con ternura y pensó, “Yo sé quién es.”

—Ojalá todos tuviéramos uno —dijo Alexandre y pensó, “El nombre de mi ángel guardián es Boris.”

En el bar del hotel vieron impactantes imágenes de heridos y muertos en las noticias de la televisión. Todos estaban asustados. Algunas personas discutían sobre las políticas de inmigración.

Vieron que una familia de musulmanes, el padre, una hija de cinco años y su madre, con el hiyab en la cabeza, salían del ascensor y caminaban rápidamente por el vestíbulo del hotel hacia la puerta de salida para subir a un taxi. Pero no lograron llegar a la puerta porque un grupo de fanáticos del equipo, nacionalistas, entró corriendo al hotel y, cuando los vieron vestidos como musulmanes, se abalanzaron sobre ellos. El hombre y la mujer cayeron al suelo y recibieron varias patadas, mientras los guardias del hotel y otras personas que estaban en el vestíbulo intentaban detener a los atacantes. Era un caos total.

—¡Hay que matar a estos musulmanes! ¡Que se vayan al desierto de dónde vienen! —gritó un fanático fuera de sí. La pequeña lloraba al ver cómo golpeaban a sus padres. Un cobarde psicópata, completamente irracional, le dio una patada en la espalda a la pequeña niña de solo cinco años que salió volando por los aires. Al ver la escena, el enojo de Alexandre fue tan grande que corrió más rápido que la luz, saltó y pateó la cabeza del psicópata como pateando una pelota de bolea en el aire. El psicópata cayó al suelo instantáneamente y quedó inconsciente. El empeine de su pie derecho había golpeado de lleno una de sus sienes. Estaba repleto de gente gritando y corriendo en todas direcciones. Era un caos total. En ese momento se volvió a poner la capucha que se le había caído. Aunque todo había pasado muy rápido, algunas personas lo reconocieron. El caos seguía y, sin previo aviso, se escuchó fuego de ametralladoras en la entrada del hotel. Eran las Fuerzas Especiales Reales disparando al cielo. Al menos diez entraron al salón vestidos con equipo de combate. Un oficial vio que la pequeña estaba en brazos de su padre. Los militares escoltaron a la familia musulmana hasta una ambulancia.

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Cuando regresaron al bar, Alexandre cojeaba.

—Vámonos a un lugar más seguro —dijo Francisca, y salieron por la puerta lateral del hotel subiéndose al mismo auto blindado que le había salvado la vida en Múnich.

—Espero no haberme roto el empeine —dijo Alexandre con una mueca de dolor en su rostro.

—Cuando lleguemos te curaremos —dijo Francisca.

Yellow los llevó por las calles de Londres hasta el edificio del Sr. Walker y subieron por el ascensor al apartamento del piso 15. Allí habían realizado la reunión filosófica después que había estallado la bomba en el avión del Sr. Walker. Francisca, recordó con vergüenza lo ebria que estaba cuando había besado a Alexandre; Victoria, lo que había sufrido cuando había visto las fotos del beso.

Una vez más, los recibió la maravillosa vista de la ciudad, la Casa del Parlamento, el Big Beng y la Rueda del Támesis. Cojeando, Alexandre caminó hasta el sofá de la sala y encendió la televisión con el control remoto.

Ellas le descubrieron el pie derecho y lo metieron en un balde de agua con sal.

—Te va a quitar la hinchazón —dijo Francisca mientras Victoria lo examinaba como si fuera una traumatóloga.

Cuando veían las noticias en la gran pantalla de plasma, entre todas las imágenes que aparecieron, mostraron a un loco con sudadera y capucha pateando a un fan en la cabeza en un hotel, pero el ángulo de la cámara impidió verle la cara.

“Algunos testigos en el hotel dicen que la persona que dejó a este hombre con un TEC cerrado es Alexandre Duval, el famoso futbolista del Club de los Reyes de Barcelona”, comentó uno de los periodistas que cubría la noticia en vivo.

—No me arrepiento de haberlo hecho y lo volvería a hacer mil veces —dijo Alexandre mientras seguían curándole el pie.

El periodista no había mencionado la patada en la espalda que el psicópata le había propinado a la pequeña. Pero hubo tantas otras noticias más impactantes que no fue a más. Las horribles imágenes de cadáveres aplastados se mostraron sólo una vez. Eran demasiado impactantes. De hecho, Alexandre se sorprendió de que las hubieran mostrado. Pensó, “¿Periodistas valientes desobedeciendo a jefes cobardes?”

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El primer ministro habló brevemente en la televisión condenando el ataque y luego lo hizo el presidente ruso que dijo:

“Condeno el cobarde ataque terrorista en Londres y señalo que se han tomado todas las medidas para garantizar que una tragedia como esta sea imposible en la próxima Copa del Mundo.”

Mostraron imágenes de presidentes de otros países que también lo condenaron. Un nuevo grupo terrorista lo había reclamado, pero otro grupo musulmán dijo que eran impostores porque lo habían hecho ellos.

“Desde que murió Mahoma, nunca se han puesto de acuerdo sobre quién es el líder”, dijo un experto religioso en una entrevista.

Un periodista independiente se atrevió a decir que se trataba de un ataque de bandera falsa por parte del gobierno británico para endurecer las políticas de inmigración. Era difícil distinguir las noticias reales de las falsas y entre teorías de conspiración y hechos reales.

“La purga de inmigrantes terroristas es necesaria para recuperar Europa”, había declarado el líder político de extrema derecha en Francia. Días antes en su país, el gobierno había sofocado con mano dura las revueltas de los nacionalistas que habían salido a quemar coches y negocios musulmanes.

“Esto me recuerda a la República de Weimar”, había dicho un anciano al que habían entrevistado en Alemania.

Toda Europa sufría las políticas de inmigración indiscriminada que había hecho posible que los terroristas se infiltraran junto a familias musulmanas honestas, pagando justos por pecadores.

En Alemania había grupos neonazis que querían el regreso de Hitler y habían formado un partido político.

Todos estos grupos irracionales luchaban por el bien de la humanidad y se mataban unos a otros. Alexandre estaba triste al ver el circo de la irracionalidad que se extendía como un incendio. ¿Se podría apagar? Pensó en el libro, “¡Hay que terminarlo y publicarlo rápido!”

Se trasladaron a la suite principal y estaban mirando televisión en la cama. Se inclinó para mirar la parte superior de su pie y estaba muy, pero muy hinchado. Se tocó y no tuvo dolor en los tarsos ni en las falanges, sólo le dolían el primer y segundo metatarsiano debido a la inflamación en los tendones y músculos.

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Pidieron pizzas y refrescos.

—Mi muñeca me duele.

—¿Cual? —preguntó Francisca.

—La que está al lado tuyo —contestó él y ella trajo otro recipiente con agua salada.

—Quítate la camisa —dijo Francisca para ponerle un ungüento en el hombro izquierdo, que también le dolía.

Luego del tratamiento médico, lo colocaron en medio de la cama con unas almohadas de plumas para que siguiera viendo las noticias.

Ambas diosas se levantaron y regresaron en pijama, se tendieron en la cama, abrazándolo una a cada lado, como buscando su protección, y así se quedaron dormidas con sus cabezas sobre su pecho. Él también las abrazó, como tratando de protegerlas de la locura del mundo; poco después, apagó la televisión y se durmió.

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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