ACTO I - CAPÍTULO 17

INVITACIÓN EN MANCHESTER

Sábado 24 de febrero de 2017

Estadio del Oldchester Vikings Club

Mánchester Inglaterra

Mientras hablaba el nuevo entrenador, Alexandre recordó la alegría de Victoria cuando le había explicado que las emociones derivaban de una evaluación racional de normas culturales que pasaba desapercibida. Ella lo sabía, pero no podía expresarlo con palabras. Ahora podría ayudar a varias amigas que creían que sus emociones eran libres y espontaneas.

—¡Sigamos jugando al ataque! ¡Muy bien hecho! ¡Mantengamos las cosas simples! ¡Precisión, ubicación, sincronicidad, ritmo! ¡Todos saben a quién marcar! Buscad el objetivo en equipo, ¡ya sabéis qué hacer! ¡Alexandre, entra por el medio y cuidado con el fuera de juego! —dijo José Capra en la arenga antes de entrar al campo.

El Club había cambiado de entrenador y estaban más contentos. Su filosofía era la misma que iba descubriendo con Ricardo y Arturo. José supo colocar a cada jugador según sus capacidades y los entrenaba para que cada uno mejorara sus características. “Está aplicando la Ley de Identidad y Causalidad”, pensó Alexandre al verlo actuar. Si A era A, cada jugador iba a hacer lo que tenía que hacer, necesariamente, según sus capacidades particulares.

Las arengas histéricas y los caprichos emocionales de Greg de enviar injustamente a alguien a la banca, porque “él lo sentía”, eran cosa del pasado. José les hizo mejorar individualmente y se fueron adaptando al nuevo estilo.

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Cuando estaban empatados y faltaban diez minutos, Jameson, el mejor delantero de los Oldchester Vikings, les marcó un golazo. Intentaron revertir el marcador, pero volvió a marcar cinco minutos después y perdieron cuatro a dos.

Estuvieron a punto de convertir en dos ocasiones, pero el equipo rival jugó al contraataque y no perdonó sus errores defensivos.

El campeonato los tenía agotados ya que todos habían sido convocados para jugar con sus países en el Mundial.

Dos horas después del partido, Victoria y Alexandre estaban sentados en los sillones frente al bar del hotel mientras les servían sushi y champán. Francisca entró por un lado con tacones altos y un vestido corto de seda gris.

Ella los reconoció y se acercó a saludarlos.

—Siéntate con nosotros —dijo Victoria y se sentó, dejando a Alexandre en el medio.

—¡Qué bien acompañado estás, filósofo! —un colega se despidió de él a gritos desde lejos y él levantó su mano para saludarlo.

—Hoy celebraremos aquí el cumpleaños de mi padre —dijo Francisca cruzando una pierna sobre la otra y dejando uno de sus muslos cerca de la mano de Alexandre.

—Te ves hermosa con ese vestido —dijo Victoria y pensó, “¡Que descarada!”

—Y tú eres un pedazo de cielo en verano —respondió Francisca y pensó, “¡Que tierna!”.

—¿Quieren quedarse a la fiesta? ¡Los invito! Será muy elegante, luego podremos hacer nuestra propia fiesta privada — añadió, inclinando la cabeza hacia un lado, moviendo su largo y rizado cabello rojo y pensó, “¿Caerán pajaritos, caerán?”

—Lamentablemente me temo que no podremos, tenemos que salir hacia el aeropuerto, nos esperan mañana en Cambridge —dijo Victoria y pensó, “Ya te desenmascararé.”

—¡Oh! Qué lástima. Me hubiera gustado atenderlos. Tengo una suite privada que les encantaría y es ideal para hablar de filosofía —dijo Francisca.

—Es un compromiso familiar. Mis padres nos invitaron a cenar. ¡Realmente nos hubiera encantado quedarnos! —agregó Victoria cruzando una de sus piernas sobre la otra y realmente se sintió tentada porque era una buena oportunidad para desenmascarar al enemigo.

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—¡No te preocupes cariño! Encontraremos una oportunidad para que estemos los tres juntos —dijo Francisca colocando la palma de su mano sobre el muslo de Victoria y dejándola allí.

—Si el Club de los Reyes de Barcelona utiliza los hoteles de tu padre seguramente nos volveremos a encontrar —dijo Victoria colocando su mano sobre la de ella.

—¡Por supuesto! ¡Oh! ¡De sólo mirarlos me hacen feliz! —dijo mirando a Victoria y se puso de pie.

—¿Ya te vas? ¿Por qué tan pronto? —suplicó Victoria levantándose.

—Debo atender a mi trabajo. ¿Conservas mi tarjeta? —preguntó Francisca.

—¡Oh sí! —dijo sacándola de su bolso.

—Cuando tengas tiempo, llámame para que vayamos de compras a Londres —añadió Francisca.

—¡Oh! ¡Me encantaría! —dijo Victoria.

—Adiós Alexandre —dijo Francisca y él se puso de pie.

—Me gusta que se estén haciendo buenas amigas —dijo Alexandre tomándolas de la cintura y pensó, “¡Ayayay!”

—¡Ustedes dos son míos! —dijo Francisca, les dio un beso de despedida, se dio media vuelta y se fue.

—¿Te gusta ella? —preguntó Victoria cuando se alejó y pensó, “¡Obvio que sí!”

—Sabes que sí. No voy a mentirte —respondió él.

—Es peligrosa —dijo Victoria y pensó, “Ya sabré que pasó.”

—¿Peligrosa? ¡Pensé que irían de compras a Londres!

—Tienes razón. Olvídalo.

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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