La primera respuesta que vino a su mente, sobre todo después de saltar en paracaídas, fue de que él era mortal. Luego leyó las notas de Ronald que había preparado para esa ocasión y que aún no había leído. ¿Quién eres? Aristóteles, decía que el alma del hombre era su razón y dejaba de existir cuando moría su cuerpo físico; Platón, decía que el alma del hombre existía separada del cuerpo físico, en otra dimensión, y reencarnaba en un nuevo cuerpo físico, vida tras vida. El yo de Aristóteles, era mortal; el de Platón, inmortal. Eran dos maneras contradictorias de responder la pregunta, ¿quién eres? Aunque la humanidad siempre había tenido dudas, lo que estaba claro era que no se podía ser mortal e inmortal al mismo tiempo; la reencarnación, no podía existir y no existir al mismo tiempo; Dios, no podía existir y no existir al mismo tiempo; la vida después de la muerte, no podía existir y no existir al mismo tiempo. A era A.
Después de mucho reflexionar, concluyó que elegir vivir la vida como mortal o inmortal era una decisión personal, pero como cualquier elección, una vez tomada tenía consecuencias absolutas. La peor opción era elegir no elegir, pues evadir producía los peores resultados.
Al salir del camerino, Alexandre leyó las noticias y vio que tenía un mensaje de Victoria: «TE AMO». Recordó el viaje de Manchester a Cambridge en la suite del lujoso tren. Siempre habían querido hacer el amor en un tren en marcha.
«LA TENSIÓN NUCLEAR CONTINÚA. COREA DEL NORTE AMENAZA A JAPÓN CON BORRARLO DEL MAPA», leyó en la pantalla de su celular.
En ese momento recibió un mensaje. «SIROB: 6:00 p.m.»
Se reuniría con él más tarde. Después de avanzar en el libro, Alexandre se dirigió al café con su sudadera, capucha y gafas de sol. Cuando entró vio que Boris estaba en la mesa del fondo.
—Descifré el mensaje de Ronald —dijo—, está escrito en español.
—¿Qué dice?
—Códigos-en-pendrive —respondió Boris y explicó que las letras del mensaje estaban corridas a la siguiente del alfabeto.
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