ACTO I - CAPÍTULO 26

BAAL EN PARÍS

Miércoles 26 de abril de 2018

Museo Louvre

París Francia

—¿Ves esa escultura? —Lenel le preguntó a Franco en el Louvre y agregó—. Representa a un dios griego pagano e inmoral, luciendo su cuerpo desnudo y genitales. Una vergüenza para la raza humana y al verdadero Dios cuyo cuerpo está en todas partes y en ninguna.

—Por eso La Familia quiere premiarte —dijo Franco.

Lenel seguiría el juego, pero tenía muy claro que mataría a Franco si fuera necesario. Como Jefe de París, se había rodeado de jóvenes que le temían y los estaba colocando en lugares estratégicos para llevar a cabo la purga cuando llegara el momento. Les hizo jurar que le obedecerían sin pensar, de lo contrario, era la muerte.

—Estoy muy agradecido con La Familia. ¿En qué consiste el premio? —preguntó Lenel.

—Te elegirán como Maestro Imperial, jefe de La Familia en todo el mundo —dijo Franco.

Lenel no dijo nada y pensó, “Mi purga ha llegado.”

—Si es la voluntad de La Familia estoy aquí para servirla —respondió Lenel con absoluto cinismo.

—Lenel, la servirás ciegamente. No eres nada, sólo basura sin cerebro, sin voluntad, sin futuro, sin aire, un esclavo, un cobarde, un imbécil, una herramienta miserable sin alma propia, y así vivirás el resto de tu vida. Como líder tú no tienes cerebro. ¿Capisci? —dijo Franco.

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—Capisci —respondió Lenel, ocultando su ira lo mejor que pudo. “¡Quien crees que eres!”, pensó.

—No me vas a engañar, pedazo de mierda, ¿crees que no tengo poderes para leer tus pensamientos? ¿Sabes qué deidades te están hablando ahora? ¡Maldita sea! ¿Conoces la legión de demonios con la que estás lidiando? ¿Quieres desafiar a su general? ¡Tú, miserable pedazo de carne! ¿Todavía no has descubierto quién soy realmente? ¡Estúpido retrasado! —Franco terminó de insultarlo como le había indicado Genaro.

—Yo soy el que habla, habló y hablará, el que habla por Lenel y habla a La Familia. El que habló a tus antepasados y ahora te habla. ¿No oyes mi voz, pequeño Franco, último eslabón de los Gambino? ¡Dile a quienes te enviaron! ¡Quien no es digno de mí, no es digno de La Familia! —exclamó Lenel con otra voz y su rostro transformado, mitad de loco y mitad de santo.

Franco quedó estupefacto, con su mente en blanco. No esperaba esa respuesta. Cuando su mente se recuperó, pensó, “¿De verdad está canalizando?”

Franco, un iniciado, conocía el misticismo y rituales mágicos, pero, aunque veneraba a Baal, temía los impredecibles designios del dios. “¿Es él?”, pensó y sintió miedo.

—¿Me reconoces? — Lenel le preguntó, después que había agarrado sus mejillas con sus manos, acercado su cara a la suya y mirado directamente a los ojos.

—Sí, reconozco —dijo Franco con cara de espanto.

—¿Cuál es mi nombre? —preguntó sin soltarlo.

—Baal —dijo Franco.

—¿Por qué me rendís pleitesía?

—Para conservar el poder de la dinastía Gambino —dijo Franco y agregó—. ¡Me postro ante ti Baal! ¡Te venero dios de la lluvia, del trueno y de la fertilidad, dios de mis antepasados babilonios y caldeos, de cartagineses y fenicios, de filisteos y sidonios! ¡Te venero dios del fuego que purifica! ¡Muéstrame el camino para honrar a mis antepasados ​​que te han honrado por siglos!

—Ve y habla a los que creen que hablan y diles que he hablado —dijo Lenel y se fue.

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Franco quedó aturdido y se fue caminando por los Campos Elíseos hacia el Arco de Triunfo para reunirse con Genaro y contarle de su encuentro con Lenel. El día, estaba soleado; su alma, nublada. A pesar del calor, sentía frío. La respuesta de Lenel lo había dejado paralizado y pensó, “¿Despertaremos la ira de Baal si sacrificamos a Lenel?  ¿Lo ha elegido para hablar a través suyo? ¿Arriesgaré la protección que ha dado a mi familia por siglos?” Se sintió perdido. ¿Dónde estaba? ¿Cómo podía saberlo? ¿Qué debía hacer? No lo sabía.

—Estás pálido como una sábana. ¿Viste a un fantasma? —le preguntó Genaro y agregó—.  ¿Qué te dijo el bambino?

—Que él era quien hacía posible que La Familia hablara. Que yo no era digno de mi sangre si no lo reconocía y al que no lo reconociera lo arrojaría al infierno. ¡Habló con otra voz y le cambió el rostro!

—El bambino está jugando contigo —dijo el anciano con una sonrisa cínica.

—¿Y si es la señal que La Familia estaba esperando? —preguntó Franco con su rostro descompuesto.

—Sí, la señal. Ha habido muchas señales. ¿Por qué tendría que ser esta? —preguntó Genaro.

—¿Y por qué no? —preguntó Franco.

—Este no es momento de dudas, bambino. Los dados ya están echados. Será coronado como Maestro Imperial, el gran líder de La Familia en el mundo, y luego sacrificado —dijo Genaro.

—¿Y si es la deidad que adoramos? —preguntó Franco angustiado.

—Mira Franco. La Familia es La Familia… y si La Familia habla, La Familia escucha… y cuando La Familia escucha, no habla, ¿capisci? ¿No te queda claro? ¿Qué has aprendido en cuarenta años? ¿Vas a traicionar tu sangre en el último momento? —preguntó el anciano.

—¡Pero si es la deidad no podemos matarlo!

—¿Qué es la muerte? ¿Qué es la vida? ¿Los dos cachetes del mismo culo? ¿Lo uno lo otro y ninguno? —preguntó Genaro y la mente de Franco se descarriló—. La suerte está echada y Lenel será sacrificado —añadió.

Franco sentía que se hundía en una espesa niebla y no sabía qué pensar.

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—¿Qué pasa bambino? ¿Por qué estás tan pálido? —preguntó el anciano.

—Nada.

—¡Concéntrate en lo importante! Y a propósito de cosas importantes. ¿Estás seguro de que Lenel apagó el fuego y no dejó chispas en el camino?

—Sí.

—¿Sí? ¿Y por qué su amigo futbolista se junta con estos personajes famosos en Villa Ascolassi? —le preguntó Genaro mostrándole una foto donde aparecía Alexandre, Ricardo y Arturo jugando futbol en la cancha al lado de la mansión.

—¿Ves a los guardias y tanquetas? ¿Por qué tanta seguridad? —volvió a preguntar.

—No lo sé.

—¿Sabes quién es el dueño de esta Villa Ascolassi?

—No.

—Tu amigo Walker.

—¿Ragnar Walker? ¡Simplemente no puede ser! ¡Ese vikingo engreído nunca muere!

—¿Se te escapó el asunto de las manos, Franco?

—No. No fallaré la próxima vez, si es necesario, lo mataré con mis propias manos.

—No podemos permitir que gane poder. Quiere sustituir nuestro ritual fenicio por ciencia. ¿Me entiendes? Los Sinclair y otros en Edimburgo lo están ayudando.

—Eso ya lo se.

—Creo que tendré que pedirle a alguien más competente que haga el trabajo.

—No será necesario. Yo mismo lo haré.

—Hiciste un buen trabajo con ese hacker, ¿cómo se llamaba?

—Peter Bolt.

—Ese mismo.

—Es porque lo hice con mis propias manos.

—¡Acabar con Walker! ¡Es importante! ¿Cómo no te das cuenta? —exclamó el anciano con ira y luego siguió hablando con calma—. Has fallado desde la bomba en el avión. Te queda una última oportunidad.

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¿Capisci? Cuando le cortes la cabeza, esa serpiente morirá. ¿Entiendes lo que digo bambino? Hay que darles una señal clara.

—Capisci —dijo Franco y tuvo una idea para matar a su archienemigo.

—¡Y asegúrate de que ese libro nunca se escriba o nos borrará de la faz de la Tierra! ¿Capisci?

—Capisci.

—Ahora haz lo que tengas que hacer y luego vete a Sudamérica o Nueva Zelanda a ver los fuegos artificiales. El hemisferio sur será el único lugar seguro. Aquí arriba todo está en buenas manos —dijo Genaro, besándolo en ambas mejillas para despedirse.

Franco se sentía mejor después de haber caminado de vuelta desde el Arco de Triunfo hasta el Louvre donde había dejado su coche.

Cuando llegó a su apartamento, encendió la televisión y vio una noticia. «WASHINGTON DECLARA ILEGÍTIMO EL NUEVO PROGRAMA NUCLEAR RUSO».

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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