ACTO III - CAPÍTULO 4

EL JUEGO EN VILLA ASCOLASSI

Viernes 20 de marzo de 2020

Villa Ascolassi Italia

Al mediodía del viernes 20 de marzo del año 2020, seis meses después que los gemelos Gambino habían conversado con Genaro en la limusina, Alexandre caía a 200 kilómetros por hora tras saltar del helicóptero sobre Villa Ascolassi. Mientras veía las nubes desde arriba, como pompas de algodón, que proyectaban sus sombras sobre el valle, miró su altímetro y marcaba 12550 pies. Sonreía pensando que, ese fin de semana, probarían el juego junto al libro.

Todos asistirían excepto Ronald, Boris y María, la madre de las hijas de Boris, que se quedarían en la cabaña de Noruega. Ronald, vigilaría el acontecimiento desde su satélite; Boris y María, cuidarían a sus hijas y a los pequeños Alexandre y Ronald que ya estaban dando sus primeros pasos. Alexandre y Ronald habían querido realizar la reunión en la cabaña, pero Francisca y Victoria insistieron en realizarla en Villa Ascolassi porque dijeron que querían darles una sorpresa.

Alexandre sentía que el peso de su cuerpo era sostenido por el viento que hacía flamear sus mejillas como banderas en una tormenta. Recordaba los juegos educativos en los que se había inspirado para crear el suyo. Sabía que la inteligencia y el cálculo siempre vencían a la fuerza y ​​la audacia, pero juntos formaban la mejor versión del hombre. “No es justo dejar al genio en la botella”, pensó en el momento en que atravesaba las nubes.

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Él era como un águila veloz que caía en picada y sonreía mirando al Mar Mediterráneo que se perdía en el horizonte debajo de las nubes. Miró su altímetro, marcaba 3000 pies, entonces, abrió su paracaídas y frenó violentamente su vertiginosa caída. Sentado en el arnés, su sonrisa aumentó cuando vio los jardines de Villa Ascolassi y pensó, “¡Que alegría de probar el juego junto al libro! ¡Cuánto esfuerzo realizado! ¡Cuántos peligros vencidos! ¡Cuánta energía invertida!”. Giró hacia el campo de futbol, descendió y, al cabo de unos minutos y con un fuerte viento en contra, aterrizó suavemente, apoyando los pies en el césped y pensó, “Pudiendo estar muerto, una vez más, estoy vivo.”

Vio a Ricardo caminar hacia él y, detrás de él, una hilera de cisnes blancos como la nieve.

—¡Hola Alexandre! ¡Qué aterrizaje perfecto! —lo saludó Ricardo a unos tres pasos de distancia, sin acercarse más, por miedo al virus que le decían “virus chino”, “Coronavirus” o “Covid-19”.

—¡Ricardo! ¡Mi amigo! ¡Pero qué gusto me da estar aquí! ¡Veo que estás acompañado de un séquito! —le dijo señalando a los cisnes mientras luchaba con el viento para recoger su paracaídas. Por el rabillo del ojo vio a Victoria corriendo desde lejos.

—Alexandre, ¡esto es urgente! Quieren matarnos este fin de semana. Quizás sea mejor marcharnos —dijo Ricardo antes de que llegara Victoria.

—¿Quién amenazó?

—Creo que La Familia.

—¿Y vamos a vivir huyendo de esa mafia? —preguntó Alexandre.

—No —respondió Ricardo.

Alexandre estaba furioso y pensó, “¡No podrán detenernos!  Pero, ¿cómo se enteraron de esta reunión si era secreta?

—¡Oh! ¡cómo te extrañé, cariño! —exclamó Victoria con su sensual voz, conteniendo sus ganas de abrazarlo. Sus grandes ojos verdes y sus largos rizos dorados bailaban al viento celebrando la llegada del hombre que amaba—. ¡Quédate quieto para hacerte el test! —ordenó, se puso una máscara antivirus, le introdujo una varilla en la nariz, la sacó, la metió en una bolsa de plástico y corrió de regreso a la mansión.

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—¿Cuándo recibiste el mensaje? —preguntó Alexandre viendo como Victoria se alejaba, seguida por los cisnes que parecían haberse enamorado de ella.

—Hace una hora —dijo Ricardo.

—¿Ellas saben? —preguntó Alexandre señalando a Victoria que llegaba a la terraza del estar de la moderna mansión donde Francisca la esperaba.

—No.

Francisca los observaba de lejos y cuando entraron al estar, sus ojos calipso se encontraron con la mirada de Alexandre.

—¿Cómo estuvo el vuelo desde Roma? —preguntó Francisca manteniéndose a unos cinco pasos de distancia.

—Sin turbulencias y en un tiempo récord: catorce minutos —respondió Alexandre.

—Veo que Yellow cada día es mejor piloto. Está obteniendo un permiso de vuelo especial. El gobierno italiano va cerrar el espacio aéreo durante la pandemia aquí en el valle, ¿puedes creerlo? —dijo Francisca.

Siempre manteniéndose a unos cinco pasos de distancia de Alexandre, Ricardo y Francisca le contaban de las terribles noticias acerca de la pandemia que había golpeado a Italia con mucha fuerza. Quince minutos después entró Victoria.

—¡La prueba es negativa! ¡No tienes el maldito virus! —exclamó y saltó a los brazos de Alexandre para besarlo como una adolescente enamorada.

Unos días antes, la Organización Global de la Salud (OGS) había declarado una pandemia mundial que había comenzado en China. El presidente estadounidense MacDoe criticaba al gobierno chino de ocultar información y el último decía que el virus era un operativo encubierto de los Estados Unidos. Había cuarentenas y toques de queda en toda Italia donde había 50000 casos confirmados y más de 5000 muertos. Las noticias de la pandemia inundaron las noticias en la TV y redes sociales. Los periodistas, proyectaban pánico; los expertos en salud, proyectaban gráficos con curvas de contagiados y decían que había que “aplanar la curva”. Durante todo el día era de lo único que se hablaba. Parecía una campaña de propaganda bien orquestada para crear pánico, pero ninguno en Villa Ascolassi dejaría que el miedo colapsara su mente.

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—¡Está todo listo para jugar! —exclamó Victoria señalando la mesa de mármol donde estaba la caja del juego junto a los archivadores de cuero de distintos colores que decían BORRADOR con las últimas observaciones que cada uno había hecho del libro. Según el plan que habían hecho con Ronald en la cabaña de Noruega, era la última oportunidad para hacerle modificaciones. Después venía la etapa de producción, lanzamiento y promoción.

Ella y Francisca habían llegado seis días antes para ajustar los últimos detalles de la sorpresa que tenían preparada para ese fin de semana. Habían trabajado los últimos seis meses en absoluto secreto para sorprender a los hombres que amaban. Pero temían que las medidas contra la pandemia pudieran frustrarla en el último minuto.

El presidente MacDoe todos los días criticaba en la sala de prensa de la Casa Blanca al gobierno chino y también en la plataforma de mensajes cortos más grande de Internet llamada Bird (más tarde llamada Y cuando la compró el magnate de los cohetes al espacio). Allí el presidente podía decir lo que quería a cien millones de seguidores, pero no era suficiente pues los grandes medios y redes sociales lo ridiculizaban, ignoraban o censuraban. Todo el mundo sabía que era un outsider político que decía lo que pensaba sin filtros, como ‘drenar el pantano’ o ‘construir el muro’. Sin hipocresía, era una incomodidad para la izquierda y la derecha, por ello, toda la clase política prefería que se fuera.

Se había dicho que la pandemia terminaría en dos meses, pero no había certeza, pues los expertos se contradecían.

De lo que sí había certeza para Francisca y Victoria era que, si no realizaban el evento ese fin de semana, lo que habían planeado durante meses para esa fecha, se retrasaría meses o años, pues no había certeza de cuando terminaría la pandemia. Ronald les había comunicado a todos que el plan y calendario para lanzar el libro junto al juego se mantenía inalterable, sin importar cuán lejos pudiera avanzar la pandemia.

Alexandre, después de cambiarse de ropa y lavarse las manos, se acercó a Ricardo que estaba sentado solo en la terraza de la larga y angosta piscina leyendo.

—¿Qué estás leyendo? —preguntó Alexandre.

—René Quinton y el agua de mar —dijo Ricardo, le contó de que se trataba y luego pasó a otro tema—. Te voy a mostrar el mensaje que me llegó —dijo Ricardo y acercó la pantalla de su celular hacia Alexandre para que leyera.

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«SABEMOS LO QUE HACEN. NADIE QUEDARÁ CON VIDA EN VILLA ASCOLASSI ESTE FIN DE SEMANA».

Parecía un mensaje al estilo de La Familia. Decidieron reforzar la seguridad del valle, pero mantenerlo en secreto para no preocupar a Francisca y Victoria que se veían muy entusiasmadas en los preparativos de la sorpresa que habían anunciado para ese fin de semana. Hacían muchas llamadas telefónicas y se las veía un tanto estresadas.

—Traigan veinte soldados más y cuatro jeeps adicionales con lanzacohetes —le dijo Alexandre a Francisca. Ella lo miró, no le hizo ninguna pregunta, llamó a Yellow y le pidió que se encargara de ello.

Luego de almorzar en la terraza de la larga piscina, pasaron la tarde bañándose. Después entraron al estar y escribieron el objetivo de jugar ese fin de semana. Lo más importante era comprobar si el libro servía como libro de respuestas a las preguntas del juego. Cada uno jugaría con su ejemplar del archivador de cuero que en la tapa decía BORRADOR para tomar notas en los márgenes de cada parte del libro. Francisca los llevaría el lunes hasta Oslo a la Editorial EVEREST LLC para que los editores comenzaran la producción del libro y del juego. Alexandre en vez de crear una empresa propia para producir el juego, había decidido contratar a la Editorial y a un supervisor.

En la mesa de mármol al lado del estar, cuando ya estaban sentados listos para empezar a jugar, Alexandre abrió la caja y extendió el tablero, colocando las fichas de colores y varias pilas de cartas a su alrededor y explicó los últimos cambios. Al juego finalmente lo llamó Mente Excepcional. El Rey Neo, una imagen que estaba en el tablero, era un cisne con una corona dorada. Cumplía un rol importante en el juego, pero además era el logotipo de la marca de un sistema educativo autodidacta. Representaba el neocórtex o cerebro racional como soberano de la mente humana.

—Y hablando de cisnes, hay que cazar uno antes de empezar a jugar —dijo Alexandre, se levantó de su silla, caminó hacia el jardín para que lo siguieran, pero nadie se puso de pie.

— ¿Atrapar un cisne? —preguntó Francisca.

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—Sí. El primero que atrape uno empieza a jugar —dijo Alexandre desde la terraza.

—¡Pero esos cisnes pican! —exclamó Francisca desde su silla.

—Creo que atrapar al cisne podría ser parte de la tradición del juego, pero bueno, si no hay quórum, no lo hay —dijo Alexandre resignado y volvió a su lugar.

—Creo que es buena idea, pero más tarde cuando llegue nuestra sorpresa —dijo Victoria guiñándole un ojo a Francisca.

—Tienes razón —dijo Francisca y le guiñó el suyo de vuelta, Alexandre las miró, levantó una ceja y pensó, “Que cosa estarán tramando”. Explicó que el juego era una metáfora del viaje que debe emprender una mente para convertirse en la mejor versión de sí misma. Los jugadores comenzaban en su zona de confort psicológico. Para avanzar en el tablero, debían responder preguntas numeradas cuyas respuestas numeradas estaban en el libro. Solamente si respondían correctamente podían tirar los dados para avanzar en el tablero. Tiraban dos, el número mayor, representaba a Neo, el neocórtex (o razón); el número menor, a Pal, el paleocórtex (o cerebro instintivo). La velocidad con la que los jugadores movían sus piezas en el tablero resultaba de restar el número menor, PAL, del número mayor, NEO. La metáfora era que la velocidad en que el hombre avanzaba hacia su perfección mental, resultaba de restarle al poder de su intelecto el poder de su instinto. Neo, era el jinete; Pal, el caballo; el primero, el rey; el segundo, el reino.

—Hablando de juegos, ¡escuchen lo que dijo Einstein sobre los juegos! —exclamó Victoria leyendo algo en su celular—. «Los juegos son la forma más elevada de investigación». También dijo, «No tengo un talento especial, simplemente una curiosidad apasionada». Estas son frases geniales de Einstein —dijo ella.

Cuando ya se habían hecho una idea de las reglas, comenzaron a jugar anotando en una servilleta la Constitución de su propio Campeón, incluyendo su objetivo de vida y cuántos huevos de oro al año necesitaban para financiarla. Las colocarían en un lugar del tablero representado por una ficha y el primero en llegar hasta ella ganaría el juego.

Lanzaron un dado para elegir quién comenzaría y Alexandre obtuvo el número más alto.

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Sacó la primera tarjeta del montón con la pregunta número 1 que decía: ¿Es verdad que la impronta cultural moldea el carácter del hombre? ¿Sí o no?

Alexandre respondió que sí. Consultaron el libro y estaba en lo cierto. Lanzó los dados y obtuvo un 6 y un 2. Seis para NEO y dos para PAL, por lo que la resta le dio 4. Después de elaborar la respuesta en el libro y debatirla frente al grupo, movió su ficha azul cuatro lugares en el tablero.

Luego fue el turno de Francisca quien respondió correctamente la pregunta número 2. Lanzó los dados y sacó un 5 para NEO y un 2 para PAL. Entonces, 5 – 2 = 3 y movió su pieza verde tres lugares en el tablero.

En el proceso, fueron haciendo las últimas observaciones del libro y del juego que se lanzaría en ocho meses más.

Cuando se levantaron para un descanso Alexandre salió a la terraza y vio que Francisca y Victoria lo observaban desde lejos. Le lanzaron un beso y bajaron las escaleras hasta la terraza de la piscina. Caminó para verlas de cerca y ambas hablaban por sus celulares. Otra vez levantó una ceja y volvió a pensar, “Que estarán tramando con tanto esmero.”

Él y Ricardo fueron a la entrada de la moderna mansión y vieron que un camión militar estaba estacionado al lado del helipuerto con dos jeeps detrás.

—¿Sólo dos jeeps? —le preguntó Alexandre acercándose al capitán.

—Hay dos más en la cancha de futbol, pero reforzaremos las posiciones porque vienen cuatro más en camino —dijo el capitán.

—¿Qué tipo de municiones usan? —preguntó Ricardo.

—Estos son lanzadores de misiles tierra-aire —explicó y discutieron los detalles del plan de seguridad. Los soldados harían rondas en parejas y uno de ellos llevaría un lanzamisiles tierra-aire portátil. Poco después volvían a la mesa para retomar el juego cuando Alexandre le dijo a Ricardo que llamaría a Ronald.

—Hola Ronald. Hay un problema. El celular de Ricardo recibió un mensaje de texto con una amenaza de muerte, aparentemente de La Familia. Dice que nos matarán aquí este fin de semana.

—¿Ellas lo saben? —preguntó Ronald.

—No.

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—Preparen el bunker para jugar allí si es necesario —dijo Ronald y agregó—. Yo estoy vigilando con mi satélite, pero estén alertas.

Hablaron sobre otros detalles de seguridad y poco después estaban nuevamente en la mesa para continuar el juego. Francisca miró a Victoria en busca de aprobación.

—Tenemos una sorpresa —dijo Francisca.

—¿Sobre Arturo? —preguntó Alexandre haciéndose el desentendido.

—No. No se trata de él. Pero, a propósito, ¿sigue en Buenos Aires? ¿Por qué no ha llegado? —ella preguntó.

—El miércoles, es decir, hace dos días, fue la última vez que hablé con él cuando salía de Ezeiza, pero desde entonces no contesta. Ya debería haber llegado —respondió Ricardo.

—Solo falta que la pandemia corte nuestras comunicaciones —dijo Alexandre.

—¿No van a preguntar de qué se trata la sorpresa? —preguntó Victoria, y ellos no preguntaron para hacerles una broma. Ella y Francisca habían trabajado en secreto siete meses preparando la sorpresa y al ver que no preguntaron, pensó, Quieren hacernos creer que no les importa, pero se mueren de ganas de saber.

Siguieron jugando y empezaron a darse cuenta de que cada decisión en el juego era una metáfora de la vida real. Aristóteles, Platón, Kant, la impronta de memes culturales y el viaje de las percepciones sensoriales, desde los órganos de los sentidos hasta el cerebro, fueron algunos de los temas que discutieron. En un momento dado, Francisca contestó su celular y bajó a la terraza de la piscina para que no la escucharan y regresó poco después.

—Bueno, ¿nos vas a contar de qué se trata la sorpresa? —preguntó Alexandre bromeando cuando volvió.

—Nuestra sorpresa se confirma para mañana —dijo Francisca con una sonrisa mirando a Victoria quien también sonrió. El espacio aéreo estaba cerrado, pero Francisca estaba contenta porque había conseguido un permiso especial del gobierno para que hasta tres helicópteros pudieran volar hasta allí.

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—¿Deberíamos parar por hoy? —preguntó Alexandre, y los demás asintieron, dejando el juego tal como estaba para retomarlo al día siguiente.

Ricardo y Alexandre, fueron a ver las patrullas de los soldados; Francisca y Victoria, a hablar por celular a la terraza de la piscina.

—¿Que te dijeron? —preguntó Francisca cuando Victoria colgó la quinta llamada.

—A algunos les asusta la cuarentena y me temo que no todos vendrán.

—¿Cuántos helicópteros se necesitarán? —preguntó Francisca.

—Dos.

—Lo bueno es que ya tenemos un permiso aéreo especial —dijo Francisca.

—Sí —dijo Victoria.

Estaban agotadas por los problemas que les estaba causando la pandemia, pero también por los temas de las últimas preguntas del juego relacionadas con el conflicto ontológico entre Platón y Aristóteles. Tomaba tiempo aclimatizar la mente a conceptos de mayores alturas intelectuales. Mas tarde, todos fueron a jugar pool, y no hablaban, de lo agotados que estaban por la dificultad de las preguntas del juego, hasta que alguien rompió el silencio.

—¿La sorpresa que tienes es aristotélica o platónica? — bromeó Alexandre, preparando un vaso de whisky detrás de la barra mientras veía por el rabillo del ojo a la escultural figura de Victoria apoyada en la mesa de billar y pensó, “¡Apolo, que afortunado eres que Afrodita te ame!”

—¡No te preocupes, no es kantiana! —dijo Francisca sin quitar la vista de la mesa, pero con la mente puesta en el problema de que uno de los pilotos acababa de ser hospitalizado por el Coronavirus. ¡Era lo único que faltaba!

—Espero que no sea kantiana, de todos modos, la esperanza es lo último que se pierde —dijo Victoria, pensando en encontrar otro piloto.

Poco después, Ricardo se fue a dormir, Francisca puso una suave canción de jazz orquestada y, junto a Victoria y Alexandre, bajaron las escaleras hasta la terraza de la larga piscina iluminada.

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La noche estaba sin luna y el cielo transparente dejaba pasar la luz de las estrellas. A lo lejos se escuchaban las voces de los soldados mientras hacían sus rondas de vigilancia.

—Qué noche tan estrellada —dijo Victoria en voz baja al oído de Alexandre abrazándolo por detrás y mirando a Francisca.

—Estoy muy feliz de estar juntos —dijo Francisca y, tan impredecible como siempre, comenzó a quitarse la ropa. Lo hizo lenta y deliberadamente, como si estuviera desnudando el mármol blanco de una diosa griega. Dio dos pasos hacia adelante y se paró en el borde, se detuvo, saltó y la luz de la piscina iluminó su cuerpo completamente desnudo. El tiempo pareció detenerse por un momento, dejándola suspendida en el aire hasta que la escultural diosa desapareció lentamente bajo el agua iluminada.

“Mañana será otro día”, pensó Francisca con su cuerpo bajo el agua, esperando encontrar al piloto de helicóptero cuando toda Italia estaba bajo toque de queda.

Cuando Francisca llegó nadando desde el otro extremo, apoyó sus manos en el borde de la piscina, Victoria subió a buscar su bata y toalla, Alexandre se recostó de lado, apoyó un codo en el borde de la piscina, se quedó mirando sus ojos calipso muy cerca de los suyos y sonrió.

—¿Por qué sonríes Apolo? —preguntó Francisca devolviéndole la mirada.

—Recordaba cuando te conocí en este mismo lugar —respondió Alexandre.

—Desde entonces hemos crecido, ¿verdad? —dijo Francisca con su dulce mirada.

—Sí, por cierto. Estoy orgulloso de ti y de todos nosotros —dijo Alexandre y en ese momento vibró su celular. De reojo vio que era un mensaje de un número desconocido. Lo leería después para no perturbar la magia del momento.

—Todos arriesgamos la vida —dijo ella.

—Sí. Pero elegimos nuestro destino —dijo Alexandre mirándola muy de cerca con una sonrisa en sus ojos.

—Es la única manera de alcanzar el orgullo, ¿verdad? —preguntó Francisca.

—Sí, el orgullo de buena factura —le dijo él sin dejar de mirarla.

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—La autoestima no es gratis, pero no hay oro que la compre —dijo Francisca.

—Así es mi querida Venus —le dijo Alexandre.

A ese dulce momento se sumó Victoria que bajaba las escaleras con una enorme toalla blanca. Venus salió del agua con su collar de oro y su diente de tiburón verde. Alexandre se puso de pie y, mientras Afrodita ayudaba a secar el escultural cuerpo de Venus, leyó el mensaje que aún no había leído y sintió escalofríos.

—¡Suban rápido! ¡Vamos! ¡Ahora! —les ordenó y subieron corriendo las escaleras entrando a la sala. Las diosas no hicieron preguntas.

El mensaje decía: «ELLA ES HERMOSA, PERO NO JALARÉ DEL GATILLO».

Alexandre, corrió por el pasillo de las esculturas hasta el acceso de la mansión para hablar con el capitán, le mostró el mensaje y este reforzó la vigilancia en los cerros que rodeaban Villa Ascolassi para encontrar a francotiradores si es que había alguno. También le dijo a Yellow que pusiera la lona blanca que cubría el área de la piscina y la terraza para que no los vieran desde ningún satélite. Luego llamó a Ronald siguiendo todos los protocolos de seguridad y le contó el mensaje que había llegado. Claramente alguien había visto desnuda a Francisca y no podía ser más que a través de la mira telescópica del rifle de un francotirador o desde una sofisticada cámara de un satélite.

—Fui yo —dijo Ronald.

—¿Qué?

—¿Es pecado disfrutar de la belleza de la mujer que amo? —preguntó Ronald.

—Me estabas espiando —dijo Alexandre.

—Absolutamente. Tengo mi satélite justo arriba y puedo ver todo lo que pasa. Estaré vigilando y si veo algún peligro te avisaré para que hagas algo que disminuya los riesgos —dijo Ronald. Alexandre, se dio cuenta de lo que había pasado, sonrió, admiró a su amigo y pensó, “Tu mensaje, fue el aviso; poner el toldo, lo que querías que hiciera para disminuir el riesgo.”

Minutos después Alexandre dormía con Victoria.

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A las 6:40 de la mañana del día siguiente Alexandre se despertó con una ráfaga de disparos. Se vistió en segundos y, cogiendo su pistola de la mesita de noche, salió de la habitación. Se encontró con Ricardo afuera y juntos corrieron por el pasillo de las esculturas hacia el acceso de la mansión. Cuando abrieron la puerta, vieron a Yellow tratando de calmar a Arturo que increpaba a los uniformados que habían disparado al aire al verlo llegar.

Los militares lo reconocieron y uno de ellos le pidió un autógrafo. ¿Qué italiano no reconocería a la leyenda del Nápoles?

—¡Estos idiotas casi me matan de un infarto! ¿Qué está sucediendo? ¿Estamos en guerra? —exclamó apuntando su índice a los jeeps con los lanzamisiles y se saludaron manteniéndose a cinco pasos de distancia.

—Acompáñame que Victoria te hará el test —le dijo Alexandre.

Cuando se dirigían por el pasillo de las esculturas hacia el salón principal de la mansión, les contó que había sido muy difícil volar de Buenos Aires a Roma.

—Pensé que llegaría un día tarde, pero me equivoqué en todos mis cálculos —dijo Arturo y agregó—. ¡Este virus tiene a todo el mundo como loco! ¡Hasta perdí mi celular en el aeropuerto de Ezeiza! —exclamó contándoles de la odisea de viajar en una pandemia. Roma estaba desierta, los hospitales llenos y los servicios fúnebres no daban a vasto. Luego preguntó—. ¿Ya empezaron a jugar?

—Sí —respondió Ricardo.

—¿Puedo integrarme?

—Sí, pero como árbitro. Ya te explicaré de que se trata —dijo Alexandre en el mismo momento en que llegaban Francisca y Victoria.

—¡Qué susto nos diste! ¡Quédate quieto! —ordenó Victoria que usaba una máscara antivirus, introdujo el palillo del test en su nariz y se fue con la muestra para hacer el test.

Manteniendo la distancia, Arturo les contó más detalles de su viaje y su relato provocó risas. Un poco más tarde Victoria volvió con el resultado.

—Estás limpio.

—Como la pelota —bromeó al verla llegar.

Poco tiempo después Arturo, caminaba por el jardín junto a Alexandre y Ricardo y preguntó.

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—¿Por qué tanta seguridad?

—Quieren matarnos este fin de semana —respondió Ricardo.

—¿Quién?

—Creemos que La Familia. Recibí un mensaje de amenaza.

—¿Cuándo?

—Ayer —dijo Ricardo y le entregó su celular para que lo leyera.

—¡Que se jodan! ¡Nada va a impedir que publiquemos el libro! —exclamó Arturo.

El sol estaba saliendo y parecía alegrarse de que hubiera llegado el Odiseo argentino. Mas tarde, Francisca lo llevó a su habitación y quedaron en verse en una hora más.

A las 8 de la mañana todos desayunaban en la terraza de la piscina, ahora cubierta por un gran toldo, cuando Yellow se acercó a Francisca para decirle algo al oído. Sus ojos brillaron y su sonrisa no pudo ocultar su alegría.

—¿Nos vas a contar de qué se trata la sorpresa? —preguntó Alexandre intrigado.

—No hay necesidad. En cualquier momento lo sabrán —dijo mirando a Victoria.

Después del desayuno se dirigieron al estar donde habían jugado el juego el día anterior. El tablero, las fichas, los dados y todo lo demás estaba en el mismo lugar junto a los archivadores de cuero de los borradores del libro. Se sentaron en los mismos lugares y Alexandre le explicó a Arturo su papel de referí de forma cuya función era revisar si las respuestas del libro a las preguntas de juego las podría entender un chico de barrio y proponer cambios si fuera necesario.

La hermosa vista del valle era el telón de fondo de un día soleado perfecto, pero la presencia de los soldados era el recordatorio de la amenaza constante de La Familia. Con la mirada perdida en la gran pared del estar, Alexandre recordaba los sonidos de tres escopetas y tres copas de cristal cuando habían hecho el juramento de fuego en la primera reunión filosófica.

—¿En qué estás pensando, cariño? —preguntó Victoria viendo la sonrisa de Alexandre.

—En el sonido filosófico de esa pared —respondió mirando a Ricardo y Arturo que también recordaron y sonrieron.

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Retomaron el juego donde lo habían dejado y cuando salió la pregunta sobre las falacias, la respuesta del libro decía que era un argumento falso que parecía cierto; cuando salió la pregunta sobre que era la evasión, la respuesta del libro decía que era negarse a ver las pruebas, y daba el ejemplo de Galileo y la Inquisición que lo había condenado de por vida, por serle fiel a su telescopio antes que al dogma del Vaticano.

Cuando tomaban un descanso, Alexandre y Ricardo recibieron el mismo mensaje anónimo en sus celulares. Decía:

 

2 + 2 = 5

 

Sabían que Francisca había recibido ese mensaje cuando habían secuestrado a su padre. No sabían cómo, pero sí que lo había recibido. Claramente, La Familia sabía que estaban allí, y se sentía el peligro en el aire. Alexandre llamó a Ronald y decidieron reforzar aún más la vigilancia. Ronald le pidió a Alexandre que le facilitara uno de los drones del bunker para sobrevolar la zona. Acordaron no decirle nada a ellas.

Francisca y Victoria estaban hablando por celular en la terraza de la piscina. Luego subieron corriendo las escaleras hasta la sala y estaban muy emocionadas.

—¿Y por qué tanta alegría? —preguntó Arturo cuando reanudaron el juego.

—¿Y por qué esa cara de funeral? —preguntó Francisca y ellos no respondieron.

Siguieron jugando sacando tarjetas de preguntas, debatiendo las repuestas, tirando los dados y anotando sus observaciones a los borradores del libro. Justo después que Francisca ganó el juego y levantaba sus puños celebrando su triunfo, escucharon el sonido lejano de unos helicópteros, que pocos minutos más tarde se hizo más fuerte atestiguando que volaban muy bajo sobre Villa Ascolassi.

—¡Qué sincronía! —exclamó Francisca levantado sus puños para celebrar el evento.

—¡Ha llegado la sorpresa! —exclamó Victoria al ver que su reloj marcaba las 11:50 am.

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Ellas, salieron corriendo hacia el campo de futbol; ellos, caminaban detrás disfrutando del espectáculo. Dos diosas, saltaban de alegría; dos helicópteros blancos, se preparaban para aterrizar.

Ellos disfrutaban del espectáculo de dos helicópteros de lujo cuyo sonido era como el redoble de tambores que anunciaba una fiesta, o tal vez, una catástrofe.

Sus aspas, se detuvieron; las puertas, se abrieron; los pasajeros, bajaron; ellos, de frac; ellas, elegantes y tacones altos.

Alexandre no lo podía creer. Eran sus compañeros de la selección de Francia que había ganado la Copa del Mundo en Rusia y venían con sus cónyuges. Sintió una mezcla de emociones: alegría, al ver al equipo de campeones; miedo, si la amenaza de La Familia era real; admiración, hacia Francisca y Victoria por la sorpresa que habían preparado; estupor, al no entender que rol cumplirían los recién llegados para hacer las últimas correcciones al libro y el juego.

Con la amenaza de La Familia, ahora no solo corrían peligro sus vidas sino también la de los campeones del Mundial de futbol en Rusia 2018 y sus bellas mujeres.

Yellow y sus asistentes llegaron al lugar con carritos de golf para transportar su equipaje, y Victoria, con un equipo de asistentes, insertó muchos palillos con puntas de algodón en muchas narices para hacerles el test de la pandemia.

Con megáfono, Yellow les pedía mantener una distancia de cinco pasos hasta tener el resultado del test. Alexandre y los recién llegados estaban felices del encuentro mientras caminaban hacia la mansión disfrutando de la vista del valle en ese hermoso día sin nubes. Se quedaron a la entrada del estar conversando y manteniendo la distancia hasta que veinte minutos después Victoria regresó con los resultados del test y dijo que nadie estaba contagiado. Los invitó a entrar al gran salón de recepción de la mansión para el cóctel. Ecos de voces masculinas y femeninas resonaban en el espacio. Era un evento cinco estrellas que las dos diosas griegas habían organizado.

—Alexandre, ¿por qué tantos soldados? —preguntó uno de sus compañeros.

—¡Para repeler al virus de la pandemia! ¡Nunca se sabe! —bromeó Alexandre. Un minuto después buscó a Francisca y le dijo.

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—Dile al capitán que necesitamos veinte soldados más que busquen francotiradores en las colinas —dijo Alexandre.

—Yo me encargo —dijo Francisca, ubicó a Yellow y le pidió que le dijera al capitán.

En el interior del gran salón, el coctel estaba animado; en el exterior, en la amplia zona de pasto colindante con la terraza, había cuatro grandes camiones estacionados y unas veinte personas trabajando bajo las órdenes de un arquitecto que, con plano en mano, dirigía el ensamblaje de las piezas prefabricadas de un teatro que debían ensamblar en veinte minutos.

Victoria y Francisca habían diseñado cada detalle con un famoso arquitecto. Tenía un escenario donde estarían los dueños de casa para jugar el juego y un lugar donde se sentarían los invitados. Una carpa alta de color blanquecino, similar a las que se usan en las bodas, era sostenida por una estructura de pilares y tirantes de acero. Colocaron piso flotante al mismo nivel del césped donde se sentarían los invitados. Cuatro espacios estaban definidos por grandes jarrones con flores y esculturas del panteón griego, todos de mármol carrara. Cada espacio era de distintos colores, con una alfombra y una mesa de centro de mármol en los mismos colores de las fichas del juego: amarillo, verde, rojo y azul, al igual que los sillones de cuero.

Controlando su dron desde la cabaña en Noruega, Ronald veía cada detalle del proceso sobrevolando por encima de la cabeza del arquitecto y su equipo de trabajadores. La sorpresa de las diosas era deliciosa y peligrosa simultáneamente.

A un lado del escenario colocaron una mesa y cuatro sillas de cuero en los mismos colores de las fichas del juego. Alexandre, Francisca, Victoria y Ricardo se sentarían allí. El tablero del juego estaría sobre la mesa y los invitados verían su imagen proyectada por un potente proyector en un gran telón de fondo sobre el escenario, captada por una cámara, justo arriba del tablero, fijada a la estructura de acero. La fuerte luz del proyector producía imágenes en alta definición en el telón de fondo, de cinco metros de alto y doce de ancho tensado por una estructura y cables de carbono. En un costado del escenario instalaron un enorme cronómetro con grandes números rojos.

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Y mientras el montaje se iba completando en el exterior, el cóctel seguía en el interior.

—¡Alexandre! —lo saludó Maurice Dubois, quien le había dado el pase gol en la final del Mundial.

—¡Maurice! ¡Cada vez que te veo, recuerdo ese pase gol! —exclamó Alexandre, quien al igual que Ricardo y Arturo se habían puesto el frac.

—Sí. ¡Cómo olvidarlo! —exclamó Maurice—. ¡Oye! ¡Qué evento tan impresionante organizaste aquí! —añadió viendo el trabajo del arquitecto y su equipo.

—No me vas a creer, pero esto es una sorpresa que organizaron ellas —dijo señalando a Francisca y Victoria que vestían vestidos negros. Sus largas piernas, descansaban en tacones altos; sus dientes de tiburón, en sus collares de oro. Sí, Afrodita y Venus eran más hermosas después de ser madres.

—Increíble —dijo Maurice, las miró y sonrió.

—Sí. Increíble sorpresa que me han dado —dijo Alexandre.

Poco después, el arquitecto y su equipo habían desaparecido sin dejar rastro como si nunca hubieran estado allí y esa escenografía se hubiera materializado por magia de las diosas.

Victoria les pidió que regresaran al campo de futbol para la fotografía oficial, con los dos helicópteros de fondo. Algunas mujeres se sacaban los zapatos, pues se les enterraban los tacones altos en el pasto. Treinta y dos invitados en total tomaron sus posiciones en una tarima escalonada que el arquitecto y su equipo también habían construido. Hicieron varias muestras y Victoria tomó las fotografías. Cuando regresaron a la mansión, se cambiaron de ropa y se bañaron en la larga y angosta piscina. Algunos exploraban el lugar y subían por la rampla de pasto hasta los jardines de Villa Ascolassi que era como un campo de golf.

Después de comer en la mesa del gran comedor, para cuarenta personas, Francisca les agradeció su presencia y los cinco millones de euros que habían recaudado para el juego benéfico que estaba a punto de comenzar. Jugarían en cuatro equipos de ocho jugadores, cada uno para beneficiar distintas opciones. El equipo que ganara beneficiaría su opción y los demás perderían la opción de beneficiar al suyo, pero de los detalles de los beneficiados se hablaría después. Yellow y sus asistentes les entregaron las camisetas. Victoria, lideraría al equipo rojo; Ricardo, al amarillo, Alexandre; al azul; Francisca, al verde.

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A las 15:30 horas todos los invitados estaban vestidos con sus pantalones deportivos y zapatillas, cada equipo con una camiseta de diferente color. Francisca se las había encargado al mejor diseñador de Milán. Sentada en la mesa del juego, Victoria disfrutaba viendo a los equipos de colores cuando empezó a explicarles las reglas.

En ese mismo momento, Alexandre, Arturo y Ricardo, después de planificarlo con Ronald, implementaban detalladamente el escape de emergencia al búnker en caso de un asalto. Dibujaron flechas sobre un plano, los tiempos de desplazamiento y las armas que necesitaban.

—¿Me escuchan? —preguntó Francisca probando el micrófono desde el escenario.

—¡Sí! —respondieron desde abajo.

—Bueno. Como ya les explicó Victoria el juego consiste en responder las preguntas de las tarjetas del juego. Pero antes, deben escribir su Constitución de Campeón. Es la constitución como la de un país, pero de la mejor versión de ustedes mismos. Anoten sus metas de vida y cuanto están dispuestos a pagar por ello —dijo Francisca y agregó—. Algún equipo debe ganar el juego antes de la medianoche, de lo contrario no se podrá beneficiar a nadie y sus donaciones les serán devueltas. Sería lamentable, pues se perdería el objetivo de este evento —completó su explicación.

Cuando eran las cuatro de la tarde, la cámara situada encima de la mesa encendió una luz verde y se vio la imagen del tablero proyectada sobre el enorme telón de fondo. En el lugar de cada equipo, había una amplia mesa baja con comida y bebidas atendido por un camarero vestido de blanco y una pajarita en sus mismos colores. Arturo, sería el comodín que se sentaría junto a cualquier equipo.

—Nadie se mueve de aquí hasta que un equipo gane el juego. ¿Están de acuerdo? —preguntó Francisca, mientras observaba al fondo del jardín a dos soldados seguidos por una hilera de cisnes.

—¡Sí! ¡Un brindis por eso! —exclamó alguien del equipo rojo y todos brindaron ignorando la presencia de los soldados que los protegían.

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—Alguien tiene que ganar antes de las doce. Estarán felices de saber quiénes son los beneficiarios. Es una sorpresa que conocerán solo si alguien gana —reiteró Francisca.

—¡Danos una pista! —exclamo una rubia del equipo verde.

—Aquí va. ¿Qué tienen en común Nicaragua, Namibia, Rumania y Madagascar? —preguntó sentada en su sillón de cuero verde y nadie respondió—. Si nadie gana nunca lo sabrán —añadió —. Ahora falta saber quién empieza. Hay dos opciones —dijo—. Una es tirar los dados y el otro es pillar al cisne. ¿Qué es lo que quieren hacer? —preguntó mirando a Alexandre quien sonrió.

—¡Atrapar el cisne! —respondieron algunos.

—Tirar los dados —dijeron otros.

—Levanten la mano los quieren atrapar al cisne —dijo ella y contó veintitrés—. ¡Hay mayoría! ¡Necesitamos un valiente por equipo! ¿Quién se ofrece? —y se hizo un silencio—. ¡Vamos! ¿Quién se ofrece? —insistió y un hombre del equipo verde levantó su mano, luego otro hasta que cuatro varones estuvieron listos—. A la cuenta de tres van a salir a pillar al cisne. Tienen que sostenerlo sobre sus cabezas durante tres segundos. Cada equipo ira tras ustedes y dará un grito avisando cuando lo pille. ¿Están listos? —preguntó Francisca.

—Sí —dijeron listos en sus posiciones para iniciar la carrera.

—Entonces, a la cuenta de tres. Uno, dos, tres… ¡ya! —dijo Francisca y salieron corriendo a buscar los cisnes al jardín.

Un grupo de cisnes caminaban en fila india hacia la piscina. Al ver a cuatro locos dirigirse hacia ellos a toda velocidad, corrieron para salvar sus vidas. Tres de ellos bajaron aterrados por la rampa de césped hacia la terraza de la piscina y saltaron al agua. Detrás de ellos, un hombre con camiseta verde se tiró a la piscina. Cuando uno de los cisnes intentó salir al otro lado, lo agarró por la pata y lo tiró al centro, pero el cisne le picoteó la mano y le golpeó la cabeza con las alas. Así, lucharon durante unos segundos, hasta que él agarró al cisne, levantó sus brazos y lo sostuvo encima suyo, justo cuando la aterrada ave liberara sus esfínteres depositando la carga sobre su cabeza.

El equipo verde, comenzaría; el cisne, corría a perderse sin entender nada de nada; el que lo había pillado, se lavaba la cabeza; los espectadores, reían y lo bautizaron el “Héroe del Cisne”.

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—¡El equipo verde comienza! ¡Quizás sea un presagio! —exclamó Francisca saltando junto a ellos como niños en cumpleaños.

Al poco tiempo estaban nuevamente en sus lugares listos para comenzar.

—¿Comencemos? —preguntó Francisca por el micrófono.

—¡Sí! —dijo un coro vestido de distintos colores.

Francisca sentada en su silla de cuero verde, estiró su brazo desnudo hacia el tablero de juego sobre la mesa de mármol. Los cuatro equipos observaban la imagen proyectada en el telón de fondo a sus delicados dedos sacando la primera tarjeta de preguntas y podían leer el texto que Francisca leyó en voz alta y se escuchó por los parlantes:

Pregunta número 1:

¿La impronta cultural moldea el carácter del hombre? ¿Sí o no?

Desde su silla verde, Francisca observó a su equipo consultando su archivador de cuero que decía BORRADOR. Se sorprendió al ver que los otros equipos de color hacían lo mismo consultando los otros archivadores de cuero que también decía BORRADOR, aunque no era el turno de ellos. Alexandre y Ronald, que sobrevolaba en su silencioso dron por encima de sus cabezas, estaba orgulloso de las diosas. Habían creado un Focus Group para captar la reacción de los usuarios del libro y el juego que sería de enorme valor cuando iniciaran la campaña de marketing.

Después que el equipo de Francisca respondió, consultaron el libro y la respuesta era correcta, les dio derecho a tirar los dados. Francisca los lanzó y se vieron rodando en la imagen proyectada. Salió: 5 – 2 = 3.

En la imagen se veía que su mano movía la ficha verde tres lugares en el tablero. Hizo un resumen de la respuesta. Después era el turno del equipo siguiente.

Así, repitieron el mismo proceso, tomando tarjetas de preguntas, debatiendo las respuestas, tirando los dados y moviendo las fichas.

Mas tarde, Victoria tomó una tarjeta por el equipo rojo.

Pregunta número 21:

En los deportes y en la guerra gana quien mejor conoce el terreno. ¿Verdadero o falso?

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Respondieron verdadero y comenzó un debate. Consultaron el libro y la respuesta era correcta. Eso les dio derecho a tirar los dados, pero el resultado de los números fue: 6 – 6 = 0. ¡Entonces movieron cero!

—¡Oh, no! ¡Mucho paleocórtex! —Arturo bromeó y provocó risas.

Cuando tomaron un descanso Francisca y Victoria fueron a la terraza de la piscina para hacer más llamadas telefónicas claramente organizando algo. En ese momento Alexandre recibió otro mensaje anónimo que decía: «NADIE QUEDARÁ VIVO BAJO ESA CARPA».

Ricardo había recibido el mismo mensaje. Alexandre llamó a Ronald y acordaron poner un radar satelital en el tejado de la casa.

—La Familia nos está observando desde algún satélite. Pongan ese radar que me servirá para vigilarlos desde el mío —dijo Ronald dando las características del radar.

—Tú sabías que ellas iban a invitar a la selección de Francia? —preguntó Alexandre.

—No. Pero este evento es un verdadero Focus Group y ayudará mucho a la hora del marketing. Ellas son dos genios. Yellow seguro que puede conseguir el radar —agregó Ronald.

—Entendido —dijo Alexandre y cortaron.

 —Yellow, consigue este radar. Lo necesito en una hora.

—Yo me encargo —dijo Yellow, pero, ¿cómo lo haría en medio de toques de queda y una pandemia? Hacer lo imposible era su especialidad.

—¿Cómo están? —preguntó Francisca, parándose en medio del escenario, lista para reanudar el juego.

—¡Bien! Se escuchó una voz débil.

—¿Quieren continuar o quieren parar? —preguntó de nuevo.

—Queremos continuar —se escuchó una voz débil.

—¿Están seguros?

—Sí —dijo la misma voz débil.

—¿Se rinden?

—No —dijo un coro, pero apenas se escuchó.

—¿De verdad se rinden?

—¡No! —se escuchó una voz un poco más fuerte.

—¿Quién va a ganar el juego? —preguntó Francisca.

—¡Nosotros! —exclamó una mujer del equipo rojo.

—¡No! ¡Nosotros! —respondió alguien del equipo amarillo.

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—¡No! ¡Seremos nosotros! —exclamó un hombre del equipo azul y se puso de pie para animarlos. Segundos después competían motivando a sus equipos.

—¡Nosotros ganaremos!

—¡No! ¡Nosotros lo haremos!

—¡Bravo! —exclamó Francisca, aplaudiendo y aliviada, porque sabía que las últimas preguntas sobre epistemología, al principio, provocaban náusea mental por la falta de aclimatización intelectual. Al igual que al subir el Everest era necesario aclimatizar el cuerpo gradualmente, para comprender la epistemología era necesario aclimatizar la mente gradualmente. Pero en ambos casos, el premio de llegar a la cumbre era excepcional, por eso su libro favorito era Epistemología Objetiva.

—Entonces, ¿quieren seguir devanándose los sesos con más epistemología? —preguntó.

—¡Sí! ¡Queremos devanarnos los sesos!

La arenga de Francisca había funcionado. Los cuatro equipos se habían despertado y ella los había ayudado a aliviar los síntomas de náusea mental. Estaban recuperados y dispuestos a seguir subiendo a la cumbre de la mejor versión de sí mismos.

Después de jugar un rato, Yellow le hizo una señal a Alexandre para avisarle que el radar había llegado.

—Haremos un descanso de veinte minutos —dijo Francisca. Algunos jugadores fueron al baño y otros a los jardines para estirar las piernas. Faltaban casi cuatro horas para la medianoche, tiempo suficiente para que cualquiera de los equipos ganara.

Poco después, Francisca y Victoria, Ricardo y Alexandre, recibieron el mismo mensaje en sus celulares.

«6:17 PORQUE HA LLEGADO EL GRAN DÍA DE SU IRA; ¿Y QUIÉN PERMANECERÁ DE PIE?».

Era una frase del Libro del Apocalipsis, una clara amenaza al estilo de La Familia. Se miraron y entraron al salón de la mansión. Arturo se quedó en el escenario contando chistes y compartiendo con los invitados

—¿Qué está pasando Alexandre? —preguntó Francisca frunciendo el ceño.

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—Ayer Ricardo recibió un mensaje con una amenaza. Dicen que nos matarán este fin de semana. Por eso las medidas extremas de seguridad. Ronald está al tanto y monitoreando todo. Creemos que es La Familia. Están usando satélites para hackear nuestros teléfonos móviles —dijo Alexandre.

—Recuerda que son mis invitados, ¿qué más debo saber? —dijo Francisca frunciendo el ceño y voz militar.

—Si hubiera sabido cuál era tu sorpresa, te habríamos dicho, pero no estábamos seguros. ¿Quieren cancelar el evento? —preguntó Alexandre mirando a Victoria.

—No —dijo Francisca.

—¿Creen que estamos a salvo con ese radar? —preguntó Victoria.

—Detectarán cualquier ataque aéreo con antelación y Ronald está vigilando con su satélite. Tenemos listo un plan para refugiarnos en el búnker —dijo Alexandre.

—¿Ataque aéreo? —preguntó Francisca.

—Hay que estar preparados para cualquier escenario —dijo Alexandre.

—Está bien. Esto es lo que haremos. Responderemos rápidamente las preguntas que faltan para que algún equipo gane el juego y completemos el evento. Después del cierre, los invitados se devolverán inmediatamente a Roma —dijo Francisca en tono firme.

La noche estaba estrellada y los invitados muy animados todos en sus lugares listos para continuar el juego, pero en ese momento se escuchó una fuerte explosión que hizo temblar la tierra. El sonido provino de la entrada de la mansión donde estaba el radar. Segundos después se escuchó el sonido de un helicóptero. Como un tigre que ataca por sorpresa, saltó desde atrás de los cerros que rodeaban Villa Ascolassi lanzando un misil que destruyó el radar. Todo sucedió muy rápido. Se escucharon más explosiones en la entrada de la villa, acompañadas de ráfagas de ametralladoras mientras Yellow hablaba por un megáfono.

—¡Sigan las instrucciones de mis asistentes! ¡Todos al búnker!

Un hombre con camiseta verde cayó por las escaleras. Era el Héroe del Cisne. Se rompió la ceja izquierda, comprometiendo gravemente su ojo. Un río de sangre manchó su camisa verde.

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Alexandre, Arturo y Ricardo, armados, corrieron hacia la entrada de la mansión por el pasillo de las esculturas. Otra fuerte explosión se sintió justo encima de ellos, en el techo. Algunas ventanas se rompieron y la pintura cayó del cielo. Cuando llegaron a la entrada la oscuridad de la noche dio paso a la luz de las llamas de los vehículos militares que ardían.

De repente, vieron un helicóptero completamente negro frente a ellos. Volaba casi en silencio, y sin luces, salvo dos pequeños destellos rojos que eran como los ojos del mismísimo demonio. Eran dos láseres que destruían todo lo que miraban. Al resplandor de las explosiones, su figura parecía una bestia negra salida del infierno. Su furia era como uno de los caballos del apocalipsis exterminando la Tierra. Se movía con gran agilidad e interceptaba los misiles que los soldados le lanzaban desde todas direcciones. Era un Dragonov de fabricación rusa, el de mayor potencia de fuego. Después de causar gran estrago en el acceso de la mansión, se elevó repentinamente hacia el cielo y desde muy alto lanzó cuatro misiles hacia el campo de futbol. Se escucharon cuatro explosiones colosales. Un misil, impactó en un helicóptero; los otros, a los jeeps lanzamisiles que habían sido deshabilitados por un pulso electromagnético. Las explosiones iluminaron el valle y una onda expansiva arrancó hojas de árboles y rompió cristales. El eco hizo temblar las montañas.

En ese momento nadie sabía de la existencia de Ángelo Petri, el soldado que estaba escondido en uno de los cerros que rodeaban el valle. Con su bazuca al hombro y entre destello y destello, calculó dónde podría encontrar a esa bestia negra que escupía fuego. Apuntó a la oscuridad de la noche y apretó el gatillo. Observó al misil que se alejaba y sin saberlo le dio en la cola de la bestia, que era como la cola del diablo, pero negra. Aunque el misil no explotó, hirió a la bestia, pero escapó y desapareció detrás de los cerros.

Unos segundos más tarde el silencio del valle volvía. El capitán a cargo de los tres pelotones lideraba las acciones para retirar los cuerpos de los soldados y apagar las llamas de los vehículos que habían quedado completamente destruidos.

—Sesenta segundos —dijo el capitán cuando Alexandre se acercó.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Alexandre.

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—Esa bestia negra hizo esto en sesenta segundos —respondió señalando los restos de los vehículos en llamas. Desde entonces se le conocería como la Bestia Negra. En ese momento se escuchó el sonido de otro helicóptero proveniente de la cancha de futbol. Se elevó con las luces encendidas y se dirigió hacia el mar Mediterráneo. Era el otro helicóptero en el que habían llegado y en el cual escapaban los dos pilotos. Sin vehículos, helicópteros ni comunicaciones, habían quedado aislados en Villa Ascolassi. Cuatro soldados habían muerto y otros doce habían resultado heridos.

Poco después los refugiados abandonaron el búnker. El Héroe del Cisne tenía su camisa verde toda ensangrentada y un gran parche en la frente. El corte había sido profundo comprometiendo gravemente su globo ocular.

Los móviles no tenían señal porque el helicóptero había lanzado una bomba de pulso electromagnético que los había inutilizado, por lo que no funcionaba ninguna comunicación. El proyector y el cronómetro no funcionaban, por lo que Francisca le pidió a Yellow que los reemplazara por unos de repuesto que tenía en el búnker adentro de una bóveda que además era una caja Faraday a prueba de ataques electromagnéticos. También le ordenó que utilizara una radio de emergencia para comunicarse con Stefano Rossi, el piloto de su helicóptero que lo tenía estacionado en un pueblo vecino.

El pánico estaba disminuyendo, pero varias mujeres seguían llorando.

—¡Todo esto es culpa nuestra! ¡Es nuestra culpa! ¡Dios mío, perdona nuestros pecados! ¡Este es el fin de los tiempos! ¡La humanidad está siendo castigada! La pandemia, ¡y ahora esto! ¡Me arrepiento de mis pecados! ¡Me arrepiento de mis pecados! ¡Me arrepiento de mis pecados! —lloraba una mujer mirando al cielo.

Luego de media hora del ataque de la Bestia Negra, Francisca y Victoria los convencieron de regresar al lugar del juego.

—¡No tiene sentido un ataque como este! —gritó alguien del equipo verde.

—¡Los helicópteros! Francisca, ¡tú nos metiste en esto! ¡Queremos salir de aquí ahora mismo! ¡Queremos los helicópteros! —gritó una morena del equipo amarillo.

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—¡Francisca, exigimos una explicación! —gritó otra del equipo azul y así más personas le exigían una explicación.

—¿Quieren una explicación? Se las daré ahora mismo. Tengo buenas y malas noticias —dijo ella parándose en medio del escenario y agregó—. Primero les voy a dar las malas. Como ya saben, por la pandemia hay toque de queda en toda Italia, por lo tanto, no pueden salir de aquí por tierra hasta mañana. Tampoco pueden caminar hasta Roma, pues tardarían horas y los arrestarían. Todos los vehículos fueron destruidos, incluido un helicóptero. El otro escapó con los dos pilotos. Ningún equipo electrónico funciona, incluido los celulares. Es decir, estamos incomunicados y obligados a quedarnos aquí hasta que termine el toque de queda —añadió y prosiguió—. Ahora les voy a dar las buenas noticias. Los equipos electrónicos que teníamos en la bóveda del búnker sobrevivieron a la bomba de pulso electromagnético. Con un teléfono satelital pude comunicarme con mi piloto que se encuentra en una villa vecina donde está estacionado mi helicóptero. Se conseguirá otro, así que, dos helicópteros estarán aquí a la una de la madrugada. Cualquiera que quiera volar a Roma a esa hora puede hacerlo. Llegarán al aeropuerto de Roma en la madrugada y tendrán que quedarse allí hasta que levanten el toque de queda. Ustedes deciden, pero yo creo que es mejor que se queden. De todos modos, vuestras familias están a salvo en Roma. ¿Qué sentido tendría alarmarlos? El ejército está averiguando el origen del ataque. Cualquier otra novedad les informaré —dijo Francisca y captó que sus palabras los había calmado.

Poco antes, el capitán había hablado con Stefano, el piloto del helicóptero de Francisca. Se había puesto en contacto con la base militar. Devolvieron la llamada al celular satelital para hablar con el capitán. Manejaron la situación en secreto, ya que el alto mando no sabía que él y sus pelotones estaban en Villa Ascolassi, y nunca lo sabrían.

—¿Puedo saber qué está pasando? —le preguntó Francisca al capitán.

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—Confirmaron que el ataque fue de un grupo terrorista, pero confundieron su objetivo. El helicóptero fue derribado por el ejército italiano y no hubo supervivientes. Nada de lo ocurrido esta noche aparecerá en ninguna noticia y, si se filtra algo, será negado. Dígales a sus invitados que no cuenten nada. Nunca estuvimos aquí. Esto es delicado, usted entiende, ¿verdad?

—No se preocupe. No dirán nada. Yo me encargo —dijo Francisca poniendo su mano en el hombro del capitán. Poco después Francisca subió al escenario.

—Tengo más buenas noticias. El helicóptero que nos atacó pertenecía a terroristas que se equivocaron de objetivo. Fueron derribados por el ejército italiano y no hay sobrevivientes. El peligro ha pasado y no hay nada que temer. Me han dicho que el ejército está llevando a cabo una operación antiterrorista secreta, por lo que nada de esto será noticia y si algo se filtra será desmentido. Para efectos oficiales esta noche aquí no ha pasado nada. Es mejor que no le cuenten a nadie sobre este incidente porque la inteligencia militar podría creer que sus familias son terroristas, cómplices o espías. Si no quieren tener problemas, olviden lo que ha pasado. Les reitero que a la una de la madrugada podrán tomar los helicópteros rumbo a Roma. El peligro pasó y las buenas noticias es que estamos seguros y protegidos —dijo Francisca.

Con esa explicación quedaron bastante tranquilos, especialmente sabiendo que a la una de la madrugada se irían a casa. Un rato después Francisca tuvo una idea y volvió al escenario.

—Ya que no hay nada que hacer excepto esperar a que lleguen los helicópteros, ¿qué quieren hacer hasta entonces? —preguntó Francisca.

—¿De qué estás hablando? —preguntó alguien del equipo rojo que aún vestía su camiseta.

—¿Por qué unos terroristas estúpidos deberían cambiar nuestros planes? —preguntó de nuevo.

—¡No lo comprendo! ¡Explícate! —exclamó una rubia del equipo verde frunciendo el ceño.

—¿Vamos a quedarnos paralizados de miedo hasta que lleguen los helicópteros? —preguntó Francisca.

—¿Y qué quieres que hagamos? ¿Reanudar el juego? ¡Olvídalo! —gruñó la misma rubia.

—No estoy dispuesta a vivir al ritmo de terroristas tontos que confunden sus objetivos —dijo Francisca.

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—¡Francisca! ¡No hay juego! ¡Actúas como una dictadora! ¡Eres egoísta! ¡Lo único en lo que piensas es en lograr tu objetivo! ¡No te preocupas por nosotros! —agregó la misma rubia mirando a los demás como buscando apoyo.

—Tú eres libre de elegir abandonar el juego. Respeto tu decisión, pero no estoy de acuerdo contigo. Quedan dos horas para la medianoche. No voy a obligar a nadie a terminar el juego. Que cada uno tome su propia decisión. Yo ya tomé la mía. ¿Quién del equipo verde me sigue? —preguntó Francisca levantando su mano en medio del escenario, pero sólo uno lo hizo, unos segundos después, otro y así sucesivamente, hasta que cuatro jugadores del equipo verde levantaron sus manos. Alexandre no perdió el tiempo e hizo la misma pregunta. Luego Ricardo y finalmente Victoria.

—Es una locura seguir jugando el juego después de lo que ha sucedido — dijo la rubia muy molesta tratando de convencer a los demás de que no jugaran.

—No se abandona un objetivo por culpa de imprevistos —dijo alguien del equipo amarillo.

—Pero hay imprevistos e imprevistos y esto se pasó del límite —dijo alguien del equipo azul.

—¿Quién pone los limites? ¿Nosotros o los imprevistos? —dijo alguien del equipo rojo.

—Que cada cual decida —decían unos.

—O seguimos todos o ninguno —decían otros.

Siguió un debate y se alzaron voces. Por un momento pareció una guerra civil, pero quienes decidieron continuar supieron defender el valor de la libertad de las decisiones individuales. La rubia histérica, estaba en su derecho de vender cualquier idea; los demás, a comprárselas o no. Igual que en el libre comercio, la libertad de elegir era individual.

Al final decidieron que cada equipo debía tener un mínimo de cuatro jugadores activos, y podían hacer relevos. Tratándose de un evento de beneficencia, Francisca sabía que, legalmente, la decisión no impedía la entrega del premio acumulado por sus donaciones.

Faltaban dos horas y ningún equipo había entrado en el Camino de los Campeones en el tablero del juego, condición necesaria para ganar.

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Reanudaron el juego y una pregunta fue sobre si la felicidad era o no un fin en sí mismo. En el debate dijeron que el ataque a Villa Ascolassi y la pandemia les había recordado la cita de la Ilíada, de que los dioses envidiaban al hombre porque era mortal. La vida del hombre era más hermosa porque tenía un final. Muchas vidas estaban finalizando en Italia por la pandemia. Los hospitales estaban llenos y el número de muertos crecía día a día. Personas mayores morían por decenas y en algunas partes de Roma los ataúdes se alineaban en las calles esperando su turno para ser llevados al crematorio.

Médicos y pacientes también morían en los hospitales y el virus de la pandemia traspasaba fronteras. En cuatro países diferentes, dieciséis niños miraban con el ceño fruncido la hora en sus móviles sabiendo que ese día también tendría un final.

Los jugadores siguieron jugando. Solo faltaba media hora para la medianoche y la ansiedad que flotaba en el aire despertó a Cronos.

Cronos, el dios griego del tiempo, hijo de Urano y Gaia, el más joven de la primera generación de titanes que derrocaron a su padre, y que se comía a sus hijos al nacer, parecía deleitarse en Villa Ascolassi, comiéndose cada segundo cuando solo faltaban diez minutos para la medianoche. Se había comido todo a su paso, incluso el recuerdo de la Bestia Negra.

Luego del ataque del helicóptero, Ronald perdió el dron que controlaba, pero Francisca sacó otro del búnker y así pudo seguir filmando. En la cabaña, en su oficina de hacker, Ronald trabajaba con sofisticados equipos que controlaban varios sistemas de vigilancia satelitales, y rodeado de grandes pantallas. En una de ellas veía las imágenes que el dron le enviaba. En el estar de la misma cabaña, Boris se divertía con el pequeño Ronald y Alexandre, y sus gemelitas; en Villa Ascolassi, seguían jugando.

Yellow, el hombre que hacía imposibles, había comprado dos radares. Uno, había sido destruido por la Bestia Negra; el otro, Yellow lo había guardado en la bóveda del bunker. Estaban conectados a Internet y era importante, porque Francisca y Victoria le habían dicho que era imprescindible.

Las fauces de Cronos, indiferentes a los deseos humanos, devoraban cada segundo para siempre: 00:03:30… 00:03:29… 00:03:28…

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Cuando llegó su turno, Francisca tomó una tarjeta de preguntas que era sobre arte. La conclusión del debate fue que el arte debía servir de inspiración para elevar al hombre.

A Cronos no le importaba… 0:01:07… 0:01:06…0:01:05…

Respondieron correctamente y cuando ella lanzó los dados y movió la ficha, aterrizó justo donde estaba la ficha de su Constitución de Campeón y ganaron el juego.

—¡Bien! ¡Bien! ¡Ganamos! —exclamó Francisca con sus ojos bañados en lágrimas viendo que las gigantescas mandíbulas de Cronos se habían petrificado cuando el cronómetro marcó las 00:00:07 hrs. solo siete segundos antes de medianoche.

Bajó del escenario y abrazó a todo su equipo y hasta la rubia enojada que no quería seguir jugando celebró con ellos. Saltaban y cantaban y los ecos de sus voces viajaron desde Villa Ascolassi hasta Madagascar.

Ronald, también celebraba haciendo bailar al dron en el aire. Las estrellas azules que parpadeaban en lo alto eran como ojos que guiñaban. Celebraban un acontecimiento importante. Había ocurrido en un pequeño planeta, de una pequeña galaxia, entre más de un billón de galaxias, que contenía más de doscientos mil millones de estrellas cada una.

Tras la intensa celebración, Francisca tomo el micrófono para decirles quienes eran los beneficiarios del evento. Se llevarían los cinco millones de euros que ellos habían donado.

—Este es nuestro primer evento. Lo repetiremos en el futuro cuando esta pandemia termine —dijo Francisca junto a Victoria. Explicó que cada equipo había jugado para beneficiar a cuatro estudiantes de distintos países. El equipo rojo, había jugado por Namibia; el azul, por Rumanía; el amarillo, por Nicaragua; y el equipo verde ganador, por Madagascar.

—Ahora nos comunicaremos con los cuatro beneficiados en Madagascar. Los cinco millones de euros que ustedes donaron se repartirán entre ellos para financiar sus carreras universitarias, doctorados y futuros proyectos de investigación —dijo Francisca.

Después de ver un breve vídeo de sus historias personales, apareció la imagen de los beneficiarios en el gran telón de fondo. Cuatro estudiantes con las mismas camisetas verdes miraban la cámara. A pesar del toque de queda de la pandemia, habían logrado llegar hasta el dormitorio del gran hotel donde Molly, la Coordinadora Local del evento se hospedaba.

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—¿Me escuchan? —preguntó Francisca.

—Sí —respondió Molly, desde el cuarto del hotel de Antananarivo, la capital de Madagascar.

—¡El equipo verde ganó! ¡Ustedes son los beneficiarios! —dijo Francisca.

En Madagascar, los estudiantes se quedaron paralizados mirando a la cámara; en Villa Ascolassi, los jugadores los miraban con sus ojos bañados en lágrimas.

—¡Quieren decir algo! —dijo Molly y los equipos inclinaron sus cabezas hacia adelante para ver mejor.

—No tengo palabras para expresar mi alegría. Sólo decirles gracias —dijo Miora Rakoto, una hermosa mujer de diecisiete años, alta y delgada, de rasgos africanos y piel muy negra. Dijo que estudiaría arqueología en Harvard.

Luego habló Domoina Rahiramalala, una bella mujer de apariencia similar y dijo que estudiaría medicina en Oxford.

Rudy Nomenjanahay era alto, fuerte, de ojos vivaces, piel negra como la noche y labios gruesos. Su voz era ronca y profunda como el trueno de Zeus que hacía que la voz de Ricardo sonara como la de un canario. Estudiaría astrofísica en Cambridge.

Yandee Adrianasolo, también de rasgos africanos, tenía una expresión confiada y serena que evocaba a la de un león. Su mirada resaltaba su inteligencia. Estudiaría ingeniería en el MIT.

Tuvieron la ocasión de conversar con ellos por un tiempo y todos fueron muy felices. Poco después que se despidieron, Francisca les dijo a los jugadores que pronto llegarían los helicópteros, pero a nadie pareció importarle y dio la impresión de que no querían irse.

Varios de los que pensaban ir a Roma, ahora querían quedarse; otros, estaban indecisos. Los primeros, sabían que ese era el mejor lugar para estar en el mundo; los últimos, todavía no sabían en qué lugar del mundo querían estar.

A quienes decidieron quedarse, Yellow les entregó las llaves de sus habitaciones y su personal trasladó sus equipajes. Minutos después llegaron los helicópteros.

La noche estaba clara y sin nubes y las estrellas parecieron entristecerse cuando vieron que las aspas del helicóptero comenzaron a girar en su camino hacia Roma.

Después que los tres pasajeros subieran a bordo, el helicóptero comenzó a ganar altura. Con ellos iba El Héroe del Cisne con su parche en el ojo. Debía ser atendido de emergencia en un hospital para no perderlo, algo difícil en plena pandemia. Se asomó desbordando alegría, y con su cuerpo casi colgando de la ventana, se despidió orgulloso agitando su mano, con su camiseta verde toda cubierta de rojo. Se hizo cada vez más pequeño, hasta que el helicóptero desapareció contra un fondo de estrellas.

Habían sobrevivido al ataque de la Bestia Negra, pero lo más importante era que, siendo esa la última ocasión para pulir el libro y el juego, el objetivo se había cumplido con excelencia, gracias al evento de beneficencia que habían creado las dos diosas griegas. Con todo el material recopilado, podían terminar la versión definitiva del libro y del juego. Tenían mucho que trabajar los próximos ocho meses, en plena pandemia y las elecciones en Estados Unidos.

En las oficinas de Oslo de la editorial EVEREST LLC, colocaron un gran letrero en la pared con la fecha del lanzamiento: 3 DE NOVIEMBRE.

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Una Mente Excepcional, por Charles Kocian. Copyright 2024. Todos los derechos reservados.

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