Él era como un águila veloz que caía en picada y sonreía mirando al Mar Mediterráneo que se perdía en el horizonte debajo de las nubes. Miró su altímetro, marcaba 3000 pies, entonces, abrió su paracaídas y frenó violentamente su vertiginosa caída. Sentado en el arnés, su sonrisa aumentó cuando vio los jardines de Villa Ascolassi y pensó, “¡Que alegría de probar el juego junto al libro! ¡Cuánto esfuerzo realizado! ¡Cuántos peligros vencidos! ¡Cuánta energía invertida!”. Giró hacia el campo de futbol, descendió y, al cabo de unos minutos y con un fuerte viento en contra, aterrizó suavemente, apoyando los pies en el césped y pensó, “Pudiendo estar muerto, una vez más, estoy vivo.”
Vio a Ricardo caminar hacia él y, detrás de él, una hilera de cisnes blancos como la nieve.
—¡Hola Alexandre! ¡Qué aterrizaje perfecto! —lo saludó Ricardo a unos tres pasos de distancia, sin acercarse más, por miedo al virus que le decían “virus chino”, “Coronavirus” o “Covid-19”.
—¡Ricardo! ¡Mi amigo! ¡Pero qué gusto me da estar aquí! ¡Veo que estás acompañado de un séquito! —le dijo señalando a los cisnes mientras luchaba con el viento para recoger su paracaídas. Por el rabillo del ojo vio a Victoria corriendo desde lejos.
—Alexandre, ¡esto es urgente! Quieren matarnos este fin de semana. Quizás sea mejor marcharnos —dijo Ricardo antes de que llegara Victoria.
—¿Quién amenazó?
—Creo que La Familia.
—¿Y vamos a vivir huyendo de esa mafia? —preguntó Alexandre.
—No —respondió Ricardo.
Alexandre estaba furioso y pensó, “¡No podrán detenernos! Pero, ¿cómo se enteraron de esta reunión si era secreta?
—¡Oh! ¡cómo te extrañé, cariño! —exclamó Victoria con su sensual voz, conteniendo sus ganas de abrazarlo. Sus grandes ojos verdes y sus largos rizos dorados bailaban al viento celebrando la llegada del hombre que amaba—. ¡Quédate quieto para hacerte el test! —ordenó, se puso una máscara antivirus, le introdujo una varilla en la nariz, la sacó, la metió en una bolsa de plástico y corrió de regreso a la mansión.
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